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Se fue apagando el espíritu

Por: Carlos Mario Cortés Rincón

Se fue apagando el espíritu

Resumen: Tristemente la sociedad vive y experimenta todo con una rapidez inusitada; a nadie le alcanza el tiempo, todo es para ya, nadie hace pausas en el camino, todo es acelerado, inclusive la navidad. En mi niñez el día más largo del año era el veinticuatro de diciembre, era incontrolable la ansiedad a la espera del Niño Jesús, o Niño Dios como le llamábamos

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Siendo un adolescente me pasó algo tan curioso que solo con el devenir de los años pude entender; resulta que mi madre me mandó a barrer la casa, con desgano y a regañadientes empecé a mover la escoba en medio de una parsimonia tal que cuando mi madre me vio dijo: “póngale espíritu a eso, póngale ganas, que se note que está vivo…”. Ya adulto recordé aquel día y las palabras de mi madre; invadido por la curiosidad hablé con un amigo sacerdote a quien le pregunté acerca de la diferencia entre alma y espíritu, sin titubeos me respondió que el alma es algo interior, mientras que el espíritu es la fuerza que le da vida al ser.

Traigo a colación el tema porque he escuchado, por todos lados, que la navidad no es la misma, que no parece que fuera diciembre, lo que me lleva a pensar que el espíritu de la navidad poco a poco se ha ido apagando. Precisamente en estos días leía un articulista de un reconocido periódico, quien se quejaba de esa bendita manía de querer adelantar la navidad, es un acelere tan pronunciado que cuando esta llega ya estamos cansados de escuchar música, propagandas y demás anuncios decembrinos.

No pretendo polemizar entre quienes estén de acuerdo y quienes no, pero, lo cierto es que el espíritu navideño poco a poco se ha ido perdiendo, apagando o desapareciendo. Escucho las quejas de algunas personas aduciendo que en tiempos pretéritos la navidad era mejor. Y es que tantos afanes y las ganas de importar productos y costumbres extranjeras, fueron extinguiendo el espíritu decembrino.

Tristemente la sociedad vive y experimenta todo con una rapidez inusitada; a nadie le alcanza el tiempo, todo es para ya, nadie hace pausas en el camino, todo es acelerado, inclusive la navidad. En mi niñez el día más largo del año era el veinticuatro de diciembre, era incontrolable la ansiedad a la espera del Niño Jesús, o Niño Dios como le llamábamos, nada de Papá Noel o Santa Claus. Nos decían que el Niño Jesús entraba a la habitación por algún huequito. Cuando empezaba a oscurecer e iba llegando la noche, el tiempo parecía detenerse, nos invadía ese espíritu navideño con unas ganas inmensas de irnos a dormir, a la espera del anhelado traído. Hoy hasta los niños más pequeños saben que el Niño Dios es la tarjeta de crédito del papá.

La navidad la vivíamos con ganas, con verraquera, con esa fuerza que nos daba el espíritu navideño; recuerdo que mi casa y, la de los vecinos olían a musgo, a buñuelo, a natilla, olores donde iba impregnado ese ambiente de navidad. Aún persisten en mi memoria las casitas de cartón que poníamos en el pesebre, había una iglesia y varias casitas alrededor, los patos los montábamos sobre un espejo que semejara un lago, las ovejas vivían caídas en su rebaño, María y José tenían su camino hecho con aserrín que nos daban en la carpintería del barrio. Las novenas eran lo más acogedor, salíamos de una novena y entrabamos a otra, con decir que los vecinos se ponían de acuerdo en los horarios para que nosotros, los niños, pudiéramos asistir. Ese espíritu novenario lo acabó la modernidad, hoy hacen novenas familiares donde es más lo que comen y beben que lo que rezan. Así han ido matando el espíritu navideño.

Traigo a mi mente las navidades de mi niñez, cuando en un barrio faldudo barríamos y aseábamos las calles llenándolas de cadenetas con plásticos de múltiples colores, era la época de los vecinos y no de los copropietarios, los buñuelos rodaban de mesa en mesa y la natilla abundaba. “Cada época trae su afán”, hoy la navidad se vive más en los centros comerciales, las nuevas generaciones prefieren comidas exóticas; con decir que hace pocos días escuché a una joven decir “gas la natilla”, mientras que otra más gomela replicó “parce, yo no sé como se comen eso”. Tristemente no falta quién o quiénes creyéndose estrato veinte caminan los centros comerciales sin un peso en sus bolsillos, pero, eso los hace creer que son adinerados. De mi parte, pobre, remendado pero feliz, que lindas fueron mis navidades, a nadie le tenía que aparentar. ¡Ah!, otrora la pólvora y los globos eran cosas de adultos, los niños corríamos detrás de los totes y los chorrillos, imposible olvidar que los más necios de la cuadra amarraban una esponjilla “bon bril” con cabuya, la prendían y la empezaban a girar tirando chispas y chispas para todos lados. Aunque era un espectáculo, hoy reconozco lo peligroso del asunto, afortunadamente no pasó nada malo. La calle, o mejor, la cuadra era de todos, la alegría se sentía, los niños corrían, los jóvenes enamoraban, los grandes bailaban, los abuelos rezaban, había ese espíritu de navidad. Hoy estamos condenados al encierro en los conjuntos residenciales o apartamentos donde todo es silencio.

Para terminar, quiero decir que, tal vez, esta navidad, no faltará quien o quienes pasen tristes al estar lejos de sus familias, y, no por vivir lejos de ellas, sino por problemas familiares que los han distanciado, cuántos primos, hermanos y hasta padres con sus hijos no se dirigen siquiera una mirada, lo que hace más tenue ese silencio familiar, en ellos el espíritu de la navidad sí que murió, lo digo porque para mí, la navidad es amor. Como si fuera poco cuántos ancianos vivirán esta navidad encerrados en un cuarto trasero huyéndole al ruido y, otros más, encerrados como muebles viejos para que no estorben en medio de aquellos festines. Unos beberán de alegría, pero también algunos lo harán de tristeza, de ahí que la navidad sea una, pero las realidades muchas, lo que más provoca dolor en mis entrañas humedeciendo mis ojos, es saber que muchos niños, en medio de una pobreza absoluta, se quedarán sin regalo y cuando despierten la noche de navidad buscarán bajo su almohada y no habrá nada, absolutamente nada.

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Redacción Minuto30

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