Así terminó el fatídico relato de aquel profesor de lentes gruesos y aspecto menudito quien de manera detallada narró el suicidio, hace pocos días, de una niña de escasos catorce años.   Quienes lo escuchamos atentamente quedamos sin palabras y, como por arte de magia el tinto que me tomaba perdió su encanto.  En ese preciso instante, de modo, tiempo y lugar, mi cerebro empezó a procesar un sin número de interrogantes, esto porque en tan solo un mes he sabido del suicidio de tres adolescentes y un adulto.  Fue así como en medio de una mezcla rara de preocupación, angustia y desasosiego empecé a indagar sobre el tema en periódicos y revistas virtuales.  Después de esculcar en Google encontré, en las páginas de Medicina Legal, que en el último año los suicidios en Colombia han aumentado en un 10 por ciento, teniendo en cuenta que en promedio se suicidan dos mil personas al año, es decir, el equivalente a llenar cincuenta buses con capacidad para cuarenta pasajeros cada uno.  Después de leer y releer el informe de Medicina Legal y sabiendo que el suicido va en un aumento desmesurado, lo más sorprendente fue saber que hay registros de niños de seis y siete años que se están quitando la vida.

Yo me pregunto, ¿qué puede estar pasando por el cerebro de un niño para maquinar minuciosamente un acto tan fuerte como lo es quitarse la vida?  Indiscutiblemente la sociedad ha cambiado, y mucho, con decir que a mis siete años yo andaba construyendo, con  dos tarros de “lecherita” y un pedazo de pita, un teléfono inalámbrico, saltábamos lazo, corríamos y brincamos como loquitos por todos lados, éramos felices.  Hoy no pocos niños tienen el mejor celular, ropa costosa y los más atractivos juegos electrónicos, pero les falta lo más importante, la familia.  Hace rato estoy escribiendo y pregonando, en diferentes espacios académicos, que “la escuela está enferma” y, la familia también lo está, yo diría que más grave aún la familia que la escuela, esto porque hace poco supe de un papá que le dio a su hijo, de cuarto grado de primaria, una navaja “patecabra” para que se defendiera en la escuela y no se dejara joder de sus compañeros.

Con relación al suicido infantil haré algunos comentarios de lecturas que sobre el tema hice en los últimos días.  Para empezar quiero decir que la “infelicidad” puede ser la primera causa de suicido, esto porque los niños no están siendo felices aun teniéndolo todo, el tedio, la monotonía y el desgano hacen que la vida no les sonría.  Acerca del tema, no debemos olvidar las palabras de nuestro Nobel, Gabriel García Márquez, quien dijo “No hay medicina que cure lo que no cura la felicidad”. Entre tanto otro ingrediente que también lastima es la separación de los padres, eso genera angustia en los niños a la vez que afecta su rendimiento escolar, a lo anterior se suma que la escuela se hace aburrida debido al matoneo y la poca atención de algunos profesores hacia sus estudiantes, de ahí que la “soledad”, como ese compañero inseparable de nuestros niños sea ese segundo componente que está haciendo mucho daño a las futuras generaciones, nuestros niños se sienten solos, muy solos, la soledad los está acorralando, tienen miles de amigos virtuales pero muy pocos reales.  Un tercer ingrediente que detona ya en el suicido es el “sufrimiento”, el niño empieza a sufrir solo, a angustiarse en su soledad, es así como, “infelicidad”, “soledad” y “sufrimiento” se convierten en el coctel perfecto para llegar a la depresión, enfermedad de moda en el siglo XXI que hace que al suicida se le cierren todas las puertas y decida acabar con su vida.

De mi parte quiero llamar la atención diciendo que, cuando alguien manifieste deseos de suicidarse por favor no lo reten, desafiándolo y provocándolo no consigue nada bueno, invítenlo a dialogar a hacer catarsis.  Con mayor razón cuando se trata de niños, ahí debemos estar muy atentos ya que para el suicida en potencia la sociedad va muriendo lentamente, para él la sociedad muere por eso él también decide morir.  Los padres de familia deben prestar mayor atención a los hijos y no considerar que ellos sufren por idioteces, la verdad debemos detener ya esa sociedad expulsora, aquella donde los niños parecen no nacer sino ser expulsados, arrojados a un mundo donde en no pocas ocasiones son rechazados hasta por sus mismos padres.

Para terminar quiero decir que en mi largo ejercicio docente he vivido el suicido de varias de mis estudiantes, una de ellas, Viviana, a quien recuerdo con cariño y respeto, tal vez si los profesores y la familia la hubiésemos escuchado más no se hubiese suicidado. Pasados unos meses de ese trágico suceso la familia hizo llegar a mí sus escritos, los que guardo como un tesoro. En homenaje a su memoria comparto un fragmento de unos de sus poemas que tituló La Muerte “Quisiera imaginar mi muerte como la más especial de todas, quedar dormida e ir al señor vestida de blanco.  Descansar por toda la eternidad. El día que toque mi puerta la recibiré sin miedo, te esperaré sentada en la silla de la entrada, ven pronto, quiero ser feliz”. A Viviana y todos lo que han tomado la decisión de adelantar su partida, la verdad se les recuerda mucho, de mi parte no queda sino decir que ojalá le prestemos más atención a este tema desde la casa, desde la escuela.

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Redacción Minuto30

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