Un viernes de verano, cuando el sol no alumbra sino que castiga, mi amigo Jorge me dijo que almorzáramos juntos, acepté y, vaya banquete, no sólo por las viandas, sino por la conversación literaria tan nutrida que tuvimos. Terminado el almuerzo y en medio de una buena taza de café, ambos nos quedamos perplejos al ver, que sin pasar la puerta del local donde departíamos, un anciano escuálido y desgarbado bebía un vaso de agua saboreando sorbo a sorbo, gota a gota el preciado líquido. Mi amigo se acercó tímidamente al anciano ofreciéndole algo de comer y de beber, y, atendiendo al mandato bíblico, “…que tu mano derecha no sepa lo que hace la izquierda”, enrolló con disimulo un billete y lo puso en la mano de aquel hombre desvencijado.

Por un instante, ambos se encontraron en una mirada indescriptible, pero, fácilmente descifrable. Con sus ojos gastados por los años el anciano le agradeció y a la vez lo bendijo. No conocimos la voz de aquel hombre, su mutismo fue más elocuente, no hubo zalamerías ni palabras disonantes, solo un silencio ensordecedor cargado de un amor infinito. Salimos de aquel lugar y mi amigo sin mirarme solo atinó a decirme: “Calucho, esa humanidad podemos ser tú y yo, seremos viejos”. No hubo más palabras, él a su oficina, yo a la mía.

Han pasado algunos días y no puedo negar que en mi mente quedó grabada la imagen de aquel viejito, quien cargaba en su mano izquierda el drenaje o bolsa de orina con su respectiva sonda y catéter. No lo niego, sigo pensando en la soledad de aquel hombre, en su familia, en si tuvo hijos, mujer y hermanos…, la verdad muchas preguntas rondan mi cabeza, ¿quién le da los buenos días, quién le dice tan siquiera feliz navidad…? Ante cada suceso como este me doy cuenta que la sensibilidad no la venden en gotas, pastillas o inyecciones, no, la sensibilidad es la forma de percibir al otro a través de los sentidos, desafortunadamente algunos embriagados en el orgullo y la petulancia anulan sus sentidos no dejando fluir el amor y la bondad. Ah, me doy cuenta que entre más viejo, más sensible me vuelvo, la sensibilidad es un aprendizaje. Quiero dejar claro que no pretendo parecerme a Teresa de Calcuta, ni mucho menos, pero, sí llamar la atención de tanto anciano olvidado, no solo en nuestra ciudad sino en el mundo entero.

Por esta razón traigo a mi memoria la frase del Nobel Gabriel García Márquez. “El secreto de una buena vejez no es otra cosa que un pacto honrado con la soledad”. Sí, los ancianos bajan la voz y van quedando inmersos en las trampas de la soledad. Observando la ciudad me he puesto a pensar en la enorme cantidad de casas y apartamentos donde seguramente habitan hombres, mujeres, niños, mascotas, y, tal vez algún anciano. Triste decirlo, ancianos solos en medio de la multitud. Escribo hoy sobre los ancianos o viejitos, no porque esté en contra de nada o por cuestionar aspectos culturales, lo hago porque sobre el papel de la mujer en la sociedad ya se ha escrito y, no en pocas proporciones, contrario al padre, un ser al que se ha cuestionado mucho y en no pocas veces se les ha agradecido lo suficiente. Es innegable que en algunos imaginarios colectivos se tiene la idea que los papás son malos, irresponsables, imprudentes y porque no insensatos. Ah, cuanto recuerdo a mí querido cascarrabias.

No pretendo que estas letras lleven a pensar que estoy reclamando algo o que estoy inconforme por algo o con alguien, solo quiero que pensemos más en los ancianos, así no estemos celebrando el día del padre, repito no quiero que esto suene a reclamo, pero, me parece desequilibrado que el día de la madre restaurantes y almacenes estén a reventar, mientras que el día del padre poco ruido se hace. Sé del amor incalculable que todos tenemos por la mamá, pero, no debemos olvidar al papá, él también aportó en la formación de ese hogar.

Ahora que estamos hablando en la ciudad de abrazar la historia, que bueno sería que abrazáramos a nuestros viejitos, que visitemos ancianatos y les escuchemos en la plenitud de su sabiduría, ellos sí que saben de historia. Como no puedo dejar de hablar de pedagogía, aprovecho la oportunidad para proponer que en la escuela, desde preescolar hasta el postdoctorado exista un espacio para escuchar a los abuelos, hombres sabios que cuentan las cosas como son, en blanco y negro y sin maquillajes ni estridencias. Termino preguntado, ¿cuánto tiempo hace que no sacas a tu papá o abuelo a comer un helado, a cine, al parque…? ¿Cuánto hace que no lo abrazas? Pobre viejo…

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Redacción Minuto30

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