No sé qué es pero me dio, sí, admito que el pasado fin de semana me dio una chiripiorca, fue algo muy raro y que nunca había sentido, es algo terrible. Resulta que en una de esas habituales noches de insomnio que padezco hace muchos años, me sobrecogí de una manera que no sabría explicarlo, era algo así como un tutifruti de sentimientos encontrados, sentía rabia, miedo, desilusión, desasosiego, impotencia, exasperación y muchas cosas más, al pensar en mi ciudad, mi hermosa y amada Medellín, ciudad donde nací y espero morir. Qué nos pasa, no somos violentos. De mi parte estaba convencido firmemente que esos años aciagos de violencia y dolor hacían parte de la historia de mi ciudad, pero, hoy me doy cuenta que no, que la violencia sigue ganando espacios y, que por los poros de estas hermosas montañas aún se respira miedo y dolor, duele saber que aún haya gente pensando en matar al otro.

Como no estar chiripiorcado si en tan solo cinco días ocurrieron cosas tan atroces, por gajes de mi oficio, me desplacé a la comuna trece de la ciudad a tratar de apaciguar los ánimos de algunas personas, ese mismo día me enteré que dos fleteros fueron asesinados al intentar despojar a su víctima de objetos personales, ah, otra vez los atracos, pensé. Seguían las noticias de balaceras en la comuna trece mientras que los buses urbanos de Robledo, otro sector de la ciudad, dejaban de prestar sus servicios debido a los altos costos de las vacunas que deben pagar. Al día siguiente, los violentos, tratando de demostrar poder, queman un bus urbano de otra ruta, a la par, las redes sociales hacían de las suyas informando y desinformado a la ciudadanía. Llegué a clase y uno de mis estudiantes me muestra a través de su teléfono celular, un corto video de uno de los fleteros muertos dos días atrás, no lo puedo negar, al ver las imágenes volvieron a mi mente los años noventa, cuando la violencia sicarial del narcotráfico estaba en todo su furor, una multitud y más de cien motos acompañaban el féretro. Qué nos pasa, no somos violentos.

Pensando en sacar la ciudad de los altos índices de violencia e inseguridad, otrora vividos, se ha hecho de todo y se ha ensayado de todo, imposible negar que tantos esfuerzos se han acompañado con altas dosis de inversión social, siempre pensando en el bienestar de quienes padecen los atropellos de los violentos. Pero, al parecer nada ha podido desestimular las redes de ilegalidad que circundan por algunos sectores de la ciudad, manejando grandes capitales por medio de negocios y prácticas ilícitas que afectan la población humilde y trabajadora de no pocos barrios.

Así suene a cliché o frase de cajón, hoy quiero gritar al mundo entero que los buenos somos más, y, que los malos con sus actos hacen más ruido y producen miedo y horror, sí, unos pocos malvados de forma lenta y cruel han ido envenando a nuestros niños y jóvenes con drogas y sustancias psicoactivas, mientras algunas niñas son engañadas con promesas metiéndolas en el mundo de la prostitución.

A mi real saber y entender el problema no se hubiera dado, o mejor, el león no hubiese despertado si las autoridades locales, en cabeza del señor alcalde, no se trazan como objetivo el acabar las estructuras criminales de la ciudad, algo loable y beneficioso, no estoy de acuerdo con la violencia pero mucho menos con que unos pocos violentos quieran asediar a toda una población. No es justo que además de los impuestos que debemos pagar al Estado se tengan que pagar vacunas u otros cobros ilegales a personas que solo buscan su bienestar a costa del empobrecimiento de otros.

Indiscutiblemente en la ciudad hace eco la idea de la no existencia de muros físicos que la dividan, pero sí la de muros invisibles que aterrorizan y desafían a los habitantes de algunos barrios o comunas. De nuevo, los de arriba no pueden bajar por ciertas calles y menos desviarse por algunas aceras o callejones, de igual forma, los de abajo tienen sus límites hasta donde se les permite subir. En algunos barrios o sectores, obreros, estudiantes y amas de casa deben caminar largos trayectos, esquivando las zonas o calles prohibidas en busca del transporte, evitando convertirse en una cifra más de la violencia.

No más violencia, no más violentos, vivamos en paz. Estoy convencido que en esta ciudad linda, hermosa y pujante, propios y extraños añoramos la buena vecindad, pero esta volverá cuando prevalezca el interés general sobre el particular, cuando la solidaridad y la confianza hagan parte de la cotidianidad en cada hogar, cuando la familia vuelva a ser el núcleo social, cuando en el vecindario se acaten, como normas mínimas de convivencia, la tolerancia y el respeto por el otro, cuando los espacios públicos sean de todos y no de unos pocos, cuando haya respeto por la autoridad, cuando los conflictos se resuelvan de forma pacífica, cuando la seguridad sea preocupación de todos y sobre todo cuando nadie se crea más que nadie y la sencillez de las personas les permita dialogar y creer en el otro. Bienvenida la buena vecindad.

Coda: Dicen algunos mal pensados, que la ola violenta que vivimos nos quiere vender la necesidad de votar, en las próximas elecciones, por un gobierno, de mano dura, uh, que mal pensados.

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Redacción Minuto30

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