Llegó como una más de aquella infinidad de animales que se levantan en las calles a merced de las inclemencias de la selva de cemento y de la indiferencia humana; ella llegó débil, muy enferma y poco agradable a la vista de los humanos, prejuiciosos que solemos ser, debido de sus afecciones. No quiero imaginar cuántos rechazos pudo recibir en su trajinar en la calle. Ingresó a nuestra fundación en noviembre de 2016, con una infección respiratoria severa que ameritó encender las alarmas para encontrar las medicaciones requeridas y evitar una partida pronta.

La causa de su infección no era producto solo de su estadía en la calle, también obedecía a que la domesticación hace que ellos sean dependientes de nosotros y requieran atenciones básicas, como las inmunizaciones, para evitar padecer patologías que puedan afectar su calidad de vida o poner en riesgo su propia supervivencia. Y así fue, ella sufría de un virus definitivamente prevenible que, infortunadamente, se alojó como amo y señor en su pobre cuerpo felino.

Tutti debió habitar al interior de una jaula por más de un año y medio, padeciendo crisis que la obligaban a aislarse más, a recibir tratamientos que se convertían en su tortura, inyecciones, nebulizaciones, vaporizaciones y demás; y continuar en medio de los barrotes, pues era imposible llevarla a compartir con sus otros compañeros gatunos, ante el riesgo inminente de contagio de la patología.

Ella esperó con paciencia, la lástima iba y venía, muchos se acongojaban de su destino, sentían aversión: algunos por su ojito nublado y la constante secreción mucosa que emergía de sus fauces; tuvo muchos padrinos, otros tantos que la visitaban, algunos que compartían con ella, pero siempre en su jaulita.

Ella, deseosa de no ser solo una presidiaria, manifestaba su descontento con constantes advertencias a quienes pasábamos cerca de su “prisión”, con manotazos altivos con los que no solamente robaba nuestra atención, sino también cualquier pedazo de alimento u objeto que lleváramos con nosotros. Así logró cautivarme, era su forma de decirme: “sácame de mi solitario aposento”

Así que me decidí, tenía gato, pero no un gato normal; mi Lisa Mañau (la primogénita felina) es discapacitada, por tanto está a merced de nuestros cuidados; e incluí a la Tutti, Mitutti, dentro de mi manada, predominantemente perruna. Ella llegó como si nada, como si siempre hubiera estado allí, un día cualquiera del mes de marzo, para alojarse en los rincones de mi casa que supo explorar con gran avidez, así como en las fibras más sensibles de nuestros corazones. Como siempre he sido un poco tranquila, dejé que ella y mis perros definieran su autoridad, y al parecer, ella se la arrebató al alfa de la manada y se convirtió en el “jeque” absoluto que desde su trono altivo vigilaba acechante a los otros cuatro perros que allí se albergan.

Sin ningún atisbo de pudor, observaba con aires de grandeza a mis caninos, para luego asestarles un garrotazo, como indicándoles que no podían olvidar su presencia y debían rendirle honores a su “felinidad”.

Así pasaron los días, apoderándose de las alturas, de nuestras almohadas, siendo un peluche más entre los otros. Hasta que el destino nos jugó una mala pasada; La Mitu comenzó a enflaquecer, en solo dos días logramos notar, mientras se acicalaba contra nuestra piel ronroneando sin cesar, sus huesos expuestos, el cambio fue inminente. Presurosos acudimos donde nuestros veterinarios de cabecera (los mejores a mi parecer) y el diagnóstico fue agobiante: La Mitu tenía una falla renal; situación que llegaba a engrosar su infección crónica y que iba a ser muy difícil de enfrentar en un hogar con más peluditos y con ella frágil de base.

Comenzaron los cuidados, los tratamientos, el alimento de alta gama, afectando en alguna forma las finanzas, pero, lamentablemente, nada logró persuadir a su riñoncito de trabajar como debía hacerlo; él se rehusó a continuar, y a pasos apresurados comenzó a deteriorarla cada día más y más. Se pregunta uno: ¿por qué razón, habiendo logrado encontrar su libertad y el amor, la vida se la juega por no permitirle disfrutar de ello?

Mi hijo, de escasos 6 años, a causa de mi pasión por los animales, ha debido enfrentar en menos de un año, cinco pérdidas peludas, de sus hermanitos, como él mismo ha decido llamarlos (la gran mayoría han llegado a casa viejos o enfermos); por ello, quisimos darle la oportunidad a un cachorro felino, que llegó a iluminar nuestra casa pero, curiosamente, llegó también a brindarle a la Mitu los mejores recuerdos que se llevaría al atravesar el puente Arco Iris. La Amó, la amó con gran pasión, como si fuera una madre, y así logró vencer la gelidez de su temperamento que amenazaba a Mario (nuestro cachorro) cada que lo veía. Las últimas horas de vida de nuestra Mitu las vivió con él, abrazado a su cuello la acicalaba y de alguna forma intentaba decirle con sus gestos: “levántate, vamos a jugar, no te rindas”, pero ella estaba cansada. La indiferencia, el abandono y las tretas del destino la condenaron, pero quizás nuestro amor la salvó.

Decidida a no dejarla sufrir, y sin ser de mi apetencia el tema de la eutanasia, debí llevarla a la clínica para alejarla del dolor, pero ella, muy agradecida y oyendo mis ruegos, abandonó su cuerpecito en el mismo instante en que tocamos la clínica, dejándonos con la tristeza de no haberla podido disfrutar mucho más.

La Mitu es la historia de muchos peluditos que mueren solos en la espesura de la maleza que aún preservan nuestras ciudades, o en jaulas hospitalizados, gracias a la ayuda de personas que, como nosotros, los queremos e intentamos salvar. ¿Cómo pretender un mundo pacífico y amoroso cuando adolecemos de conmiseración con las pequeñas especies? Incluso el duelo no es entendido, para mis cercanos fue claro que dolía, pero aquellos que se enteraron por mis redes sociales solo atinaban a subir los hombros, ante el desconocimiento de lo que se puede llegar a sentir por un animal.

Ellos son parte de la familia, ellos duelen como cualquier otro y ellos, en su gratitud eterna, en su enseñanza noble, en el gran corazón que tienen y que destila solo amor, se convierten en un recuerdo palpable de nunca olvidar y que siempre dolerá.

Gracias Mitu por tu compañía, por haber aguardado con tanta paciencia un cobijo y por irte sin rencores a pesar de que los humanos te condenamos a ti y a otros seres inocentes a una vida de suplicio y de dolor.

Mitu (La Tutti): Noviembre 2016 – Octubre 23 de 2018. Más allá del glorioso puente Arco Iris.

Fundación O.R.C.A
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Redacción Minuto30

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