Luego de tres intensas semanas de marchas y protestas, conviene tomar distancia del movimiento para mirar beneficios y costos, logros y perdidas. De bulto salta que son muchos más los activos que los pasivos, por las conquistas obtenidas, la demostración de fortaleza social de la inconformidad colectiva y los aprendizajes que quedarán como un ADN para futuras acciones de indignación popular.

Lo cierto es que la reforma tributaria fue un simple florero de Llorente que catapultó multiplicidad de motivos de insatisfacción ciudadana relacionados con la pobreza, la inequidad, la corrupción, la falta de justicia, la crisis de la democracia, la educación, la salud y la pandemia.

El abanico de actores protestantes se ha ido ampliando a medida que nuevos sectores le cuelgan al pliego de exigencias nuevas demandas insatisfechas y acumuladas. Es la realidad de Colombia, un país con la mitad de la población en condiciones de precariedad social y económica, mientras las elites solo se interesan en atesorar ingresos, riquezas y tierras, ampliando las brechas de la desigualdad, y por ello, acumulando rabias ajenas a punto de estallar.

Presenciamos hoy el estallido de la inconformidad, no exenta de agresividad, del grueso de una ciudadanía cada vez menos afecta a un statu quo poco generador de motivos de simpatía y complacencia social.

El cuadro se hace más dramático por la torpeza del gobierno que no calculó los efectos de una reforma tributaria orientada contra el sector poblacional más afectado por la pandemia, la clase media, y la brutalidad policial que las redes sociales evidenciaron por todo el mundo, minando la credibilidad en el gobierno Duque y en la institucionalidad colombiana.

Acá es preciso reconocer y machacar la nefasta presencia del vandalismo en las marchas, al cual, la respuesta no puede ser la extralimitación en el uso de la fuerza y la connivencia con destacamentos de civiles armados, ejerciendo una ilegal autoridad, deslegitimadora de la fuerza pública.

Pero vale la pregunta: ¿es hora de parar el paro?

Diría que sí. Hay que saborear y reclamar las victorias tempranas del movimiento, antes que el desgaste evapore los triunfos. Los dirigentes del paro no pueden desconocer el cansancio que se va acumulando en la población, cuya mayoría ha participado o simpatizado con la protesta, pero que se resiente por las incomodidades en la movilidad, el desabastecimiento y los riesgos de inseguridad. Hay que aprovechar para mostrar las bondades de la protesta social, que participar si vale la pena, ahí están los resultados.

La lucha por construir un mejor país, es prolongada y de resistencia, conmover las estructuras que soportan la falta de oportunidades, la pobreza y la desigualdad, no será cuestión de inmediatas marchas multitudinarias y sostenidas. Es cuestión de ejercer el poder político, ser gobierno, y el camino son las urnas.

El 2022 será la oportunidad, ojalá todos los que han ejercido el constitucional derecho a marchar ahora, ejerzan su derecho a elegir y ser elegidos cuando la Registraduría habilite las urnas. Porque uno de los muchos riesgos que existen, con el desbordamiento de las protestas, es que la vía electoral se cierre abruptamente con un golpe de conmoción o de charreteras, que se otea en el horizonte.

La opinión del autor de este espacio no compromete la línea editorial de Minuto30.com

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Redacción Minuto30

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