Ya llegan las elecciones de mayo, y como nunca, obliga votar bien. Es imperioso, rotundo, necesario el votar con responsabilidad. No podemos dejarnos ahogar por la espuma de la demagogia. Los “salvadores”, en las épocas de crisis, abundan, pero “por sus actos los conoceréis”, decía El Maestro. Así mismo, es obligatorio que los dignatarios, los que reciben la confianza del elector, no sean inferiores a esa confianza; no la traicionen: cuando uno se hace elegir alcalde, concejal, diputado, representante, senador o presidente, adquiere un compromiso fundamental e indelegable con la comunidad, y con todos y cada uno de sus electores: ejercer el control político y trabajar por el bienestar de la comunidad, sin miramientos de color alguno. Este asunto, simple y fundamental para un hombre público respetable, es la bandera que lo identificará durante toda su vida pública. Reitero: “por sus actos los conoceréis”, decía El Maestro. Revisar con lupa, de forma responsable, cuidadosa a quien pide el voto, es obligación. Nos permite votar responsablemente.

Hoy es otra época; una época histórica, si se quiere, por lo que sucede en el entorno mundial, que ya no es ajeno a nosotros por el fenómeno de la noticia inmediata, mediante los medios y las redes sociales. Una época crucial, por lo que ocurre al interior del país, aprovechado por palabreros de poca monta. Ahora es otra la época, ya no hay retórica por ningún lado (según el Drae, la retórica, lejos de lo que piensan los tontos, “es el arte del bien decir, de dar al lenguaje escrito o hablado eficacia bastante para deleitar, persuadir o conmover”), ahora hay camajanes disfrazados de salvadores, que usan el lenguaje a su amaño y birlando la norma culta, que nos pueden llevar a un catastrófico salto al vacío, como viene ocurriendo por dos décadas en Venezuela; por lo que viene pasando en el Perú; por la desgracias de los hermanos de Nicaragua, por la tristeza de una república tan querida como la Argentina. Culebreros del idioma que las han destrozado, y con ello han llevado al infierno a sus conciudadanos.

Los problemas de Colombia, no son pocos, nadie lo niega, y sus dimensiones, hay que decirlo, son escandalosas en algunos casos: el desempleo, en especial entre los jóvenes, es pavoroso; la miseria, la pobreza, el vicio, la corrupción y la falta de oportunidades (para jóvenes y adultos), no da espera. Los servicios de salud, educación, recreación, entre otros, son deficientes, casi que se tienen de sola publicidad; negocio para unos, pobreza para la comunidad. Sobra decir que, en buena parte, los males, problemas e insatisfacciones de la comunidad, se deben única y exclusivamente al hecho de que no estamos eligiendo al más capaz, al más honrado, al más apropiado de las necesidades de la comunidad; estamos votando por el politiquero del pueblo, que generalmente es lenguaraz y mentiroso y, de contera, oscura procedencia.

Para entender nuestro tesoro invaluable del derecho al voto, recordemos que Colombia es una república, y que en ella gozamos de un sistema democrático. Así pues, el ser una república, nos está diciendo que en Colombia tenemos un gobierno regido por el principio de división de poderes, y que, por ser democrático, el gobierno (presidente, gobernadores, alcaldes, concejales, etc.), es elegido por el pueblo, mediante un sistema electoral, basado en el voto unipersonal, que debe ser cuidadoso y responsable.

En época de elecciones, tenemos una tarea indelegable, para bien propio, de nuestra comunidad y de Colombia: votar a conciencia y con conocimiento de causa, por el mejor candidato; por el honesto, el responsable, el estudioso de los problemas y las necesidades de la comunidad. Votar por mentirosos o politiqueros, o veintejulieras, es votar por más pobreza, más corrupción y más delincuencia, para una patria que ya no soporta tanto mal, y que, por su historia, por su grandeza, por su belleza, por su potencial, necesita hombres honestos que la hagan crecer más, con la fórmula del bienestar ciudadano en la cabeza. Y con hechos.

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Redacción Minuto30

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