En los últimos años de mi vida personal, laboral y política me he visto rodeado de varias mujeres, muchas de ellas con formación en pensamiento crítico, feministas, mujeres de pensamientos de avanzada, diversas y con una potencia única, mujeres que de ninguna forma han sido una suerte de comité de aplausos, por el contrario, me han confrontado, me han cuestionado, me han hecho caer en cuenta de mis errores, de mis privilegios de hombre y de cuan profundo actúa el patriarcado en la sociedad y en la psiquis de las personas.

No quiero entonces identificarme como un aliado, como un traidor del patriarcado, o como una persona en proceso de deconstrucción, porque aunque debo decir que he hecho muchos esfuerzos para reflexionar y cambiar varios comportamientos que refuerzan y validan el patriarcado, aún estoy lejos de ser un hombre que logre al menos llevar a la práctica otro tipo de masculinidad, sin embargo, cada vez es más evidente para mí que he gozado de privilegios por ser hombre de los que no han gozado mis compañeras aun siendo excelentes personas y profesionales excepcionales, por eso traigo al debate una reivindicación que me parece más que pertinente.

En la cotidianidad del trabajo y de la vida, hemos ido identificando la violencia simbólica que el patriarcado ejerce sobre las mujeres y de la cual, no me cabe duda, los hombres hemos aprovechado para obtener privilegios de todo tipo.

Mi equipo está compuesto en su gran mayoría por mujeres todas inteligentes, brillantes, trabajadoras, críticas, responsables, honestas, solidarias y seguramente cualquier persona, al conocer sus cualidades éticas y profesionales, quisiera tenerlas en sus equipos, pero, sobre todo, en ellas he identificado una cualidad irrefutable para construir trabajo colectivo.

En conversaciones de confianza y camaradería, nos hemos dado cuenta de que varias de ellas sufren de endometriosis, ovarios poliquísticos, miomas y otras enfermedades o dolencias uterinas. Estas enfermedades hacen que durante diferentes etapas de su periodo sufran de fuertes cólicos, dolor de cabeza, náuseas, fatiga, sangrado por varios días en diferentes días de su ciclo, que dificultan que puedan llevar a cabo sus labores y tareas.

Revisando datos, La Asociación Colombiana de Endometriosis e Infertilidad estima que aproximadamente 3,5 millones de mujeres en Colombia padecen esta enfermedad. Varias compañeras de mi equipo la padecen y se dieron cuenta muchos años después de que sus síntomas durante su periodo no eran normales y la padecían, lo que corrobora que uno de los problemas principales es el diagnóstico tardío.

Esto ocurre fundamentalmente porque a raíz de la violencia simbólica que ejercemos sobre las mujeres, tendemos a naturalizar sus dolores y síntomas, por tanto, no parece importante diagnosticar a tiempo algo que parece normal. El Estado ha guardado silencio y el sistema de salud es inoperante a la hora de diagnosticar.

A mi juicio y partiendo de las realidades que veo en las mujeres cercanas, considero más que justo que las reformas al sistema de salud sean efectivas a la hora de superar este tipo de fallas generadas a raíz de la naturalización de la violencia simbólica que la sociedad ejerce sobre las mujeres y avanzar en diagnósticos oportunos que permitan de alguna forma generar condiciones de equidad e igualdad para que las mujeres continúen sumando victorias a partir de la exigencia de sus derechos.

Es importante entonces como sociedad tomemos la decisión de materializar acciones concretas que permitan zanjar deudas históricas que han permitido que el patriarcado se perpetúe y que por diferentes razones los hombres tengamos siempre ventajas y privilegios por los que nos ha sido más fácil llegar a cargos de dirección y toma de decisiones, pero además, que en todos los aspectos de la vida naturalicemos que para las mujeres todo es más difícil y sufrido, en ese sentido, la licencia menstrual es una medida afirmativa en esa vía y son las entidades públicas las llamadas a dar el primer paso. Abramos el debate en nuestra ciudad.

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Redacción Minuto30

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