Cuidar bien de sí mismo y a otro ser humano significa saber acompañar hacia la solución de los retos relacionados con las prefecciones constituyentes y la lógica interna de éstas, sacándoles el máximo provecho para lograr la mayor aproximación posible al pleno desarrollo corporeoespiritual de todos los intervinientes en esta relación.
Para cuidar a un ser humano se trasciende lo que sucede y se identifica cómo avanzar lo más posible en el desarrollo personal de quienes pueden recibir la propia influencia.

De lo que se está viviendo, sus antecedentes y lo razonablemente previsible, se pueden identificar medios que en determinado momento sirven para cuidar y que se mantienen mientras las condiciones de la persona permitan que la beneficien. Continuamente se va cambiando el modo de cuidar, al ritmo de las capacidades y necesidades biológicas y espirituales, previendo a tiempo la consecución de los recursos que se requerirán para aportar una atención lo más completa posible, al ser humano entero y a todo ser humano que sea posible.

A partir de cierto momento, por la incapacidad para reaccionar a algo diferente, que tenga el cuerpo de la persona humana, se concretará el cuidado en atender solo las necesidades biológicas más básicas, continuando el aprovechamoento de toda ocasión para acrecentar el cariño porque la intensidad de la vida personal es la del amor.

Siempre se puede intentar agotar todos los recursos para el mejor estado vital físico y el mayor crecimiento y desarrollo espiritual, del ser humano cuidado y de quienes tienen que ver con su atención óptima.

En ocasiones el más enfermo físicamente es quien mejor acoge y estimula lo más valioso de todos los que de algún modo reciben su influencia, incluso con la paz con que vive la fase terminal de su vida -que incluye su agonía natural-, que solo se logra con la buena jerarquización de los propios amores y que, además, se puede vivir desde que se tiene uso de razón. Esto asegura los mejores logros en el desarrollo armónico de la persona a lo largo de su vida.

Cuidar reclama hacer el esfuerzo de poner los medios para tener la riqueza espiritual, que no es una gestión de estímulos y respuestas emotivas, sino un encuentro interpersonal con le mismo autor de quien a Él abre entera su intimidad y pone a disposición todo su ser para scuidarse y cuidar a todos según le indique quien le ha participado ser y lo hace siempre capaz de ejecutar a cabalidad lo que le sugiere. ¿Acaso hay un cuidado mejor que el que dicte quien causó, sostiene y mantendrá infinitamente en el ser, a quien está necesitado de nuestro cuidado? No hay madre, padre, hermano, médico o enfermera que lo supere, ni individualmente, ni todos juntos. Aquí valen las preguntas: ¿En el fondo, quénes rabajo? ¿Para quiénes cuido?

También hay que saber dar la altura de buen cuidador, desarrollando lo más posible, las capacidades culturales y físicas, también necesarias para saber rejerarquizar e identificar en cada ocasión, lo que es más perfeccionante para todos en cuanto humanos, en cada momento.

Toda necesidad de cuidado puede ser una oportunidad de aprender a ser buenos acompañantes en momentos de gozo, pero también cuando hay dolor, inevitable o no, u otras muchas formas de sufrimiento, incluyendo lo que se puede vivir en el proceso de la muerte, tanto en sí mismo como en un contexto de servicio profesional, en el que hay que atender no sólo al paciente, sino a todos los miembros del equipo de trabajo y las familias. Esto tiene gran impacto personal, familiar, clínico, social, global y en las generaciones futuras.

El cuidador necesita aprender a descansar, incluso distanciándose por un tiempo las veces que haga falta, para sacarle provecho hasta a la ansiedad, la incertidumbre y el agotamiento físico y psíquico, para conocerse y entender mejor a los demás, evitando polarizarse en las dificultades porque se centraría en los modos de ser y las circunstancias, dejando de ser el centro la persona necesitada de cuidado y en ese caso ya no la asistiría bien.

Acompañar requiere compartir con todo realismo y una comunicación transparente, el modo como se percibe la propia situación y la de los demás, siempre centrado en que el mayor bien es cada ser humano, y todos sus modos de ser y de vivir son bienes menores que su propietario.

Esto incluye los sentimientos o modos corporeoespirituales de vivir los afectos de origen espiritual y las emociones que son biológicas, aprovechándolos para lograr lo que más conviene a cada uno de los implicados en el cuidado con el que se facilita que sea la mejor persona posible.

Los retos de servir bien durante el ciclo vital completo, a cada ser humano en las necesidades que por él mismo no puede solucionarse, reclaman que las estrategias no estén centradas en los modos de ser, las emociones o los problemas, sino en su mayor bien o perfección posible. En esto, cada reduccionismo es inhumano en la medida de su misma proporción respecto a la dotación natural del ser humano que lo sufra.

Una visión de los problemas reducida a meras amenazas que descompensan la relación entre la persona y su entorno, también es inhumana, por ser horizontal e implicar que cuando a la persona se le vea como entorno respecto de otras, se le ignore como un bien es sí misma en cuanto que además de cuerpo biológico es una realidad espiritual, que no termina.

