A diferencia de los animales, los seres humanos podemos ejercer cierto poder de contradicción de nuestros instintos, en situaciones, decisiones y acciones puntuales.

Por ejemplo, reconociendo su dignidad, podemos compadecernos de la impotencia o la miseria que vive un ser humano y que tiene como efecto que nos haga daño, o que nos parezca que lo hace porque contradice nuestros deseos.

En animales que tienen cierto desarrollo neurológico, también se observa la violencia instintiva como una de las reacciones ante el peligro o la agresión. La nuestra puede no tener esas causas, sino deberse a consentirnos un desorden en la valoración de ciertas tendencias de poder, posesión o placer.

Pero tenemos la alternativa de optar por la acogida que todo ser humano merece y el apoyo al agresor o a quien contradice nuestros deseos, para que se restaure interiormente, si lo hay, del daño que ha causado.

Es más profundo el deterioro del que obra mal, que el de su víctima, porque el primero niega en sí mismo, en cuanto humano, lo que ha negado en el otro al aceptar interiormente desearle un mal, y ese vacío de bien es mayor si obra lo que perjudica a su víctima. Disminuiría la intensidad de su vida, que así evidencia no ser meramente biológica.

¿Por qué sucede esto? Porque algo de conciencia tenemos respecto a quiénes somos, la perfección en que consistimos de modo exclusivo y las que tenemos en común, unas con otros seres personales y otras con los demás seres vivos.

La perfección de la vida en determinados cuerpos era denominada por los griegos con el término “alma”. Con los avances de la genética, podría decirse que en los seres orgánicos, la vida o “alma” señalada por los clásicos, es la perfección de activar por sí mismo, la información inmanente al código genético.

En la especie humana, de modo natural, la entrada de la cabeza del espermatozoide al óvulo puede llegar a suceder aproximadamente cuatro horas después de una relación sexual y se denomina fertilización. Ésta da inicio a la concepción, que es un proceso de autoorganización de las estructuras y funciones por parte de un cuerpo humano que tiene un automovimiento -“alma” según los griegos antiguos-, nuevo y exclusivo.

De este modo cesa en la naturaleza, la acción vital, intimísima y propia de estas dos células reproductoras, y se genera otra con un automovimiento, diferente al de las que le dieron origen, que solo termina con la muerte del cuerpo nuevo constituído originariamente de estas dos células y autoorganizado en sus estructuras y funciones como quien es: un nuevo cuerpo humano, con la perfección de la que fluyen primariamente sus acciones inherentes, con un modo de actuar diferenciable de cualquier otro cuerpo vivo.

Por su unión, dos células reproductoras vivas han transmutado -se han convertido en parte de otro ser-, educiendo de sí mismas y su mutua fusión, un nuevo ser vivo identificable por la exclusividad de su automovimiento que es lo que lo caracteriza por poseer un ADN propio que reacciona de modo exclusivo a los estímulos internos y externos, con los que genera su genoma ambiental específico, diferente de los demás de la especie a la que pertenece desde el inicio hasta el final de su existencia.

No parece razonable, por lo tanto, que se condicione el reconocimiento de un nuevo ser a que multiplique el número de sus células o tenga ciertos tejidos, órganos o funciones, o sea deseado o valorado por terceros.

Otra cosa es que se reconozca que, si no llega a determinada perfección de sus estructuras y funciones, morirá siendo un organismo unicelular aunque pertenezca a una especie pluricelular.

La forma inmanente -permanente- de su movimiento inherente -inseparable-, es la de su identidad de ser vivo, la que hace, por ejemplo, que un ser humano lo sea, y que también sean reales sus características o modos de ser, que varían según su crecimiento, desarrollo y forma de estar en el universo: su cantidad, cualidades, relaciones, posiciones, modo de influir y ser influido por el entorno, etc.

La perfección intrínseca por la que cada ser vivo es él, con su modo propio y exclusivo de automoverse, es la marca de referencia de su identidad. Lo que le suceda de ahí en adelante es efecto de lo que es desde su primer automovimiento, el que lo hace singular en cuanto es “este ser vivo”, real, diferenciable de los demás.

En el estado actual de la ciencia, se suele reconocer a los seres unicelulares como los organismos más pequeños.
Los que tienen genoma de organismo pluricelular y poseen su estructura, funcionamiento y entorno suficientemente sanos, multiplicarán y diversificarán la célula primera que los constituye en el inicio de su vida.

En la especie humana el proceso de la concepción puede iniciar aproximadamente 4 a 6 horas después de la relación sexual, con la fertilización del espermatozoide y del óvulo, y dura aproximadamente 11-12 horas.

