Si no aprendemos a perdonar a los otros y a nosotros mismos, jamás en la vida podremos ser felices. Recordemos que hay una realidad inmutable: no podemos controlar el odio ni las críticas de los otros porque están fuera de nuestro alcance. Sólo podemos liberar la culpa y los resentimientos que tengamos en el corazón porque en nosotros están las fuerzas poderosas de la conciencia y el amor que todo lo sanan.

Lo peor de este virus es que se camufla sutilmente en las sombras de nuestra inconsciencia, y nos hace creer que no estamos infectados sino perfectamente bien. Pero en nuestros actos y pensamientos inconscientes encontraremos que, muy encubierto, este virus desgastador y desestabilizador del rencor está presente. Cuántas veces no has oído a tus amigos y quizás a ti misma decir: “Yo no odio a nadie, no tengo rencores, ni resentimientos”, “ya lo perdoné y ni me acuerdo de él”, “no necesito perdonar nada ni tengo problemas con nadie”, “los que tienen problemas, culpas y vergüenza son los otros, yo no”, “mi pareja es la que necesita elaborar esa culpa”. Si alguna vez has pensado que los que tienen el problema son los otros y les echas la culpa, muy probablemente la del problema seas tú.

Si te fijas al ir por la calle al amanecer, verás que siempre hay basura y bolsas negras malolientes llenas de desperdicios. Te pregunto: ¿recogerías cuanta bolsa apestante encontraras en tu camino y la guardarías celosamente en tu cuarto al lado de tu cama, y cuando se llenara tu cuarto las seguirías coleccionando en la sala, en el comedor, en el refrigerador o en otros lugares de tu casa? ¿Qué sentirías si, cual sombras nauseabundas, esas bolsas decoraran tu cuarto en forma permanente? ¿Harías algo para sacarlas o dirías: “Las guardo porque todavía tengo más espacio y, aunque huelen muy mal y se están pudriendo, son mías y nos las voy a sacar”? Muy pronto empezarías a sentirte enferma y débil debido a las infecciones producidas por tan mal hábito ¿Continuarías tercamente recogiendo más bolsas, o conservando las que ya están enmohecidas y podridas, sin importar que tu salud empeorara y que en el cuarto ya no pudieses ni respirar? ¿Serías capaz de llevar allí a tus seres queridos? ¿Qué crees que harían? ¿Cómo se sentirían?

Entonces, ¿para qué guardas todas esas bolsas de pensamientos destructivos, sentimientos de rencor, envidia, deseos de venganza, vergüenza y culpabilidad en tu espacio más sagrado que es tu corazón? Al guardar estos sentimientos se deteriora tu salud mental y física, entras en estados de angustia, tristeza, dolor, rencor o puedes terminar fácilmente en una depresión crónica, producidos por no querer liberarte de la basura que decidiste cargar.

Abre hoy las puertas para que un nuevo aire entre en tu habitación, libera todo lo que no te sirve y abre tu corazón al amor, la bondad, la compasión y la humildad, para sanar esas heridas producidas por la basura que quizás has cargado por tanto tiempo. Recuerda que todo pasa, que no hay ninguna emoción, ni acto, ni nada en este mundo que sea permanente. Así como la basura se recicla, limpia y purifica, tus rencores y resentimientos se pueden reciclar, transformar y limpiar con la infinita llama del amor, para que sean de hoy en adelante pensamientos renovadores inspirados en el amor y en el servicio a los demás. Hoy más que nunca recuerda que no tienes vocación de basurero, por lo tanto libérate. No tengas miedo de lanzarte a la acción.
Los infortunios y nuestras equivocaciones son como cuchillos: pueden servirnos o cortarnos según si los tomamos por el filo o por el mango.

Muchas veces creemos que perdonar es un regalo que le damos a los demás, pero la verdad es que el perdón es un regalo que nos damos a nosotros mismos. Más que un simple acto de bondad, el perdón es un acto de sentido común, inteligencia y sabiduría.

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Redacción Minuto30

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