Si se da prioridad al enfoque emocional, de impulso ciego instintivo con unas características de sensibilidad determinadas por el placer y el displacer, fácilmente puede primar la emoción del más fuerte sobre el de mayor debilidad, entonces en nombre de emociones como la compasión, hay quienes se sienten con el derecho y deber de destruir a otro ser humano. La emoción es una sensación instintiva pasajera, que en el ser humano, por ser capaz de ser consciente de ésta y controlarla, debe ser gestionada con gran responsabilidad.

Desde estas lecturas parciales -desde el modo de ser, el afrontamiento de un problema y como emoción- de la necesidad que un ser humano tiene de ser cuidado, se cae en el riesgo de que, quien necesita ser ayudado, no sea reonocido, aceptado y acogido como un igual en cuanto humano, y este fallo podría llevar al ser humano y a quienes deberían cuidarlo, al riesgo de dar un valor inferior al necesitado.

Cuidar es antitético de hacer daño, por acción u omisión, a la integridad, salud, vida y pleno desarrollo de un ser humano, por ser una unidad corporeoespiritual.

De un descuido consciente, la primera víctima es quien lo causa, porque se hace a sí mismo una persona menos buena, en cambio la segunda víctima recibe desde afuera lo que la perjudica pero solamente lo que se acepta o rechaza de modo consciente y voluntario, en lo más profundo del propio ser, cambia el grado de bondad de sí mismo susceptible de mejora en un ser libre limitado.

Cada uno de estas decisiones facilita otras similares y pueden generar una tendencia mientras se vive la etapa biológica, que deja una huella infinita respecto del tiempo al morir la persona humana. La medida de un daño es la de la perfección de quien lo recibe desde la perspectiva de su ser entero y su existencia como totalidad. Por eso lo oportuno es procurar siempre el mayor bien posible y el descuido es la diferencia entre ese bien y cualquier otro.

Al ser el espíritu una realidad simple, abarca al ser humano entero sin remplazar o afectar negativamente algo en su dotación natural física, sino perfeccionándola al hacerla ocasión de mejora espiritual -en esto consiste la dignidad de todo cuerpo humano en su vida entera-, por ejemplo, aprovechando las emociones, que son instintivas y se viven por eso también espiritualmente.

Pero las realidades espirituales son superiores y por eso no se reducen a fenómenos biológicos como las emociones, aunque por la unidad de la persona, el cuerpo recibe la influencia del buen uso o no, de las perfecciones espirituales, como lo evidencian las enfermedades psicosomáticas y una especial habilidad de autocuidado en la medida en que se madura afectiva y culturalmente.

Lo realmente culto estimula una especial finura, aportando mayor agudeza intelectual, en el cuidado de cada ser humano.

A nivel biológico se habla de bienestar y malestar, pero el valor de un ser humano es superior a su capacidad de percibir agrado o desagrado físico, que tiene las limitaciones propias de la energía.

Como el ser humano es una unidad, hay una resonancia emotiva, entre otras capacidades, en el afrontamiento centrado en problemas, y hay problemas que son emotivos.

Las categorías de la emoción no son las del espíritu, aunque éste, si se dan las condiciones biológicas, es capaz de percibir ciertos estímulos emotivos y decidir cómo aprovecharlos para hacerse mejor persona, por ejemplo, logrando reaccionar con perdón, que es un logro personal, y no con agresividad que es biológica, aunque el espíritu tenga capacidad de percibir esta clase de reacciones del cuerpo y sacar provecho de éstas para hacerse mejor persona.

Un ser humano puede necesitar apoyo espiritual para acertar en el modo como reacciona ante su situación emotiva, que es biológica, y puede ser afectado por situaciones biológicas y espirituales, pero es el espíritu el que gestiona lo que quiere hacer son lo que percibe de las emociones. Así, lo menos perfecto es encauzado por lo más perfecto, para el bien de cada ser humano como totalidad, durante toda su existencia.

Cada ser humano necesita aprender a desarrollarse armónicamente, y esto incluye su afectividad, que es la principal capacidad espiritual. ¿De qué sirve conocer si no se decide, aunque la decisión sea el acierto de contemplar? ¿Vale la pena tener voluntad si con ésta no se atina? y ¿Cuál es el único acierto? lograr ejercer a plenitud el acto más propiamente humano, que es donarse a otro ser personal, primero el que participó ser, y a los demás en función de la propia razón de ser, con el acto específico de esto, que se llama amor y que corresponde a una de las propiedades del espíritu que suele denominarse afectividad.

Lo que se hace el cuerpo impacta a la persona de modo temporal y, si con ocasión de eso ella opta libremente con su aceptación o rechazo de lo sucedido, la repercusión puede ser infinita.

Saber cuidar es saber tratar a un ser que tiene una calidad de vida tan grande, que no termina y, por eso, es saber procurar su mejor desarrollo existencial, tanto en lo temporal como en lo infinito.

La premisa para toda actitud, decisión y acción, que corresponde a la realidad de que el otro es humano, es acogerlo incondicionalmente, que se concreta en procurar promoverlo al máximo en su unidad corpoeoespiritual. Se cuida bien en la medida en que se está abierto el otro como totalmente otro ser personal.

Quien sabe cuidar y dejarse cuidar, aunque no diga algo, está dando lo más importante de la educación que necesita quien tiene uso de razón, en la etapa de la vida en que esté.

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Redacción Minuto30

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