El bien particular que poseemos es nuestro propio ser. A éste se puede añadir avanzar, con cada actitud, decisión y acción, hacia el logro del para qué de nuestro ser, que se deduce, en parte, en la medida en que vivimos coherentemente nuestra propia dotación natural.

El mayor bien particular asequible será el efecto de lo que hayamos alcanzado respecto de nuestra razón de ser, que no es inventada por nosotros porque sería demasiado pequeña, sino una de origen externo, el argumento por el que se nos dio ser y se nos provee de continuidad y medios para lograr nuestra plenitud.

Todo ser es bueno en la medida de su intensidad de ser. Y si es libre, puede lograr deliberadamente su mayor bien, que suele denominarse perfección, y que es la mejor aproximación al ser al que se tiende, por el que se realiza la tarea, que se debe adelantar cabalmente en lo de cada instante, de hacer de sí mismo la mejor persona posible.

Pero para alcanzarla se necesita saber relacionarse con otros seres que son personas, que es sinónimo de espirituales. Todo ser humano es constitutivamente persona porque las expresiones espirituales no son efectos biológicos, sino manifestaciones del espíritu a través de la biología según la salud y el desarrollo. El cuerpo es cauce de algunas expresiones del espíritu, no su causa.

El éxito de las relaciones interpersonales requiere que sepamos reconocer el bien en que consiste cualquiera de todos los seres humanos, sin excepciones, de modo independiente a la etapa de su vida y sus circunstancias.

También reclama que identifiquemos la diferencia entre el bien que es cualquier ser humano, y lo que éste estimula en nosotros. Todo ser humano vale más que el impacto que genera en otro y que la reacción de ese otro.

Para lograr el bien paticular de ser la mejor persona posible, se requiere saber reconocer y jerarquizar los bienes: el bien en que consiste un determinado ser, su capacidad de perfeccionarse y perfeccionar, la perfección que comunica, la adquisición de la perfección, el bien que es quien tiende libremente a la máxima intensidad de su propia perfección y el que la logra.

El bien que es útil para lograr la razón de ser de una persona, se denomina honesto y el efecto de ser siempre honesto es ser la mejor persona posible.
Las reacciones ante el bien que otro es, en parte se deben a la capacidad que tiene un ser de participarse a otro, en la medida en que es cognoscible y amable, y también se debe a que quien recibe el estímulo sepa aprovechar esa capacidad.

En la medida en que un bien es más perfecto, es más participable a una cantidad mayor de seres. El bien común de todos es su causante, que los dotó de ser y continuamente les ayuda al logro de su perfección; cada ser humano con uso de razón tiene capacidad de ser buen receptor y de compartir la cognoscibilidad y amabilidad de Él. El bien es, por sí mismo, persuasivo y difusivo.
Como el espíritu es simple, no tiene partes ni se descompone ni termina, la participación en lo espritual no es lo dividido, sino que al dar conocimiento y amor, en vez de perder la inteligencia y la afectividad, las acrecentamos.

Lo que se es se hace común sin que deje de ser propio, es el bien común espiritual, el que constituye comunidad y no manada.

El amor incondicional y exclusivo de los esposos, es la condición firme y estable, del logro de la máxima perfección humana que puede aportar la comunidad llamada familia; este amor acoge a todos sus miembros, y se extiende a una pluralidad de efectos que impactan positivamente a la sociedad.

Lo que en una relación de amor sin reservas es más común, es de mayor nobleza por la entrega entera mutua de los dos cónyuges en cuanto igualmente personas y en su mutua diferencia sexuada como hombre y mujer.

Por eso esta relación es la que reclama acogida exclusiva e incondicional, fidelidad plena, para garantizar su máximo bien particular, incluso en todo lo que depende de su bien común como cónyuges, que expresan en el esfuerzo de cada uno por ser más eficazmente estimulante de la perfección de sí mismo y de su consorte: como primera forma de comunidad humana, que con otras similares constituye la sociedad, deciden correr, también con lo más profundo, la misma suerte.

Lo más perfecto y perfeccioneante de sí mismo y de los demás, reclama el empeño por elegir, siempre de modo responsablemente libre, el mayor entre todos los bienes, el mejor bien particular y bien común. El mal es la diferencia entre el bien elegido y el que era el mejor. Todo ser humano merece que, en su educación, se le estimule al mayor bien, éste es el fin de la lealtad propia de la relación de amistad.

