Quiero empezar esta confesión aclarando que conozco muy bien las acepciones negativas de la palabra vicio y que esta invoca la idea de lo maligno, lo dañino o lo funesto, algo a destacar, es que en nuestro entorno cultural, el vicio, está definido como hábitos, prácticas o costumbres carentes de moral que van en contra de la dignidad de la persona. Lo curioso es que sabiendo que el vicio tiene la connotación de algo negativo, es común escuchar personas que aducen estar enviciadas a algo que, no necesariamente sea malo o perverso, por ejemplo, tener el “vicio” de pasar por la misma panadería y no resistirse a comprar un pastel hojaldrado relleno con arequipe, almorzar o cenar dejando la carne para lo último, bañarse diario con agua caliente, dormir con la cabeza metida entre las cobijas, andar descalzo en la casa, en fin, prácticas sociales o cotidianas que algunos llaman vicios.

Teniendo en cuenta lo anterior, quiero parodiar algunas ideas con el ánimo de llamar la atención frente al tema, nunca pretendiendo ridiculizar a nadie y menos incitar a prácticas negativas. Sin más rodeos, quiero decir públicamente que soy adicto a la lectura, sí, me envició mi profesor de cuarto de primaria, don Carlos Correa, ah, pero quien me dio los primeros toques fue mi profesora de primero, doña Georgina Ochoa, de ella aprendí que la lectura es algo mágico y maravilloso, algo tan lindo que uno pasa la vista por esas líneas y hay un mensaje, algo que alguien me quiere decir. La verdad no he pensado nunca en dejar el vicio y, a mis años, ya no puedo vivir sin leer todos los días, volví la lectura uno de mis hábitos cotidianos sin el cual me siento incompleto cuando no lo hago.

Soy de aquellos que anda para todos lados con la “dosis personal”, cuando me toca esperar en una fila, en el metro, en un consultorio, donde me toque, voy sacando mi dosis y… a decir verdad “mi reino no es de este mundo”, me concentro y me desconecto del ruido social. Infaltable en las noches antes de dormir una dosis grande de lectura. Ahora, como el vil metal o dinero que llaman, ha sido escaso toda mi vida, no he podido tener todos los libros deseados, fue así como un día, cansado de ver en la casa el álgebra de Baldor y el pequeño Larousse, que de pequeño nada tenía, decidí afiliarme al “Círculo de Lectores”, un catálogo de ventas de libros a crédito, como aquel “almacén que fía porque confía en usted”. Libros a módicas cuotas para lectores de escasos recursos económicos, cómo cambia la vida, otrora vendían libros por catálogo, hoy venden cosméticos. Bueno, sin desviarme del tema debo aceptar que con libros fiaos caí en el vicio y, no lo pienso dejar.

A lo único que aspiro es poder contagiar y contagiar muchas personas con mi vicio, que leer se convierta en algo infaltable para niños y jóvenes, que la lectura sea esa aliada de todas las luchas, que en momentos de soledad la lectura sea esa compañera infaltable. Me agrada hablar y compartir un buen café con gente que lee, porque a quien lee se le nota, claro, se le nota en su discurso, en sus preguntas, en sus respuestas, en sus silencios. Siempre me ha parecido raro, muy raro que haya quienes compran libros por comprar, no los leen, los dejan en una biblioteca como un artículo más de decoración. Lo curioso es que posan de lectores e intelectuales, necios, los libros no son para decorar sino para ser leídos.

Con el paso del tiempo voy cayendo más y más en el vicio y no dejo de preguntarme cómo era posible que a nuestra generación nos castigaran con la lectura, era usual escuchar en la casa y en la escuela, aquella sentencia de “siga molestando y lo pongo a leer”. Y, efectivamente nos obligaban a leer, la lectura era el peor de los castigos, ya que implicaba quietud y, uno de niño no quería sino brincar y jugar. No puede negarse que somos una sociedad poco lectora, pero eso es inversamente proporcional a nuestra infancia. 

Me anima saber que hoy los jóvenes leen más que ayer, así lo demuestran algunas estadísticas, pero, no falta el amargado que aduce que lo que leen no es importante, y para nada productivo, para mí lo más significativo es que lean, que se acerquen a la lectura, que acaricien los libros, que se enamoren de ellos, y con el paso del tiempo vayan mutando a lecturas diferentes más avanzadas. Para terminar quiero advertir que cuando yo sea presidente de alguna “cosa”, lo primero que haré es prohibir los libros y por ende la lectura y lo haré con la idea de que “lo prohibido es lo bueno”.

Pd: Qué tal si en esas fiestas raras, en vez de lluvia de sobres, hicieran lluvia de libros.

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Redacción Minuto30

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