Dentro del gran gallinero humano el quiquiriquí del gallo machista ha opacado por muchos siglos y de paso amilanado la autoestima de la mujer, dado que ha impuesto el sexismo en el que el varón es un rey exento de críticas por su desaforada actividad sexual, más bien se sobrevalora la práctica sexual en ellos y se condena la hiperactividad sexual en las hembras; esta clara desigualdad no conviene ni a hombres ni mujeres. Esta falsa superioridad sobre la mujer que concede la cultura patriarcal nos torna también atemorizados de entablar una relación con quien no consideramos igual. Somos más productivos y por eso tendemos a pagar casi todo lo de las mujeres, el sexo también se mercadea directa o indirectamente en las relaciones de pareja y por ello en esa transacción pretendemos engañar al sexo femenino subvalorando su belleza, encanto y dulzura, aun cuando igualmente las hay irritables, histéricas y dominantes.

La interrelación hombre-mujer está marcada por un oculto resentimiento de ellas, ya que se perciben discriminadas o estigmatizadas. Una rabia contenida, una laceración del alma a la que ha estado expuesta por siglos determina la poca armonía que existe en algunas relaciones matrimoniales, especialmente en las de la unión convencional, de allí la algarabía social que se ha hecho en los últimos años con el feminicidio, el que dicho sea de paso, ha imperado por mucho tiempo, fenómeno producido por el manejo inadecuado de los celos y el apego enfermizo de los hombres por una dama que muchas veces ya no desea proseguir una convivencia de maltrato y agresividad permanentes.

La versión edulcorada de la pareja que comprometida en matrimonio se es fiel, leal y dispuesta a socorrer al otro, ha perdido mucha credibilidad social, de donde se explica el por qué las gentes se casan menos, se soportan poco y se separan en demasía.

Rosa Montero, una aguda y bien documentada periodista y psicóloga española, lleva varias décadas escribiendo en contra del sexismo machista y reivindicando el sexo llamado débil o femenino. En su más reciente libro insta a sus congéneres en términos que hace comprender la ira reprimida en las mujeres del universo: “Abramos nuestras fauces de dragones y escupamos fuego”, es una de las mordaces citas de su libro “Nosotras”, editado en el primer semestre de 2018. Se lamenta Montero que en Sudáfrica la mujer sea moneda de cambio cuando en realidad, queramos o no aceptar, lo es todo el mundo. Los amores modernos, gústenos o no, están fundados en intereses económicos; los de otros tiempos fueron románticos y platónicos, los actuales materialistas y pragmáticos, lo que además debe ser objeto de celebración y no de repudio.

El igualitarismo hombre-mujer todavía está por ser llevado a un estado más realista; ni siquiera en la poderosa y culta Europa unida del siglo XXI, la mujer es tratada con igualdad frente al hombre, la emancipación femenina ha avanzado, pero lejos está de alcanzar un cuadro de igualdad frente al género masculino. Las familias ricas de clases altas de muchos países del mundo casan a sus hijos bajo criterios materialistas y de intereses económicos claros. Los judíos, dueños de buena parte de la fortuna y riqueza mundiales, no permiten que uno de los suyos se case con otro de religión distinta y casi siempre buscan proteger el capital acumulado por medio del matrimonio religioso.

Los bailes y las fiestas eran en tiempos pasados no muy lejanos el escenario para que las familias expusieran a sus hijas casamenteras al mejor postor; tal práctica la cumplen hoy las damas por intermedio de las redes sociales, no usan más que instrumentos de los que se valen personas de ambos sexos para promocionarse laboral, social, económica y sexualmente. Existen mujeres conscientes que el dinero compra amor, sexo y compañía. Demi Moore y Madonna son dos ejemplos de que el capital erótico y económico son compatibles y que los sentimientos y emociones no son superiores al cálculo monetario. Esta es la verdad manda y livianda por la cual no hemos de extrañarnos ni sumirnos en discursos moralistas. El intercambio de atractivos físicos y sexuales está a la orden del día y son los gimnasios los templos, junto con las discotecas, las pasarelas donde se ejerce el ritual de emparejamiento que antes concertaban los padres por sus hijos o lo realizaban los enamorados con un marcado sabor espiritual.

Los psicólogos modernos aceptan que existen negociaciones en torno a la sexualidad y la convivencia antes del matrimonio; los casamientos en Hollywood no desmienten esta concepción; el trato matrimonial entre Aristóteles Onassis y Jakie Kennedy a mediados de los sesenta del siglo XX, lo patentiza.

El sexismo que valora el capital erótico y sensual de la mujer no es condenable, lo que es el que la infravalora, la subestima y la considera inferior. Bienvenida toda práctica que reivindique a las mujeres en los mismos términos que es el hombre: hiper sexual dueño de su cuerpo, malvado carnalmente y desinhibido en las artes amatorias.

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Redacción Minuto30

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