Parece que nunca terminamos de estar contentos con el modo como nos definen o cuando señalamos nuestros límites. Suele quedarnos la seguridad de que la tarea está inconclusa. ¿Por qué?
Lo que un cuerpo material aporta a una definición de la realidad personal –inmaterial– siempre es insuficiente. “Esta persona” es en definitiva lo que sigue siendo un ser humano después de morir su cuerpo biológico: nunca pierde su singularidad.

Pero en la etapa actual de la vida personal, es tan íntima la unidad entre cuerpo y espíritu, que las expresiones físicas que no coinciden con lo que espiritualmente se está viviendo, suelen ser calificadas como ofensivas, indignantes e inhumanas.

Es un fenómeno reconocido habitualmente como transtemporal y transcultural, que la persona siente necesidad de manifestar, también físicamente, la apertura a lo que trasciende su ser y todo lo demás que sea limitado. Para esto utiliza expresiones corporales –algunas vividas en soledad y otras socialmente–, porque el ser humano es abierto a la relación con otros seres que también son personas.

“Esta persona humana” consiste en un cuerpo que vive una etapa biológica y que tiene el plus, único en el universo conocido, de constituir una unidad real y fuerte, con un espíritu que es exclusivo para ese cuerpo y que lo perfecciona y trasciende.

Ya en la naturaleza se conoce, incluso al nivel de genoma, la diferencia entre el ser humano y los cuerpos vivos que no son unidades corporeoespirituales, como sí lo son, constitutivamente, cada uno de todos los miembros de la familia humana.

A esto se añaden logros notoriamente personales como la cultura con todas sus manifestaciones, entre las que tal vez son más dicientes la Filosofía, las ciencias humanas, sociales y empíricas, el arte, la tecnología y el deporte, y de modo muy especial la forma de acoger y dejarse cuidar de otros, en la vida familiar, la amistad, el trabajo y la convivencia social.

En la vida actual, cada persona humana no es definible completamente porque es inacabada, pero sí son expresables las dos perfecciones que la constituyen, por las que de cada ser humano se puede afirmar siempre “Esta persona”.

No son pocos los requisitos para aprender a definir o señalar los fines o límites. Tal vez los más utilizados siguen siendo aprendidos de Aristóteles, especialmente en su obra “Tópicos”; algunos son: precisar el contexto externo más inmediato y la diferencia específica respecto de éste; que la definición incluya todo y solamente, lo que se quería definir, que el predicado sea completo para el sujeto y que éste sea exclusivo para lo que se quiere señalar con el predicado, que la definición no incluya la palabra que se desea definir y que lo señalado sea lo que es, no lo que no es, excepto en las privaciones, que requieren que se exprese de qué se carece; el autor ponía como ejemplo: “[…] es ciego el que no tiene vista”.

Como cada persona a la que se le participó ser, es una realidad simple y no es contradictorio con la racionalidad humana aceptar la posibilidad de que, en la escala de perfecciones que se conoce, el siguiente grado superior sean seres simples sin cuerpo, el género al que el ser humano pertenece es señalado con el término “espíritu” y su diferencia específica es “cuerpo”.

Podría decirse de cada uno que “Esta persona” es cuerpo ejerciendo su capacidad de constituir un solo ser con un espíritu –en este sentido “cuerpo espiritualizado”–, o espíritu ejerciendo su capacidad de constituir un solo ser con un cuerpo -en ese sentido “espíritu corporeizado”, o realidad corporeoespiritual, o unidad corporeoespiritual.

“Esta persona”, inacabada, tiende según le permita la ocasión que es su cuerpo biológico, hacia su propia perfección, según pueda ejercer con acierto la gestión de su libertad.

Además, cada ser humano es inacabable, inextinguible, por ser, también constitutivamente -por su espíritu simple-, no descomponible como sí lo es su cuerpo que en esa descomposición es incapaz de mantener la unidad propia de un cuerpo vivo, que se evidencia en primer lugar, en el automovimiento inmanente con que coordina sus propias estructuras y funciones biológicas.

Se nota que “Esa persona” atina en su modo de vivir bien su libertad, entre otros síntomas, en la medida en que acrecienta su propia inconformidad consigo misma: quiere darse más, amar de un modo más ordenado, jerarquizando los bienes de forma que, en adelante, acierte eligiendo siempre la mejor alternativa, la que la hace amar aún más.

Las ciencias empíricas indagan lo que está sujeto a las leyes de la física y la química. Respecto de esto, la Filosofía estudia lo supraexperimental, se plantea también lo no sujeto a esas leyes, como la razón de ser de todo lo que es.

Los demás saberes humanísticos se cuestionan el acierto con los modos de ser. La Filosofía indaga más hondo, intenta conocer lo común a los seres y sus diferencias específicas, su origen y fin, como marco referencial de todo acierto en los seres libres.

No parece haber una aproximación seria a la definición de una persona –“Esta persona”– sin reconocer que el origen de una perfección simple limitada es un ser simple no limitado –si también lo fuera, sería uno más de una secuencia de seres en la que ninguno da razón de la existencia propia ni de otros.

Un ser que es persona y que participa el bien de ser, incluso causando a otros seres personales, ha sido reconocido por la mayoría de filósofos. Por ejemplo, François Marie Arouet Voltaire escribió: “ […] nada es para mí tan evidente como que hay un Ser necesario, eterno, supremo, inteligente; pero esto no es fe, esto es razón. No tengo mérito alguno en pensar que este Ser eterno e infinito, al que conozco como la virtud, la bondad misma, quiere que sea bueno y virtuoso.” Es famosa su obra sobre una virtud que sigue siendo popular: “Tratado sobre la tolerancia”.

La virtud siempre es de “Esta persona”. El defecto es carencia, lo que no se posee. ¡Fácilmente sale una sonrisa queriendo leer que no se poseen defectos! Llamamos defectos a la ausencia de perfecciones que deberíamos ser y aún no somos –también nuestros modos de ser son del ser que somos.

Lograr que “Esta persona que soy yo” sea más buena gente con todos, optimizando mejor la propia dotación natural y poniendo un gran empeño en lograrlo con ocasión de lo de cada instante, es lo que tal vez mejor definiría la realidad del ser humano que “Esta persona es”, porque lo seríamos con la mayor salud e intensidad de vida, aunque en su fase biológica sea necesariamente breve en el tiempo.

Todo cuerpo vivo caduca, como plasmó José Asunción Silva en un manuscrito, recogido por Héctor H. Orjuela en su edición crítica de la obra completa de este gran poeta colombiano:

“¡Mirad! Sed como el ave que un solo instante posa
Sobre la débil rama,
Que siente que se rompe y sigue sus canciones
Sabiendo que tiene alas!…”

Cada “Esta persona” sabe que logra, por fin, definirse mejor, con el acierto o buen uso de esas “alas”, deducible del ser en que consiste y su razón originaria, que son también el punto de partida de saberes de base humanística como Ética, Deontología, Bioética y Biofamilia.

Lea también: ¿Cómo indentificar a una persona respetuosa?

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Redacción Minuto30

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