Para que sea mejor la calidad del pensamiento, hace falta conocer qué hace posible pensar y qué conocimiento se requiere para ejercer bien la capacidad de dilucidar.

El primer acto del proceso mental es percatarse de que alguien o algo “es”.

Ese primer conocimiento es un acto intelectual no reemplazable con la intuición, la mera especulación, la duda sistemática, el desprecio apriorístico a lo que ha sido parte de la cultura, ni la pobre dialéctica que pretende justificar la contradicción entre lo real y los contenidos de la razón, como si tuvieran el mismo grado de perfección.

Tampoco el conocimiento es reemplazable con el voluntarismo de imponerse a sí mismo, con un falso status de “saber”, lo que es solo un pretexto irracionalista para satisfacer ciertos deseos racionalmente injustificables.

No son conocimiento las ideologías sin base científica  ni el vandalismo de pretender destruir seres verdaderos, en nombre de la fantasía y del impulso biológico o el psíquico, no contextualizados con la inteligencia.

El pensamiento sobre un ser trata acerca de la perfección que hace posible que sea real, con toda su unidad, verdad, bien, belleza y modo de ser.

Para mejorar la calidad del pensamiento hace falta reconocer que un ser tiene mayor valor, bien o perfección, que lo que se piense o desee sobre él. Ser es más perfecto que pensar y desear.

La racionalidad humana no es incompatible con recibir el don de un conocimiento habitual intelectual infuso. De hecho, ningún ser limitado se causó y es limitada pero real, la capacidad humana de inteligir o adentrarse en la verdad original que es cada ser específico.

Obviamente, el conocimiento más profundo es el del ser al que nadie le dio ser y que participa ser creando todo lo diferente a Él. Ese conocimiento y el de lo que le es coherente, es la sabiduría.

El primer acto mental, percatarse de que alguien o algo “es”, requiere las condiciones biológicas del desarrollo y buen funcionamiento cerebral.

El ser humano también “es”, e intelectualmente tiene lo que puede identificar lo que él mismo y los demás seres son, y sus modos de ser.

Los principios de identidad, no contradicción y causalidad, son denominados hábitos intelectuales, porque se necesita su aplicación habitual para enterarse de que algo o alguien es y su modo de ser, el conocimiento del ser y el conocimiento operativo.

Los hábitos intelectuales preceden y acompañan hasta su culminación, los procesos mentales, haciendo posible el conocimiento, del que deriva la cultura que se tiene, por ejemplo, sobre  desarrollo personal, familiar y social, al que también contribuyen los avances científicos y tecnológicos, el cuidado del entorno natural y artificial y, de modo importantísimo, el cuidado responsable, en lo que sea posible, de todos los seres humanos que constituirán las generaciones futuras y, en función de ellos, el cuidado prospectivo del entorno.

El hábito de los primeros principios hace posible que seamos capaces de tener en cuenta, siempre que pensamos, la identidad, la no contradicción y la causalidad, para que sea posible el acierto en la noticia que nos damos cuando usamos nuestra facultad de conocer: “es”.

Los primeros principios permiten que identifiquemos que todo ser es primero respecto a sus modos de ser y de lo que de él se piense o valore. Su valor primero es su propia perfección.

Después viene el trabajo intelectual operativo, sobre los modos de ser y la acción para los que, además de inteligencia, se requiere coherencia entre el ser, el conocimiento, las actitudes y la conducta.

Respecto a sí mismo y a todo otro ser que sea persona, lo que corresponde es que a la primera noticia intelectual -“es”-, la reacción sea de acogida incondicionalmente respetuosa, por la perfección en que consiste el espíritu humano, que es constituyente con el cuerpo, de cada persona de nuestra especie.

El valor funcional, que es el de lo que es solo energía, en cualquiera de sus manifestaciones, depende de las necesidades y los intereses de las personas, y es secundario y derivado, del servicio que presta a la supervivencia y al desarrollo humano.

Entre los grandes errores más difundidos en nuestro tiempo, están los de dar valor funcional al ser humano mismo, causando daños, incluso mortales como la eutanasia,  el aborto y los totalitarismos, que sacrifican a miembros de nuestra especie, en su integridad, salud, vida y pleno desarrollo, a favor de las cosmovisiones de los que piensan que tienen más razón que los demás, en su modo de entender el desarrollo social.

El crecimiento en la calidad del propio pensamiento, hace posible el de la libertad, porque con los hábitos intelectuales se pueden identificar los diversos seres y jerarquizar su perfección, pudiendo ser asertivo para hacer realidad la razón de ser, el sentido de la propia existencia, eligiendo siempre el bien mayor.

La libertad no es para hacer lo que se desea, sino para hacerse la mejor persona posible y facilitar que otros también logren esta meta.

Cuando, por limitaciones físicas o funcionales, no es posible ejercer la libertad, no se vale menos en cuanto ser, sino que se es igualmente digno, por ser humano; el problema está en la naturaleza biológica, no en el espíritu, que es libre y por el que la persona es digna -vale mucho más que los seres  del cosmos que no son realidades espirituales.

Por eso es igual la dignidad de un ser humano diagnosticado con múltiples malformaciones mientras crece y se desarrolla dentro del útero, que la de la mamá de él. No se le puede reconocer un valor funcional, porque es constitutivamente persona, digno, realidad espiritucorpórea.

Los hábitos intelectuales también hacen posible que retroalimentemos nuestra forma de pensar y la mejoremos, facilitando así que acertemos más en nuestras decisiones libres.

La buena educación incluye estos conocimientos; es necesario cuidar especialmente la formación filosófica en todos los ámbitos educativos, dando prioridad al cuidado del hogar, que debe ser el entorno humano más formativo en lo esencial para el pleno desarrollo personal.

Los primeros principios, al dirigir la capacidad intelectual al ser, en tanto que primero y principal en el proceso de conocer, facilitan la prioridad que se da al ser espiritucorpóreo como el de mayor densidad de ser, en cuanto realidad no solo física, sino también simple, por la que la acción debe realizarse en función del mayor bien posible para todo ser humano en cuanto que cada uno es, en el universo conocido, un sí mismo en sus propias manos, con decisiones y acciones de impacto infinito, que necesita y merece aprender a valorar su identidad espiritucorporea, a no contradecirla, a reconocerla como causada porque tuvo un inicio y a facilitarle que descubra la realidad del motivo por el que se le dio ser y lo ponga por obra.

Lo propio del principio de identidad es que hace posible conocer el origen y, de este, concluir la razón de ser o sentido de la vida biológica y de la vida espiritual, que es necesario para lograr el pleno desarrollo de ambas perfecciones constituyentes de cada ser humano.

No solo es posible que la calidad de nuestro pensamiento sea mejor, sino que es necesario y requiere que nos esforcemos por tener y compartir cultura, que sea efecto de un uso óptimo de la inteligencia.

Porque tenemos un tiempo limitado de vida espiritubiológica, vale la pena que nos preguntemos ¿Cuál es la calidad de la cultura que tengo y comparto? ¿Es suficiente para mi pleno desarrollo y el que debería aportar a los demás?

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Redacción Minuto30

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