Dicen que lo único que no tiene remedio en la vida es la muerte y que, a partir de ello, cualquier cosa tiene solución. Pero, qué difícil es poder pensar en una solución, para un momento como el que vivimos en Cali, cuando parece haber una desconexión mortal.

No tengo la menor duda que ese es el principal problema de Cali, que nuestra ciudad hoy se encuentra inmersa en una ruptura contractual entre el amor y el sentido de pertenencia que impide que recuperemos nuestro horizonte.

Si nos regimos al significado literal, la anomia social hace referencia a la ausencia de normas, a la trasgresión de las reglas y al distanciamiento colectivo de las reglas, lo que no significa que estas mismas no existan en nuestra ciudad; por el contrario, es la anulación de su validez por parte de los ciudadanos.

La discrepancia de acuerdos sociales ha llevado a que hoy los caleños nos valgamos del “sálvese quien pueda” y perdimos aquel ejemplo de civismo que hace algunos años nos caracterizaba. Una anomia social que, pareciera, no tener puntos de interconexión nuevamente.

Pasarnos un semáforo en rojo, invadir los carriles únicos del Mío, pisar una cebra, no ceder el paso, tirarle el carro a los ciclistas, manejar bajo los efectos del alcohol o generar una agresión ante cualquier traspié, parece volverse el pan de cada día en una ciudad que, aunque pareciese no tener remedio, está ávida de volverse a convertir en una potencia latinoamericana.

Dirigir el barco hacia un mismo rumbo es el deber, no solamente del piloto, sino, también, de toda su tripulación, lo que significa, que cambiar el rumbo de Cali no está solamente en aquel personaje que, rota cada cuatro años; sino, en aquellos que componen la matriz social y urbana. Es decir, el cambio a Cali se lo damos entre TODOS y TODAS.

Y aunque algunos creen que salvar la ciudad es criticarla, atacarla y destruirla internamente, yo estoy convencido que, por el contrario, la reconstrucción depende de conocer los territorios, de entender las dinámicas de quienes viven en cada una de nuestras comunas. A Cali tenemos que caminarla y alejarla de quienes se han aprovechado de su debilidad para hacerse más fuertes, a los de siempre.

Lo dice Antonio Gramsci en su libro <Odio a los indiferentes>: “La indiferencia es el peso muerto de la historia. Opera pasivamente, pero opera. Tuerce programas y arruina los planes mejor concebidos”. Sí, para reconstruir los lazos de Cali no solamente se necesitan buenos políticos, también se necesitan buenos ciudadanos, comprometidos con el verdadero cambio.

 

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Redacción Minuto30

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