Lo primero en lo que se participa de algo común entre seres humanos, formando una comunidad, puede suceder de 4 a 6 horas después de una relación sexual: en un cuerpo -óvulo- en el que ha entrado parte de otro -la cabeza del espermatozoide- surgiendo como efecto inmediato a esa entrada, un automovimiento de partes y funciones que no son ni las propias de un óvulo, ni las de un espermatozoide, sino las de un ser humano nuevo, que es efecto de que el óvulo haya sido fecundado por el espermatozoide, por lo que ya no se puede decir que el óvulo siga siendo óvulo, porque toda la secuencia bioquímica, nueva desde el inicio de la fecundación, es diferente y continua hasta la muerte natural y no es la propia de un óvulo, sino de un nuevo ser humano.

La célula reproductora llamada óvulo muere aproximadamente 24 horas después de entrar a la trompa de Falopio, y la de un espermatozoide habitualmente no alcanza a vivir 100 horas dentro de una mujer. El nuevo cuerpo tiene una dotacion genética exclusiva de un organismo -un nuevo ser humano distinto a cualquiera de los otros de su especie-, que puede incluso llegar a durar más de 110 años.

Negar esto es negar la Biología molecular, genética y embriología más actuales, es ir en contravía de la realidad, que es el modo como un ser humano va contra sí mismo y contra otros. Todo individuo pertenece a su especie durante su ciclo vital completo.

En el caso del aborto procurado en nuestra especie, también durante la autoorganización de organelas, células, tejidos, órganos y sistemas de un organismo humano que es siempre un ser humano, la madre y el hijo son, desde la concepción de éste, la comunidad más íntima, la del miembro más inocente, indefenso y necesitado de la amabilidad con que la madre, de modo natural, está dotada para acogerlo incondicionalmente y, en ciertos aspectos, es la única en el universo que puede hacerlo; por eso destruir al hijo es el acto más cruel, inhumano y degradante, y es irreversible para ambos seres humanos.

El contenido cultural que niegue esta realidad evidenciada científicamente, es el más agresivo contra el desarrollo personal en lo que depende del reconocimiento del bien que es la humanidad común a cualquiera de todos los seres humanos, de modo independiente a las etapas y circunstancias de su ciclo vital completo. Contra ese contenido cultural promotor del aborto, que es el más agresivo, debe protegerse a todo ser humano hasta el final de la historia.

También un ser humano, desde la concepción, en que es un organismo unicelular, es él mismo, no es un bien particular de su madre, sino que él es su propio bien particular y tiene necesidad y, por tanto, pleno derecho, a avanzar en su crecimieno y desarrollo, y a lograr su máxima perfección, para la que es necesario que la madre, el padre, el resto de su familia y la sociedad entera, lo valore, respete y ame.

Cada uno debe promover por todos los medios culturales y con cada acción necesaria, que el entorno de las relaciones sexuales sea la comunidad de amor de un hombre y una mujer, constituída ante la sociedad por su impacto en sí mismos y en terceros, cuando son afectivamente maduros y, por lo tanto, capaces de amarse y amar a los hijos, sin excepciones, viviendo su sexualidad de modo responsablemente libre, como efecto del mejor reconocimiento y la acertada jerarquizacion de bienes.

La sexualidad vivida así, expresa la entrega proporcionada a la naturaleza física y espiritual en la relación que se tiene con cada persona, que en la vida conyugal tiene como la mayor manifestación y el mejor estímulo, la apertura a la cocausación, amor y ayuda incondicional, a cada hijo, que es el mejor referente para que las familias, sociedades y generaciones futuras, sean las más estimuladoras del pleno desarrollo humano integral, incluyente y sostenible.

La más profunda unidad compartida es el mejor aporte al bien común, el que asegura el mayor bien particular, que es la máxima perfección de cada ser humano.

La razón de ser del amor maduro y, por eso, exclusivo y fiel entre los esposos, tiene entre sus efectos familiares la entrega incondicional, y entre los frutos sociales, la disciplina ciudadana de la solidaridad.

La solución a toda fragilidad y sufrimiento humano es lo más distante a destruirse o a acabar con el que sufre. La solución es amarlo, esa es la base, el medio para el desarrollo y la plenitud, de todo ser humano, también de los que, por sus circunstancias, reciben el influjo de la amabilidad de terceros y no pueden reconocerlo y corresponderles durante la etapa biológica de su cuerpo. Siempre se tiene el derecho a este bien particular y común que quien sea humano puede recibir. El primer y mayor efecto del bien común, queda en quien lo procura.

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Redacción Minuto30

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