Y… como por arte de magia, otra vez navidad. Sí, llegó la época del año que invita a la congregación, la unión y el amor fraterno, días sinónimo de comida, licor, música, regalos, bullicio y mucha algarabía. Es el mes en que todo sube, me refiero a los precios, pero, también hay quienes suben de peso, unos tres o cuatro kilitos de más. Es claro que la navidad ha sido y será siempre una, pero las realidades muchas y diversas, mientras algunos esperan la navidad con alegría y entusiasmo, otros quisieran borrar del calendario ese mes aciago que sólo les trae recuerdos tristes que les arrugan el alma, de ahí que no podamos pensar que las fiestas de fin de año las viven todos con la misma intensidad. Las circunstancias de unos son y serán muy diferentes a las de otros, en algunas familias la abundancia y el derroche serán sus compañeros en estas fiestas, mientras que otros, viviendo en medio de la pobreza, no tendrán con que comprar, tan siquiera, un simple dulce para sus hijos.

Dejando la tristeza a un lado y, admitiendo que he vivido muchas navidades, sigo sin saber qué es eso de tutaina, tuturumaina y tuturumá, pregunto y pregunto y, nadie sabe, como tampoco nadie me ha sabido revelar que es eso de antón tiruriruriru o quién es Adonai. Bueno, no todo es ignorancia, hace pocos años pude saber que un zagalillo es un pastor joven y adolescente, pero… seguiré esperando que una de tantas universidades existentes monte un postgrado en tutaina, tuturumaina y tuturumá, aunque no se aprenda nada, será innovador y, descrestaré a propios y extraños graduado en navidad con especialización en tutaina. Claro, ya graduado pondré mi cartón en el pesebre, como allí ponen de todo y cosas tan raras, he visto que las ovejas son más grandes que las casas o que los mismos pastores, y, no faltan los patos nadando sobre el papel celofán al lado de María, una mujer pequeña y escuálida que dio a luz un bebé que no cabía en su cuna y era más grande que los mismos camellos del desierto, algo ilógico pero muy divertido.

Sigo admitiendo que no todo tiempo pasado fue mejor, pero, tal vez, con mucho respeto, en términos decembrinos se pueda hacer tal afirmación. Otrora, la familia se congregaba en medio de la alegría y, mientras los unos daban vueltas alrededor de la paila batiendo el mecedor, otros fritaban buñuelos, hojuelas, empanadas y hasta chicharrón. Eran los tiempos en que los bombillos grandes colgaban de los árboles y la ciudad se iluminaba sin tanto sentido comercial, el chamizo o árbol de navidad revestido de algodón era el mismo en todos los estratos sociales. Recuerdo que los globos y la pólvora siempre eran un asunto de los adultos, de ahí que los niños mirábamos de lejos gozando con totes y chorrillos, hasta que aparecía el inoportuno, que nunca faltaba, girando una esponjilla amarrada con una cabuya a quemar a todo aquel que se atravesara.

En aquella época, o mejor en aquellos diciembres, el respeto y la sencillez hacían que la gente se reuniera sin miedos ni prevenciones, como era fin de año cualquier motivo era válido para beber y gozar, claro está que las razones y pretextos para bailar sobraban. Rumba no se le negaba a nadie, ya en plena navidad y cuando el diciembre estaba en todo su furor, todos eramos iguales, los vecinos compartían un plato de natilla y las puertas de las casas se abrían de par en par, la sala y algunas alcobas hacían las veces de pista de baile y en el tocadiscos daban vueltas los L.P. (Larga Duración) de Rodolfo y los Hispanos, el loco Gustavo Quintero y algunos temas groseros de Octavio Meza. No había necesidad de cursos de baile, el mejor curso era un par de aguardientes y la gente se alborotaba.

Imposible olvidar aquellas navidades cuando los vecinos eran verdaderos vecinos y se congregaban para adornar la cuadra con cadenetas hechas con plásticos de colores que marcaban la diferencia de un territorio a otro. Desafortunadamente, pasó el tiempo y las buenas costumbres y tradiciones se fueron perdiendo, dando lugar a otro tipo o forma de celebración, hoy la generación de la pizza, panzerotis, pasta y gratinados no gustan de la natilla y los buñuelos, les parecen cosas de viejitos. Algo que llama la atención es la generosidad del niño Dios de hoy, antes venía cargado de muñecas y carros sencillos, mientras que hoy los juguetes sobrepasan la imaginación de quienes no tuvimos juegos electrónicos o sofisticados.

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Redacción Minuto30

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