La semana pasada tuvo lugar el que es conocido como el puente más largo del año, porque abarca 4 días festivos: desde el jueves santo hasta el domingo de resurrección; muchas personas no trabajan esos días y otras más afortunadas no laboran durante toda la semana, que en realidad se extiende por espacio de nueve días, como quiera que el descanso comienza desde el sábado, víspera del domingo de ramos, hasta el domingo siguiente, cuando termina la Semana Santa. No es un secreto para nadie que estas “vacaciones”, como son tildadas por algunos, porque en verdad lo son, no solo por la cantidad de días, sino por las actividades que se hacen, un grueso de la población la dedica a tareas de ocio y de descanso más que a rezar, asistir a procesiones y expiar sus propias culpas, semanas antes se puede ver en periódicos y en televisión cómo las aerolíneas y las agencias de viajes promocionan viajes por doquier a nivel nacional e internacional, y es sabido que en la costa atlántica este período es considerado como temporada alta: hoteles, restaurantes, calles y playas abarrotadas de personas, que encuentran en estos días una buena época para el descanso y el disfrute.

Esta es una realidad que se vive cada año y que cada vez aumenta más y es también común, en las celebraciones religiosas, escuchar a los oradores quejarse por la, con relación al año o los años anteriores, poca afluencia de fieles, unas veces, y otras, porque una vez terminado el acto religioso, los fieles concurren a otro tipo de celebraciones, generalmente con licor incluído. Decía el sacerdote, en una misa a la que asistí el jueves santo en un municipio del suroeste antioqueño del que soy oriundo, que la gente se estaba tomando estos días para descansar y para tomar trago en lugar de dedicarle unas cuantas horas a Cristo, nuestro Salvador.

Muchas son las razones por las que cada vez menos la gente se emociona con la Semana Santa, en lo que a rezar se refiere, así diga una reciente encuesta que Colombia es un país más católico. Lo que sí es cierto es que cualquier cantidad de personas acude a celebraciones religiosas, bien sea por convicción, ora porque todavía hay rezagos de la educación que nos infundieron cuando pequeños: no tomar parte activa en estas fiestas católicas es un pecado. He podido percibir que muchas personas que no son buenos ciudadanos, ni buenos hijos, ni buenos padres, ni buenos patronos o trabajadores, etc., creen equivocadamente que entregándose a rezar o caminando largas jornadas, a veces descalzos, dizque pagando una promesa, se reivindican con ellos mismos o con la sociedad o quedan limpios de pecado.

Nada más alejado de la realidad, es absolutamente entendible dada nuestra condición de seres humanos que nos equivoquemos, pero la mejor manera de estar en paz con nosotros mismos y con los demás, es reconociendo el error o el daño ocasionado y hacer lo que esté a nuestro alcance para resarcirlo, es con hechos como se borran las malas acciones y puede que para ello en algo o en mucho ayude la oración.

Como en mayor o menor medida todos tenemos nuestra espiritualidad, me parece que la Semana Santa es una época muy propicia para dialogar con nosotros mismos, para reflexionar sobre nuestras vidas, para hacer un alto en el camino y mirar qué está bien y qué no, para organizar y revitalizar los objetivos propuestos y, sobretodo, para hacerlos realidad, estas cosas requieren meditación y tiempo para pensar en ellas, porque somos presas de múltiples actividades: el trabajo, nuestras tareas como padres e hijos, la universidad, la diversión, y no sacamos para tiempo, de verdad, para cosas fundamentales en nuestra vidas. Ojalá muchos hayan dedicado una cuantas horas al menos a esta importantísima labor, es muy sano para el alma, la tranquilidad y la paz interior.

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Redacción Minuto30

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