La semana anterior visité una de las 229 Instituciones Educativas públicas que tiene la ciudad de Medellín, al conversar desprevenidamente con un par de estudiantes les pregunté si sabían algo acerca de la “patria boba”, y… vaya sorpresa, a pesar de estar a pocos meses de graduarse como bachilleres no tenían ni idea de que les estaba hablando, fue entonces cuando pensé que la historia como asignatura hace mucha falta, así sea tan solo para ilustrar a las nuevas generaciones, enseñándoles que una cosa es continuar la historia y otra muy diferente, repetirla. Entre frases, bromas y comentarios serios, me despedí de los jóvenes no sin antes explicarles, someramente, la pregunta que les había planteado. Ese mismo día después de leer los periódicos, escuchar la radio, ver los noticieros y recapitular el diálogo sostenido con aquellos adolescentes pude concluir que nuestra patria, Colombia, está sumida nuevamente en algo tan absurdo, como lo fue y lo es, la “patria boba”.

Con el respeto que merecen mis lectores y sabiendo que no pocos son versados en estos temas, quiero solo recordar algunos aspectos de la llamada “patria boba”, nombre dado por el prócer, Antonio Nariño, a un período de tiempo (1810 a 1816) de nuestra historia, caracterizado por discusiones y conflictos internos respecto a la forma como se deberían gobernar estas tierras ante la expulsión de los españoles. Los seguidores de Francisco José de Paula Santander querían una nación federalista en la que cada provincia se gobernara de forma independiente, mientras que los seguidores de Simón Bolívar preferían una nación conservadora donde el gobierno fuera centralista y vitalicio. Fue así como en medio de discusiones insulsas y poco productivas, los españoles se entraron nuevamente en estas tierras y en cabeza del “sanguinario pacificador” Pablo Morrillo quedamos de nuevo bajo el yugo español.

Cabe señalar que desde el año anterior el nuevo gobierno colombiano llegó promulgando que haría añicos los acuerdos de paz firmados con las Farc aduciendo que cambiaría todo el marco jurídico para la paz. Sin vacilar empecé a intuir que muy pronto volveríamos a caer en esa estúpida polarización en que estamos acostumbrados a vivir los colombianos, si, desde tiempos pretéritos nos hemos dividido para palear entre centralista contra federalistas, liberales contra conservadores, gólgotas contra draconianos, terratenientes contra campesinos, católicos contra protestantes, guerrilleros contra paramilitares, narcos contra el Estado, los del SÍ contra los del No y, hoy los que están con la JEP (Jurisdicción Especial para Paz) y los que atacan la JEP. Lo importante en medio de tanta ignorancia es tener un contradictor que permita distraer la sociedad mientras la corrupción campea a lo largo y ancho del territorio nacional.

Sin lugar a dudas los colombianos estamos viviendo de nuevo bajo el manto de una “patria boba”, la cual se agudizó después del 2 de octubre de 2016 cuando en las urnas ganó el No de aquel plebiscito convocado por el gobierno Santos Calderón. Esta nueva “patria boba” está engrupida en discusiones sosas frente al desenlace de la JEP. Imposible negar que haya quienes en estos nuevos escenarios de lo político, sienten un fresquito, una alegría solapada al saber que vuelve la polarización y muy posiblemente la guerra, como negar que algunos hasta se frotan las manos al ver en los noticieros que volver trisas los acuerdos de paz hoy se está volviendo una realidad ineludible. Como si fuera poco las redes sociales hacen de tribunas para insultos y noticias mentirosas que empiezan a desvirtuar de nuevo la realidad.

No se trata de analizar el país desde el pesimismo sino desde la realidad, y es que mientras no pocos se la pasan discutiendo sobre las inconveniencias o no que hizo el gobierno a la JEP, el país sigue al borde de la desesperanza. Sería bueno y conveniente que sacáramos un ratico para leer el último informe de la Alta Comisionada para los Derechos Humanos, publicado en los últimos días, donde se dice que “las masacres en Colombia entre 2017 y 2018 aumentaron en un 164%”, mientras que los asesinatos de líderes siguen aumentando a pasos agigantados, al igual que otros delitos. Ah, tan fácil llamar a la guerra, tan fácil dividir un país que poco a poco estaba encontrando el camino a la paz, lo paradójico es que quienes llaman a la guerra no permiten que sus hijos vayan al ejército ya que les compran la libreta militar para librarlos de los peligros de la guerra, a esos colombianos guerreristas tampoco les gustó ver los hospitales militares sin soldados heridos o mutilados por combates, como tampoco les gusta las noticias de corrupción sino las noticias de la guerra. Cómo no recordar hoy las palabras del pensador y humanista Erasmo de Rotterdam, “la paz desventajosa es mejor que la guerra más justa”.

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Redacción Minuto30

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