Este tiempo, signado por el desempleo, el hambre, la miseria, y la muerte misma que se nos ha metido en todas partes revestida de violencia y de coronavirus, nos está recordando a gritos que la pérdida general de valores esenciales, es causa directa de todos los males de Colombia. La sociedad de consumo, entronizando salvajemente el poder del dinero, ha incorporado hasta en el más inocente de los colombianos, la creencia de que sólo éste (el dinero) valoriza, aprestigia y salva. ¡Es el momento del mundo posmoderno! El mundo donde reina el consumo y nada valen los valores.

El postulado es claro, y la sociedad entera lo ha incorporado ¡como la única cultura posible!: desde la familia más humilde, hasta la más encumbrada, acepta y predica el “cuanto tienes, cuanto vales”. Ello echa por tierra todo lo demás: cultura patria, sentimientos, tradiciones, espiritualidad, capacidad de trabajo, dignidad, espíritu humanístico, arte, estética, estudio, poesía, solidaridad, altruismo, hermandad. Todo lo que no se traduce en rendimientos económicos, está negado, proscrito; está destinado al repudio, a la burla soterrada o abierta, o simplemente al olvido.

Ya el hombre no vale por lo que tiene en su corazón, sino en su bolsillo. Así, se cultiva la política no para servir sino para saquear y acumular; las dignidades se usan como posición privilegiada para delinquir; se hacen negocios para sacar ventaja, se participa en las juntas para sacar tajada; en algunos casos, la sed de tener se hace tan insoportable, que si es necesario recurrir al crimen para ello, se llega a él sin ningún reato de conciencia, barrera moral o temor por la ley.

Esta sed de “tener” a como dé lugar, ha hecho de los bienes naturales mismos un bocado tan suculento y deseable, que los enajenados por el tener se han lanzado “a por ellos” (como dicen los españoles), por encima de las naciones, por encima de las comunidades, por encima del ecosistema, por encima de las fuentes de agua, por encima de la vida misma.

Estas reflexiones, porque me acaba de llegar la triste noticia de que en Abriaquí (uno de los más queridos, tranquilos y tradicionales municipios de nuestro Occidente antioqueño), “hay alarma por la posible llegada de la minería a gran escala”. Triste, porque este pequeño municipio es un territorio de marcada vocación agrícola y considerado estratégico en materia ambiental, dada su cercanía al Parque Nacional Natural de las Orquídeas, al distrito de manejo integrado Alto del Insor y al Nudo de Paramillo.

La denuncia es clara, en el sentido que la empresa canadiense Fenix Gold Inc., viene impulsando un proyecto de extracción minera de oro a gran escala, mientras que los ambientalista y la comunidad en general, consideran que : “este proyecto sería arrasador para el territorio”. Es de anotar que la experiencia minera en Buriticá, su municipio vecino, no es nada agradable y menos recomendable para el resto de municipios del querido Occidente de Antioquia.

A esta realidad, agreguemos las denuncias reiteradas por los habitantes de buena parte de los municipios de nuestro Suroeste. Hace poco, ante la arremetida de las multinacionales mineras, en una de los tantos encuentros en la zona, “con la consigna de ¡Estamos defendiendo la vida, no estamos luchando por cualquier cosa!, más de 300 campesinos, provenientes de veredas y corregimientos de Fredonia y Venecia, en una reunión informativa denominada ‘La minería de oro a gran escala puede acabar con Venecia’, organizada por la Mesa Técnica del Suroeste y del municipio de Venecia, y que contó con la participación de organizaciones sociales y ambientales, varios concejales en ejercicio, 2 alcaldes de la región, así como el acompañamiento y la preocupación manifiesta del exdiputado Norman Correa Betancur (amante como el que más del idílico Suroeste), se socializaron preocupantes cifras, hechos y datos que las comunidades escucharon con visible preocupación, basados en información de la Secretaría de Minas de Antioquia; de los hallazgos de la Mesa Técnica, y vivencias de los pobladores mismos, que día a día ven cómo la topografía, el ambiente y hasta el agua de sus territorios se transforman con los procesos exploratorios de empresas extranjeras.

