Hace pocos días en un momento de ocio, de esos ratos que teniendo tanto que hacer uno no quiere hacer nada, lancé mi mirada al horizonte recordando algunas frases y palabras que escuché siendo niño, y que no siendo el español más refinado y elegante, hoy siguen llamando mi atención. “…usted si es perecoso, a todo hora poniendo pereque”, “…que pereza usted tan requeñecudo y, a toda hora enfurruscao”. Además de las anteriores, también escuché decir “sonsonete”, “ñurido” y, la palabra mágica y campeona, aquella que servía para denominar y referirse a todo “cosiampiro”.

Siguiendo con mi relax, me pregunté dónde nace el odio, quién o quiénes inventaron ese no sé qué, que genera repulsa y fastidio por el otro, ese sentimiento que hace que todo se convierta en repugnancia y a veces en violencia hacia el prójimo. En mi niñez me dijeron que no me juntara con algunos niños porque tenían piojos, pero, no alcancé a odiarlos, además yo también tenía, yo no sabía odiar, y, la verdad no sé si hoy lo sepa hacer.

Terminé mi recreo sumido en la desesperanza, preguntándome quién pudo haber secuestrado nuestros nobles sentimientos enfrascándonos en una sociedad del odio. Siempre me he preguntado por qué los estudiantes de sexto grado no se quieren con los de séptimo y los de décimo no pueden verse con los de undécimo, ¿quién se inventó ese odio? Rebujando en mi cabeza la historia de Colombia, me encontré con que otrora los liberales y los conservadores se odiaban de muerte, sí, se mataban por un color como lo hacen hoy los hinchas de los equipos de fútbol por una camiseta. Parece, por todo lo anterior, que la gente no sabe qué es el odio pero lo practica, se odia sin razón. Ahora, nunca he podido entender qué tiene que ver el volumen de las personas con el odio, me refiero al dicho “me cae tan gorda…”.

Como ciudadano del común que paga impuestos y hace filas, no estoy de acuerdo con que nosotros como ciudadanos permitamos que los politiqueros de turno nos conviertan algo tan lindo como la política en escenarios de odio. Hoy, por culpa de disposiciones vulgares y leyes absurdas, algunos chocoanos están odiando a los antioqueños y viceversa, por la disputa territorial de Belén de Bajirá, claro, sacándole provecho al asunto, nuestros mandatarios nos hacen creer que están enarbolando las banderas de la defensa territorial, cuando lo que están abonando es la próxima campaña electoral. De qué se valen, del odio.

Quiero precisar que no estoy justificando el fraccionamiento del territorio, no, pero tengo claro que los límites son ficticios, las líneas divisorias de los países no existen, son imaginarias, al menos así me enseñaron en la escuela. Lo real es el abandono en el que están sumidos estos pueblos.

Vino a mi mente también un señor que hace política con un megáfono, quien hace poco se unió con otro ex presiente y un señor que usa tirantas y que cuando joven quemaba libros al mejor estilo medieval. Los discípulos o seguidores de estos tres personajes aprendieron también a exhalar odio, convirtiéndose en multiplicadores de animadversiones, fobias y antipatías. En ningún momento trato de hacer apología del gobierno de turno y premio nobel de paz, él también sabe odiar y ha metido el país en disputas inoficiosas por culpa de la consabida paz, de la cual también tengo mis reparos, sobre todo al saber que no pocos de los acuerdos se lograron retorciéndole el pescuezo a nuestra constitución nacional.

Estoy totalmente convencido que es mejor vivir sin armas que con ellas, pero jamás olvidaré que nunca había visto tanto odio como el vivido en el anterior plebiscito por la paz, qué vergüenza, parecía una campaña del odio revuelto con inquina, aborrecimiento y rencor. Si la guerrilla dejó las armas, por qué no dejan los odios, como ciudadanos no nos dejemos involucrar en discusiones bizantinas de si fueron cien o doscientas las armas entregadas, no, luchemos por vivir en paz.

Para terminar, quiero llamar la atención acerca del odio que emanan las redes sociales en algunos momentos. Hace pocos días, el Atlético Nacional consiguió un triunfo más, algo maravilloso para la ciudad y digno de celebrar, pero, algunos “hinchas” en vez de celebrar, reír y gozar, se dedicaron a insultar y menospreciar a los demás equipos, considerándolos inferiores, el odio y la rivalidad salían a flote. Las redes sociales no deben convertirse en espacios de peleas, insultos, agravios u ofensas, que bueno sería conversar y aprender de los demás. Bueno, ojalá a algún politiquero distraído no se le ocurra ahora proponer la cátedra contra el odio, le recuerdo que ya tenemos la cátedra de la paz.

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Redacción Minuto30

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