Al final de la concepción se ha fusionado la mayor parte del ADN nuclear y, aproximadamente seis horas después, el ser humano está constituido biológicamente por dos células diferentes, coordinadas y con distintas funciones y velocidades de reproducción.

La identidad y dignidad de cada ser humano, desde que tiene por cuerpo una célula, es reconocida, por la Organización de las Naciones Unidas ONU, cuando afirma: “El genoma humano es la base de la unidad fundamental de todos los miembros de la familia humana y del reconocimiento de su dignidad intrínseca y su diversidad. En sentido simbólico, el genoma humano es el patrimonio de la humanidad.” (Actas de la Conferencia General, 29.ª reunión París, 21 de octubre – 12 de noviembre de 1997), p. 45, Declaración Universal sobre el Genoma Humano y los Derechos Humanos, aprobada el 11 de noviembre de 1997, Artículo 1).

El material genético separado de las demás moléculas, estructuras u organelas y sus respectivas funciones, que forman la célula, sería un ADN o un ARN, que necesitaría al menos algunas partes de este organismo básico para replicarse.

Es el caso de los virus, que son ADN o ARN, cubierto por una membrana, que no es parte de una célula y que se introduce en ésta para reproducirse. Un ejemplo es el Coronavirus 2 (SARS-CoV-2) que causa el Covid-19.

Por el Artículo de la Declaración arriba mencionado y otros de los tratados internacionales de la ONU, parece razonable concluir que esta Organización reconoce, en documentos de alto nivel de compromisos, en el marco del Derecho Internacional de los Derechos Humanos, que cada ser humano con uso de razón tiene el deber de respetarse y respetar, incondicionalmente a cada otro ser humano, desde que tiene por cuerpo una célula y siempre, porque son intrínsecamente -constitutivamente- dignos y diversos, y estas características comunes que poseen les reclama acogerse y cuidarse de modo responsablemente libre.

A esto les obliga el conocimiento der sus perfecciones comunes como miembros de la familia humana y la lógica interna de éstas, porque el genoma humano es referente del reconocimiento de su unidad fundamental en un origen y, por lo tanto, en una razón de ser comunes, que hace posible que pertenezcan a la misma especie siendo cada uno diverso, y convivan amándose, que es abriéndose de modo constante y creciente, al reconocimiento coherente de la realidad en que consiste cada ser humano.

Por su dignidad, no existe el derecho a procurar directamente la destrucción de un ser humano, ni por su origen -por ejemplo, si comenzó a existir como efecto de una violación o de un embarazo adolescente o no deseado, en un entorno de pobreza extrema o en una paciente con problemas mentales o discapacidad-, ni por su imperfección biológica o psíquica -por ejemplo, si tiene o no, malformaciones o ciertas carencias anatómicas o funcionales-, ni por el derecho a la salud de terceros -por ejemplo, riesgo para la salud de la madre.

No es justa la destrucción de un ser humano para satisfacer deseos o necesidades de sí mismo o de terceros, ni por influencia del entorno cultural u otras causas, ni porque algunos digan, con sus características intelectuales, actitudinales y culturales, que es el único modo de lograr otros bienes o soluciones a retos humanos.

Ni la ignorancia, ni el deseo, ni lo que digan -funcionarios de la ONU, del Estado o cualquier otro ser humano-, son el fundamento de los derechos humanos, en cambio sí lo es el bien o perfección en que consiste cada ser humano desde que tiene por cuerpo una célula, como lo evidencia su genoma, y durante su ciclo vital completo.

Por eso es una contradicción señalar que existe el derecho humano a destruir a un ser humano.

La excepción a lo anterior tiene unas condiciones muy precisas que evidencian que la dignidad es siempre igual en todos los seres humanos durante su ciclo vital completo y que el primer deber de cada uno es la protección de su propia vida porque, al cuidarla, está protegiendo todos los derechos humanos.

Esta excepción se da en situaciones en las que, de no actuar, sería inevitable ser una víctima mortal, porque solo se evadiría la agresión por un medio que es el único eficaz y que tiene como efecto no deseado pero inevitable, que el agresor muera.

Es el caso de la defensa personal de la propia vida, de un modo que no es meramente instintivo, como tampoco lo es perdonar al agresor, que en este nuevo ejemplo también se puede y debe hacer, pero sin poder ayudarle a conservar su vida, siendo plenamente humana esta defensa de sí mismo en situación extrema y, por eso, también sería ocasión para desarrollarnos más como personas.

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Redacción Minuto30

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