Uno de los datos, y quizá el más polémico de todos, es que ‘el 81,7% de la superficie de Venecia está titulada o solicitada para actividad minera’. Así consta en el documento ‘Caracterización del municipio de Venecia – Titulación Minera’, de la Secretaría de Minas. Es de aclarar que la multinacional canadiense Bellhaven Copper and Gold Company, llegó a la zona hace aproximadamente 10 años, y aunque en todo este tiempo solo ha realizado perforaciones exploratorias, son claras las denuncias de la comunidad sobre presuntas afectaciones a los acuíferos, en especial en la zona del corregimiento La Mina, que geográficamente funciona como frontera entre Fredonia y Venecia”.

En Colombia el 70 % de la explotación minera está en manos de las multinacionales, a quienes sólo les interesa el saqueo: el “tener”, por encima de las comunidades. Y lo hacen saltando con extrema facilidad las normas que regulan la explotación minera. En general, la minería multinacional viene ocasionando problemas sociales y ambientales a lo largo y ancho de la geografía nacional y la historia patria: baste para ello citar los problemas sociales y ambientales generados por la minería en los propios cerros de Bogotá, el cambio de vocación agrícola de Caramanta por proyectos de transnacionales Canadienses; la situación de nuestro cercano Buriticá; la situación social, económica y de violencia en Zaragoza, Remedios y Segovia; en los municipios del Bajo Cauca; la incertidumbre que genera la explotación minera a gran escala en el Páramo de Santurbán; Cerro Matoso y la destrucción ambiental y daños a la salud en Pijao; lo que ocurre en el Páramo el Almorzadero, la situación del Páramo de Pisba, lo que está ocasionando la locomotora minera de Tasco; la contaminación, el deterioro ambiental y el desplazamiento en el Cesar, víctima del carbón de las transnacionales. Longa y dolorosa sería la lista completa.

Lo cierto es que el propio Código de Minas de 2001 (Congreso de Colombia, 2001), se constituye en una estrategia orientada a eliminar los obstáculos y crear condiciones para una mayor participación del capital privado en los procesos extractivitas, y a esto súmele decenas de funcionarios públicos y privados, para quienes la lenteja, la dádiva o la canonjía, es más importante que el agua que se toman, el aire que respiran, su comunidad o su nación. ¡Mejor el tener que el ser! Es la consigna generalizada.

Triste noticia la de Abriaquí, una comunidad laboriosa y pacífica del Occidente cercano de Antioquia, de apenas 290 km², y cuyo casco urbano sólo llega a 1 km². Su asentamiento humano data de tiempos prehispánicos, aunque los registros históricos basados en crónicas, dan cuenta de la llegada de Juan de Badillo en el año de 1537, al mando de 300 soldados, más de 100 esclavos negros y muchos indígenas. Pero no contaba (Juan Badillo) con que esta zona era parte del dominio del cacique catío Toné, quien encabezaría la insurrección indígena contra los invasores españoles. “Fueron muchos años de guerra en los que valerosamente, los caciques Toné, Yutengo y Quinunchú, defendieron la tierra abriaquiseña, ante la invasión española”. Los apelativos que tradicionalmente se le han dado a este municipio son: Acuarela Natural, Remanso de Paz y Pesebre de Antioquia.

De llegar la minería a gran escala a las tierras de Abriaquí, mucho me temo que no hallen a Toné, Yutengo o Quinunchú, para defenderlo; y de contera, poco quede de acuarela natural, se agote rápidamente el remanso de paz y se apague por siempre el pesebre de Antioquia.

Triste realidad, la que tiene destrozada a Colombia y a buena parte del mundo: El hombre ya no vale por lo que tiene en la intimidad de su alma, sino por lo que tenga en su bolsillo. Ya no es contenido sino continente; ya no es espíritu sino materia traducida en dinero. A esta realidad, ni mil pandemias han de cambiar la pobre condición humana, y su sed diabólica de “tener” en vez de “ser”, grita al viento los versos del Maestro Valencia, consignadas en su inmortal Anarkos:

(…) “ya los perros sarnosos / se tornaron chacales. De ira ciego / el minero de ayer se precipita / sobre los tronos. Un airado fuego / entre sus manos trémulas palpita, / y sorda a la niñez, al llanto, al ruego, / ¡ruge la tempestad de dinamita! / ¡Son los hijos de Anarkos! Su mirada, / con reverberaciones de locura, / evoca ruinas y predice males: / parecen tigres de la Selva oscura / con nostalgias de víctima y juncales”. (…).

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Redacción Minuto30

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