Habría que reconocer que el futbolista “genial” puede tener unas aptitudes privilegiadas para jugar al fútbol, pero es su preparación la que determina que alcance un nivel óptimo.

Las razones para esto son, en primer lugar, que estamos convencidos de que el desarrollo de la capacidad cognitiva del deportista determina que esté, o no, en condiciones de explotar su genio. Es decir, el futbolista especialmente dotado en términos físicos y técnicos necesita contar, a la par, con un criterio que le permita hacer buen uso de dichas condiciones. Pero claro, aquí nos metemos en el debate de si es posible y si en verdad tiene sentido intentar trabajar de manera aislada lo que podríamos llamar “facultades mentales”. Es claro que el organismo se las ingenia para poner ambas cosas –nos referimos a lo físico y a lo cognitivo- al servicio de un mismo proyecto: el juego.

Interesa aquí reseñar que hace ya algún tiempo el entrenamiento se ha replanteado en la decisión de entrenar capacidades de manera aislada, ahora se intenta globalizar la preparación, incluyendo lo técnico, lo táctico y lo físico en un mismo ejercicio. Esto, en razón de que se piensa que es un error asumir que lo cognitivo no interviene en la toma de decisiones referidas a todo lo demás.

En otro sentido consideramos que la condición mental altera el rendimiento de un individuo y de un grupo. Pensemos en la injerencia que tiene el ambiente del estadio, la presencia del espectador, en el desempeño de un futbolista. Es claro que este puede verse desestabilizado por ella y, en ese sentido, sentirse incapaz de desplegar su potencial. Agreguemos a esta circunstancia el nombre de un rival de peso o la derrota en un encuentro decisivo, ambos son factores que pueden ejercer una influencia semejante, incluso, sobre los genios, entonces ¿basta con el talento?

Pensamos que es particularmente importante en el fortalecimiento de la condición mental que el deportista logre desarrollar cierta capacidad lingüística, discursiva. En la medida en que este consiga poner en palabras lo que hace con los pies, habrá refrendado, mediante el reconocimiento verbal, aquello puede hacer, aquello que posee. Creemos que por este camino el deportista aprende a reconocerse, a apropiarse de lo que tiene y a tener confianza en sí mismo.

Ahora bien, a lo ya dicho se suma el hecho de que en el tiempo ha cambiado la proporción en que lo físico interviene en el juego. Los encuentros que protagonizan los equipos hoy se caracterizan por la velocidad y la dinámica de juego. En este sentido hay que admitir que no basta con desarrollar lo cognitivo, sino que hay que alcanzar un nivel físico igualmente satisfactorio. El fútbol de nuestros días ha hecho que lo cognitivo tenga que manifestarse, no sólo en espacios cortos, como otrora, sino largos, razón por la que no daría a basto el mero habilidoso de la pelota, el acróbata del balón.

Pero claro, como la evolución del fútbol va de la mano de la evolución de los técnicos, podrá objetarse que no todos proponen un fútbol inteligente que obligue a los jugadores a desplegar su potencial en toda la amplitud del espectro. A este propósito pensamos que hace falta un entrenamiento más parecido a la realidad de juego, menos prefabricado, menos propiciador de situaciones artificiales que no llegan a ser experimentadas en la cancha. Se requiere un entrenamiento que involucre velocidad, que invite a repentizar, un entrenamiento que use a favor la presión del tiempo. Lo ideal sería intentar reproducir la acción de juego que exige determinada reacción por parte del deportista, no intentar enseñar el gesto técnico con recurso a la memoria.

Hay que trabajar en la ejecución de movimientos de distracción que abran espacios en la cancha, pero no señalarle al jugador por dónde o cómo penetrar para hacer el gol. Es importante que los equipos se acostumbren a asumir modelos dinámicos. Ante condiciones cambiantes, los jugadores que habitualmente asumen determinada posición, deben estar en condiciones de improvisar en acciones ofensivas o defensivas, según corresponda.

En este sentido consideramos, por último, que en el performance del genio incide la capacidad del técnico o de quien acompañe el proceso, para identificar la pertenencia del jugador, según sus características, a determinada zona de la cancha. La razón es que el mismo jugador que no convence en cierta zona, fascina o luce diferente cuando se le ubica en el lugar apropiado. Hágase la salvedad, sin embargo, de que no queremos con esto llenar de elogios al técnico, que pensamos que también puede caer en un delirio cuando ese jugador que “descubrió” se le convierte en un fantasma, y se convence de que el lugar de las apariciones es él.

Es más nos atrevemos a decir que el mito del talento le puede servir a entrenadores deficientes para excusar sus propias falencias y que, lo más grave, es que con ello, quizá sin proponérselo, se está replicando una visión elitista del fútbol del que solo deberían participar entonces los “elegidos”.

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Redacción Minuto30

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