Hablar claro no es malo siempre que las palabras, el estilo y los gestos no resulten agresivos. De lo contrario, se transmite una actitud de superioridad que provoca en el otro una percepción de ataque personal y falta de respeto.

A menudo las personas que emplean un lenguaje agresivo no son conscientes de hacerlo, incluso temen ser ellas las víctimas y eso les lleva a incrementar su agresividad en la comunicación. Es muy probable que tus problemas tengan muy poco que ver con el hecho de decir a los demás lo que les molesta, sino de incluir en tus mensajes uno de los siguientes rasgos de agresividad:

Gestos inadecuados tanto en la expresión de tu rostro como en la postura corporal y en los movimientos de las manos. Ceño fruncido, gesto enfadado y rígido, mirada amenazante, excesos de gesticulación o señalar con el dedo son expresiones no verbales que hacen el mensaje agresivo.

Tono elevado. Aun sin llegar a gritar, es probable que tu voz se eleve de tono, cambie de timbre y pierda matices convirtiéndose en fría y distante.

Expresiones agresivas como decir “me molesta que…” en lugar de “me alegraría que…” o eso es “mentira” en lugar de “creo que te equivocas”. El lenguaje agresivo usa con frecuencia acusaciones, imposiciones y quejas en vez de sentimientos, siendo un estilo hiriente en vez de directo.

Probablemente utilizar una comunicación directa y evitar esos problemas te podría resultar más fácil y gratificante que hacerlo como hasta ahora. Pierde el miedo a mostrarte afectiva aun cuando expreses tus desacuerdos.

La comunicación directa sin agresividad no es otra cosa que comunicación asertiva, algo que se consigue escuchado a los demás y hablando con naturalidad, manteniendo una postura relajada, con movimientos suaves y mirada cálida, la voz firme pero afectiva y sobre todo expresando sentimientos positivos que demuestren comprensión hacia el otro aunque le estés pidiendo que rectifique.

Con información de diezminutos.es

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