Admito con mucho respeto no estar de acuerdo con las pruebas que realiza el Estado para medir la calidad de la educación en el país, las pruebas no están diseñadas para medirlo todo, son solo la fotografía de un día, no de un proceso académico serio. Hace algunos años en el sur del país, en un lugar recóndito y selvático donde no llega el Estado, los estudiantes del grado undécimo se vieron enfrentados a ejemplos con fraccionarios hechos con pizzas; media pizza, un cuarto de pizza, un octavo de pizza… algunos de ellos peguntaron qué era eso que llamaban pizza.

La preocupación del momento es que de manera repetitiva las Pruebas Saber 11 vienen en caída libre, demuestran los resultados (2021) que estamos ante un retroceso en términos educativos, de 500 puntos posibles, el promedio nacional fue de 250, cifras no muy alentadoras.  Traducen las pruebas que en vez de avanzar, los futuros profesionales y dirigentes del país, están llegando a la universidad mal preparados. En su momento, cada gobierno trata de quedar bien aduciendo que ha hecho todo por la educación del país y, como siempre cuestiona los resultados cuando estos no le son favorables, esta vez la pandemia tiene la culpa, “desde que las disculpas se inventaron nadie queda mal”.

Puede sonar un poco fuerte lo que voy a decir, la verdad siempre será incomoda. ¡Nuestros estudiantes no saben leer!, el sistema educativo nuestro está diseñado para que la lectura no sea un objetivo primordial en el proceso académico. Lo he comprobado muchas veces con mis estudiantes, algún día quise escucharlos leer, nunca ridiculizarlos, fue así como los hice partícipes de una lectura programada en clase de Epistemología de la Pedagogía, uno a uno debía leer en voz alta un párrafo asignado, ¡oh sorpresa!, quedé sin palabras al darme cuenta que, algunos no sabían leer.

El gaguear sumado a la mala acentuación que daban a las palabras me llenaron de tristeza al saber que estaba frente a unos jóvenes convertidos en analfabetas funcionales, es decir, personas que saben leer, pero que no entienden lo que leen, luego les preguntaba por lo leído y no sabían que decía el texto. Como docente me di a la tarea de hacer cuentas acerca de los profesores que intervienen en la vida académica de un joven que esté cursando noveno grado de bachillerato, ¡increíble!, aproximadamente ochenta y seis profesores ha tenido ese joven en sus aulas y lo han graduado y promovido sin saber leer, lo que equivale a decir que leer no es importante. Aclaro que no todos padecen este mal, algunos leen muy bien y son buenos lectores, desafortunadamente muy pocos.

Sigo con mi cantaleta, la escuela no debería enseñar tantas cosas inútiles, debería enseñar solo a leer, escribir y pensar, con pensar me refiero a saber hacer y responder preguntas. No se trata solo de preguntar por el qué se hace y cómo se hace, sino de inducir al estudiante al pensamiento crítico, llevándolo al para qué se hace, y, qué sentido tiene lo que se hace. Reconozco que elaborar buenas preguntas no es fácil, “ni tanto que queme al santo, ni tan poquito que no lo alumbre”, no se trata de hacer preguntas tontas, pero tampoco que ni siquiera aquel que las formula las puede responder. Está comprobado y demostrado que el problema de algunos jóvenes para acceder a las universidades es no saber leer e interpretar las preguntas, y cómo hacerlo si no les enseñaron a leer y menos a pensar. Leer, escribir y pensar serían la fórmula para tan grave enfermedad.

Una vergüenza más fue el bochornoso episodio “académico”, ocurrido hace pocos días, a una niña no le permitieron entrar a clase por no llevar puestos los zapatos que el colegio exige; como si los zapatos fueran fuente de inspiración al conocimiento. Lo ocurrido abrió de nuevo el debate frente a los uniformes en el ámbito educativo, unos a favor otros en contra. No pretendo entrar en la discusión, lo digo porque en mi escuela nunca me uniformaron, yo iba a la escuela con la ropa que tenía, así fuéramos remendados nadie se fijaba en nadie, nunca supe de burlas por la forma de vestir.

Aducen los defensores del uniforme que la idea es que todos asistan a la escuela igualmente vestidos. Argumentan también que el uniforme da identidad, yo pregunto, ¿identidad de qué?, yo no tuve uniforme y amo mi escuela “República de Honduras” en la ciudad de Medellín. Me da por pensar que quienes así piensan están creyendo que la identidad es sinónimo de igualdad, como si en la diferencia esta no pudiera darse. Una cosa es la identidad en términos culturales, y otra muy distinta en términos de la lógica aristotélica.

Repito la anécdota de cuando siendo niño mi hermano Orlando me llevaba al estadio, nos podíamos sentar en cualquier lugar, no existían las camisetas, por lo tanto, todos éramos iguales así nos gustaran equipos diferentes. Los guetos y las peleas, con muertos incluidos, aparecieron cuando los uniformes (camisetas) le dieron a las barras “identidad”, como si el amor por el equipo lo diera una prenda de vestir. La educación no puede pensarse solo en pruebas y uniformes, no, la educación debe estar más allá de maquillajes, leer, escribir y pensar.

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Coda: nunca olvido aquel estudiante, que me escribió alma con h, (halma), ojalá llegue al reino de los cielos.

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Redacción Minuto30

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