Hace aproximadamente tres décadas que conocí al Padre Alfonso Llano Escobar, quien murió el 1 de diciembre de 2020.
Desde el inicio de nuestras conversaciones, notamos que teníamos en común la mirada interdisciplinaria, prospectiva, global, sistemática y secular de la Bioética, y que no eran pocos los referentes culturales para decirnos, con una apertura completa, lo que pensábamos en temas de este campo del saber.

Admiro su silencio sereno, cargado de respeto -siempre correspondido-, a mis refutaciones y precisiones, que abiertamente le expuse incluso en eventos clínicos y académicos, y en los desayunos mensuales a los que él invitaba en la Universidad Javeriana, con intelectuales como Nelly Garzón Alarcón, María Mercedes Hackspiel Zárate y otros cerca de trinta estudiosos de la Bioética, durante los años 2000-2003, que interrumpí por mis estudios de Doctorado en Filosofía en España.

Otros harán excelentes síntesis de tantos medios que puso el Padre Llano para difundir la Bioética como un modo inagotable, entre muchos posibles, de conocer y vivir lo que más aporte a que seamos mejores, en cuanto miembros de la familia humana, y cuidemos bien nuestro entorno natural y artificial, en la vida personal, familiar, académica y en otros ámbitos sociales.

Intentar señalar cada vez mejor, lo común y la diferencia específica, de todo ser vivo, desde este campo del saber que no excluye a alguno porque no hace excepciones en el respeto, ayuda a entender que, cuando no se negocian los bienes más profundos, existe el cuidado de la unidad que hace posible la constitución del otro como ser humano, a la que corresponde el acompañamiento que llamamos amistad y que se culmina con la corrección leal, como uno de los mayores cuidados humanos que, por el bien común, a veces hay que practicar en público para evitar que salgan de una reunión a hacer, a sí mismos o a otros, el daño que causa confundir lo que se es, con lo que se desea.

En la medida en que procuramos cuidar bien a cada otro ser humano, descubrimos lo mejor de nuestra propia constitución que, como realidad corporeoespiritual no se satisface con lo meramente biológico. El Padre Llano lo sabía, era un buscador que, a sus 95 años, afirmó según un diario capitalino: “Qué bueno es vivir cuando la vida tiene una razón de ser y nadie fuera de Jesús le da pleno sentido a la vida. Sea que te despiertes de noche o que despiertes para levantarte, la vida tiene una motivación y vale la pena vivir cada instante orientado hacia Jesús; mejor aún vuelto a la persona de Jesús para dedicarle el día y cada una de sus acciones.” (https://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/alfonso-llano-escobar/columna-de-alfonso-llano-escobar-sobre-sus-95-anos-de-vida-y-la-religion-531990)

Esa expresión solo es coincidente con la lógica de aceptar públicamente la resurrección de Jesús. Se ve que, siendo pertinaz en tratarlo e intentar hacerle caso, Él responde otorgando el regalo de que creamos en la prueba reina de su divinidad, que es la diferencia específica con los demás hombres que también fundaron religiones, y que los apóstoles prefirieron morir martirizados por sentirse incapaces de negar al que trataron resucitado durante 40 días y vieron ascender hasta que una nube lo ocultó.

“Llano”, como tantos le decían, conocedor de las especialidades filosóficas Lógica y Teodicea, sabía que no era ético negar que un universo de seres limitados no explica por sí mismo su origen ni su continuidad, y que cerrarle el corazón a Dios no se corresponde con la lealtad y el agradecimiento de quien se sabe propietario relativo de se ser, porque percibirse limitado lleva a concluir la exisrencia de quien, por ser Él mismo el Ser, puede participar ser a quienes Él causa.

Con la esperanza de que entendiera mejor una de mis refutaciones, un día regalé al Padre Llano el libro “Verdad, valores, poder. Piedras de toque de la sociedad pluralista”, escrito por Joseph Ratzinger. El Padre Llano lo recibió mirándolo y sonriendo con intenso gozo, mientras decía: “El controvertido Ratzinger”.

Semanas después me llamó durante una intensísima jornada laboral mía, a mitad de mañana, a decirme que le llegó un amigo que quería mucho, que estaba de paso y que necesitaba “que me consigas ya otro ejemplar de este libro, porque quiero regalárselo”. Inmediatamente llamé a la librería importadora y tenían un ejemplar, que le llevó a toda prisa el mensajero.

María Mercedes Hackspiel, a quien “Llano”, después de varios eventos en que intervine contradiciéndolo, le preguntó quién era yo, me dio ayer la noticia de su muerte y, como también soy católica, ofrecí a Dios, anoche, con el Rosario rezado en familia, una indulgencia plenaria -regalo divino con el que, si está en el purgaturio pasa al estado espiritual que llamamos cielo-, por quien consideré siempre un buen amigo intelectual, que ahora, sin las limitaciones de un cerebro que percibe de modo espaciotemporal, es plenamente un buen amigo, que vive ser libre y amar, al estilo del mismo Dios.

Al Padre Llano le pido que me ayude a hacer del mejor modo lo que me resta en la tarea de mi propia vida corporeoespiritual, también respecto a la Bioética, que tanto disfrutamos en aquellas reuniones.

Paz en la tumba de este amigo apasionado por compartir la Bioética, que nunca reaccionó con agresividad, sino con respetuoso silencio, a nuestro pluralismo llano.

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Redacción Minuto30

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