En las tribunas, mamá y papá, su mujer, el resto de su familia. En la cancha, Juan Martín Del Potro, él y el resto de su tenis. A Andy Roddick le quedaba sólo lo que entregó en los dos primeros sets. Tercero y cuarto fueron nada más que un rápido caminar hacia el final de una gran carrera que se selló con una caída en los octavos de final del US Open por 6-7, 7-6, 6-2 y 6-4.

En el mismo lugar, torneo y estadio, en que se retiraron Pete Sampras y Andre Agassi, la última verdadera joya del tenis masculino estadounidense eligió su cierre ante un público que, siempre, lo tomó como el heredero de una gloria cada vez más lejana.

Uno de los mejores saques de la historia, espíritu competitivo a prueba de todo, potencia capaz de desbordar a cualquiera, entrega total para disimular algunas falencias técnicas y conceptuales. Todo eso fue Roddick. Y además, alguien absolutamente respetado por sus colegas a partir de sus facetas humanas.

A Juan Martín le tocó, esta vez, ser el malo de la película y cumplió el rol con absoluta autoridad. Así ganó, más allá del primer set perdido. Así se instaló otra vez en los cuartos de final. Así se citó, nuevamente, con Novak Djokovic. Una vez terminado el partido, entendió su papel, cedió el protagonismo y, él también, aplaudió sin reservas.

Aquí, allá y en cualquier lugar del mundo, es la noticia deportiva del día. Roddick ya no volverá a jugar como profesional. Y es que, aunque no nos guste, todo tiene un final. Todo termina.

Emocionado, el argentino Juan Martín del Potro declaró luego del partido «No era nada fácil ni para mí, ni para él. Todos los jugadores vamos a extrañarlo»; el argentino fue escueto para dar paso inmediato a las palabras de Roddick.

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