Aida Victoria Merlano, la hija de la fugitiva ex congresista, Aida Merlano Rebolledo—quien es investigada por compra de votos—ha descubierto en las redes sociales un filón que la ha convertido en una especie de vedete pornográfica, en el estricto significado de la palabra, al representar escenas de actividades sexuales que miles de usuarios en Instagram, por ejemplo, han podido ver.

Con el último de sus en vivo, en el que Aida Victoria Merlano aparece junto a su novio representando una escena de sexo oral—en estricta definición latina un cunnilingus—los medios digitales han comenzado a señalarla como una mujer desesperada por llamar la atención.

Lo cierto es que antes de que su mamá, Aida Merlano Rebolledo, la investigada por corromper al votante, se descolgara como en una escena cómica de película hollywoodense barata, por una soga desde la ventana del consultorio de su dentista, para echarse a una fuga que hoy no termina, la hija en referencia, Aida Victoria Merlano, era una insigne desconocida en ese mar de tempestades que son las redes sociales.

Desde entonces, habló más y apareció más porque los medios tradicionales—ahora paquidérmicos medios análogos—la buscaron para robustecer sus parrillas con el cuento manido de “¿qué ha sido de la vida de la ex congresista?” y otros cuantos pretextos insustanciales. La bestia fue alimentada. Ese ego inherente al ser humano fue exacerbado con la exposición mediática. Aida Victoria saltó a la notoriedad y ya no fue importante el delito de la mamá sino las ocurrencias y vivencias de la hija. Su conducta sensacional.

Este viraje ha sido lamentable porque toda la personalidad expuesta de la hija banalizó el grave delito de la mamá, poniendo el foco de interés en una especie de protagonista de telenovela barata y no en el crimen de una prófuga que demanda toda la atención y eficacia de la justicia: la corrupción política y la compra de votos por parte de clanes y familias que son auténticas mafias que hoy gozan de la impunidad más vergonzosa. Eso sí debería escandalizarnos, en vez de permitir que la conducta desaforada de una adolescente encandile las redes.

De modo que cada semana la hija de la prófuga—convertida en celebridad pública e impúdica—descubre sus hábitos íntimos cuando lo que pide el país a gritos es que ella cuente, ya que su mamá no lo hizo, aquellos secretos de la ex congresista Merlano, en relación con su participación en la estructura de corrupción con los gamonales Gerlein.

De lo otro, de ese “préstame atención que aquí estoy de nuevo con mis salidas provocadoras”, hay algunas consideraciones finales. Lo que se puede ver allí lo consulté a una fuente en psicología clínica.

En resumen: la conducta de Aidita, como le dicen los suyos en Barranquilla, es lo que se conoce como trastorno de personalidad histriónico—palabra derivada de Histrión, el actor greco romano—y que es una patología que se manifiesta por una necesidad marcada de atención en cualquier escena de la vida, ya sea en el barrio, en la ciudad o en este espacio digital de veleidades y deidades de barro como Instagram.

De todos modos, es penoso ver cómo este tipo de personas exponen sus diversas psicopatologías, atropellando de paso a los menores de edad cada vez más consumidores de estos contenidos. Que con seguridad la ven a ella y a otros, por supuesto, exponiendo sus afectaciones y demostrando su imparable mega sexualidad.

Estoy convencido de que personas como ella deberían estar recibiendo, por su propio bien—parafraseando a Alice Miller—tratamiento y ayuda psiquiátrica en centros especializados y en vez de exponerse en las tribunas digitales, con las implicaciones evidentes que todo esto tiene en los consumidores adolescentes y estudiantes menores de edad.

Es evidente que en las plataformas tienen arraigo el escándalo y la frivolidad, vetas de una mina en la que todo lo que brilla no es oro y de las que han sabido sacar provecho estas nuevas celebridades de lo obsceno, lo banal y de follones—palabra bien acuñada por los españoles expertos en sensacionalismo—sin fundamento.

Periodista y escritor
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Redacción Minuto30

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