Balances negativos. Amedrantamientos. Fenómenos de afectación multidimensional. Paredones. Podría hacer un recuento de los rasgos que vuelven a ser dominantes en las conmemoraciones de cada 10 de diciembre. Pero tocaré un tema igualmente urgente, aunque claramente más ignorado, en materia de derechos humanos:

Muchas personas expresan preocupación porque mientras en determinados asuntos es evidente el excesivo garantismo que estaría caracterizando a los sistemas jurídicos de los estados occidentales contemporáneos, en otros las garantías son casi nulas.

Se argumenta entre otras cosas, que esta actitud desvía al Estado de su rol contractual originario convirtiéndolo en paternalista, que pone en crisis permanente a las finanzas públicas y que constituye una posición irresponsable al enfocarse en promesas de imposible cumplimiento.

Además, se ha postulado que todo ello a la larga terminará generando una bomba de malestar popular, que desencadenará previsiblemente en rupturas dolorosas y estructurales del orden social existente.

Seguramente hay actitudes excesivamente garantistas en ciertos ámbitos, pero la conveniencia, sostenibilidad y realismo del modelo garantista se alcanza de manera natural con un mayor trabajo en la construcción de una cultura de los deberes:

Los deberes, lejos de ser antagónicos a los derechos, son elementos inmanentes a ellos.

Los derechos se poseen a la manera de elementos patrimoniales, no como regalos:

Implican posibilidades que benefician a su titular, pero también otras que le implican limitación, auto restricción y sacrificio.

Por ejemplo, tengo el derecho de opinar, y el privilegio de hacerlo aquí. Pero también el deber de no calumniar ni injuriar, el de no incitar a la violencia, al odio o a la discriminación, entre otros.

En esta sociedad todo el tiempo hablamos de derechos y, muy pocas veces, de las obligaciones correlativas a estos.
Sin embargo, del cumplimiento de los deberes de cada cuál, depende la efectividad de los derechos ajenos. Mi impresión es que las graves deficiencias en ejercicio de derechos humanos, tienen otro causante principal.

No es solo el Estado, visto como responsable de todos los problemas.

No es solo el mercado, al cual mal podríamos pedirle que dicte sus propias directrices, ni que funcione perfecto, ni que corrija solo sus propias fallas.

Somos también y en primer lugar nosotros mismos, como miembros responsables de una comunidad interdependiente. Y en eso hemos venido fallando de manera estruendosa.

La educación superior es un gran ejemplo de lo anterior: La presión social al Estado viene dada en términos de respetar la autonomía universitaria, pero normalmente no en términos de la responsabilidad que atañe a cualquier tipo de autonomía, por ejemplo en la rendición de cuentas sobre la administración transparente, eficiente y efectiva de los recursos públicos cuyo manejo se les confía o en la prevención, represión y denuncia de los hechos ilegales y delictuosos que ocurren al interior de algunas instituciones.

Otro tanto acontece con los manifestantes de todo tipo. Mucho se habla del derecho a la protesta social y muy poco de la obligación que incumbe a los organizadores, convocantes y manifestantes de evitar los desmanes y responder por su ocurrencia.

Podrían citarse otros muchos ejemplos. Lo cierto es que se requieren mayores esfuerzos políticos, académicos, civiles, mayor determinación legislativa y judicial en orden a establecer la naturaleza, contenido y alcance de los deberes constitucionales.

Cuando hemos dedicado tanta tinta, años y esfuerzos de todo tipo a entender, categorizar y hacer justiciables los derechos, es necesario pensar en los deberes civiles y políticos, en los deberes sociales y en los deberes colectivos.

Esto permitirá pasar a una comprensión y a una práctica más realista que contemple la personalidad jurídica de todo ser humano en su completa extensión.

Pero más allá de eso, debe educarse en la cultura integral de los derechos y de los deberes. Debe hacerse visible esta relación a nuestros compatriotas desde su más temprana niñez.

Para no quedarnos en juzgar al Estado por todas las carencias en materia de derechos. Que miremos también lo que puede funcionar mejor en nuestros modelos de familia, en nuestros modelos de sociedad y en nuestra formación. Hablo de la educación formal. Pero también de aquella que sucede diaria y espontáneamente en nuestra relación con los demás.

Una cultura donde todos disfrutemos de libertades y garantías, pero también donde todos aportemos. Es decir, donde pueda existir un equilibrio. Una cultura donde la conciencia de cuanto nos pertenece no diluya nuestras responsabilidades con los semejantes.

Puede que este llamado no sea particularmente atractivo. Pero se escribe acogiendo una reflexión importante que dista de ser muy original, recogida incluso en las palabras de Gandi: “En la actualidad la gente solo se preocupa por sus derechos. Recordarle que también tiene deberes y responsabilidades es un acto de valor que no corresponde exclusivamente a los políticos”.

@ortegasebastia1

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Redacción Minuto30

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