Hace ya bastantes años, cuando la Asamblea de Antioquia y el Concejo de Medellín eran verdaderamente centros de control político y espacios de privilegio para debatir las dificultades de la ciudad y de nuestra Antioquia, yo era, apenas, un muchacho de incipiente formación académica y humanística, pero ya había sido picado por el bicho de la política, bajo la vieja concepción de que ella, la política, era para servir. Para decepción temprana, presencié una intervención que me dejó atónito, desilusionado y con muchos interrogantes sobre el pensamiento y la verdadera intención de algunos políticos.

Se discutía, en esa oportunidad, sobre el número escandaloso de hogares desconectados de servicios públicos, especialmente en las comunas nororiental y noroccidental de Medellín; de tantas cabezas de familia sin empleo, de las viudas cabezas de familia como consecuencias de la violencia y el narcotrafico, de los miles de niños y jóvenes esclavos de la pobreza, sobreviviendo en las laderas de Medellín, sin condiciones mínimas para una vida digna y con oportunidades.

“Es irracional y vergonzoso”, decían unos ediles, “que mientras una población con ingresos y acceso a las oportunidades laborales y educativas lo tienen todo, otros, los de las comunas, sufren toda clase de privaciones”. “La ciudad no puede convivir con tanta pobreza extrema –argumentaban otros–, y es necesario incorporar a esas personas a la vida laboral, para lograr el equilibrio social, en la ciudad”.

Mientras el reloj andaba impasible, más agrio y candente se hacía el debate. Argumentos acalorados salían a relucir, gráficas, estadísticas y citas bibliográficas, hacían más punzantes las posiciones. Estigmatizaciones partidistas iban y venían. Miradas se cruzaban teñidas de odio, como en el poema de Anarkos, del maestro Valencia.
En medio de un silencio circunstancial que pareció eterno, un aire nuevo, como dicen en el argot boxístico, uno de los cabildantes tomó la palabra, y en todo de sabiondez e “inusitada iluminación” dijo, sin que le temblara la voz:
“¿Y cuál es el problema por el que tanto discutimos?: ¡La ciudad está bien, muy bien! Los pobres viven en el norte y los ricos vivimos en el sur. No estamos revueltos, cada cual tiene su espacio”.

Finalmente, la sesión se levantó, y cada cual salió camino a casa: muchos de los concejales, se fueron para el sur; otros salieron para el mismo sur, pero cuidando de saludar antes a los que ocupaban las barras, que evidentemente salian para el norte.

Hoy, cuando el petrismo cumple casi un año en el poder, siento las mismas sensaciones descritas en el primer párrafo: decepción temprana: he presenciado intervenciones presidenciales, ministeriales y de altos funcionarios del gobierno, que me dejaron –que me dejan– atónito, desilusionado y con muchos interrogantes sobre el pensamiento y la verdadera intención de quienes hoy están en el poder.

Han llegado al gobierno invocando las circunstancias descritas al inicio de este artículo, y nos prometieron cerrar, verdaderamente, la brecha social; nos prometieron ¡vivir sabroso! La esperanza de que la masa de la población colombiana, denominada por la vicepresidenta Francia Márquez, como “los nadies y las nadias”, y toda la población colombiana viviéramos sabroso, era una tremenda responsabilidad social, que el gobierno Petro no podía eludir o equivocar, so pena de no tener “otra oportunidad sobre la tierra”.

Hoy, la cruda realidad nos está diciendo que ¡no estamos viviendo sabroso! Ni los del norte, ni los del sur, ni los de Antioquia, ni los de putumayo, ni los del Valle.

El dedo en la llaga lo puso el senador David Luna, en su discurso del 20 de julio, cuando el Presidente instaló el Congreso de la República: “¿Cuál es la verdadera independencia? Independencia es la libertad de elegir, la libertad de sentirnos seguros, la libertad de prensa. Invitamos al Presidente a pasar del discurso a la acción”. Con una seguidilla de interrogantes se remató el tremendo y desapasionado discurso del parlamentario colombiano, dicho con juicio y mucho de patriotismo.

A poco de cumplir un año de gobierno (de desgobierno, dicen algunos), y cuando ya el presidente Petro le puso fin a su inesperada aura amorosa de principio de mandato, extendida a sus peores contradictores políticos, encabezados por los Roy Barrera, los Benedetti, los Gaviria, los Uribe, los Trujillo, y muchos de la vieja dirigencia colombiana, que para él y su militancia, hace escasos meses representaban lo más corrupto y atrasado de la vida política colombiana, parece decirnos que, definitivamente, no estamos viviendo sabroso, y menos, que ¡vamos a vivir sabroso!

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Redacción Minuto30

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