Los electores tenemos que comprender que la obligación de un candidato, es decir la verdad. Y esa verdad tiene que ser obligatoria en grado superlativo, si la aspiración es a la presidencia de la república, al senado, a la cámara, a las alcaldías, a las gobernanciones o a cualquier eleccion a corporaciones públicas. Sus “promesas” tienen que ser coherentes con la realidad del país, para poder transformar y superar esa realidad; para poder mejorar al país. De otra forma, está mintiendo de manera descarada, vulgar e irresponsable. Un candidato tiene que ser respetuoso con la ciudadanía, responsable con Colombia, decir la verdad: la verdad, para que sus adeptos por naturaleza tengan la firme convicción de que están eligiendo para bien de todos; la verdad, para poder atraer a aquella franja de electores que inicialmente no logró captar.
La vida de una comunidad o de una nación, como Colombia, no puede estar en las manos de mitómanos, de mentirosos compulsivos, porque así va a ser su gobierno o su desempeño: una gestión de mentiras y decisiones amañadas que sólo irán en beneficio de unos pocos y en detrimento del bienestar de millones de personas, aparejado ese detrimento a la pérdida de la institucionalidad y al debilitamiento del Estado y la democracia. Mentir siempre será una irresponsabilidad, una falta de respeto, una falta de amor por Colombia, la cuota inicial de un mal gobierno.
A propósito de lo dicho, viene a mi recuerdo esa hermosa y contundente reflexión de José Saramago, el celebrado Premio Nobel de Literatura portugués, cuando, en un texto magnífico intitulado, Cuadernos de Lanzarote, afirma: «Somos la memoria que tenemos y la responsabilidad que asumimos, sin memoria no existimos y sin responsabilidad quizá no merezcamos existir”. Mentir a un pueblo como el colombiano, que viene padeciendo la violencia desde el desembarco español mismo, no está hablando de ninguna memoria, y menos expresando claramente la responsabilidad asumida. Estos candidatos deberían entender (al igual que los electores potenciales de un país), que sin memoria no existimos y sin responsabilidad quizá no merezcamos existir.
Estamos en campaña electoral, para elegir alcaldes, gobernadores, ediles, diputados y JAL, y encontramos que un alto porcentaje de ellos, soportan investigaciones, tienen un pasado oscuro o están señalados de incapacidad moral y técnica para gerenciar a una comunidad. Es claro que tenemos muchos candidatos con el signo pesos bailando en su mente y en la de su séquito de cómplices, complementada por la ausencia de la palabra servicio en sus corazones.
Podríamos darnos a la tarea de examinar a muchos candidatos “transparentes y decentes”, que tiene tras de sí una cola de cuestionamientos, investigaciones y descalabros administrativos más larga que la del cometa Halley, según se pudo observar en 1986, cuando se registró su último paso por la Tierra. Lo delicado e incomprensible del asunto es que estos candidatos llevan arrastrando la dicha cola desde hace 20 y hasta 30 años, y sus electores, sin memoria y sin responsabilidad, siguen depositando el voto por ellos, permitiéndoles así alguna vigencia, y obligándoles a seguir arrastrando semejante vergüenza, año a año, y posibilitando con ello la pobreza desmedida en las comunidades y el desmoronamiento progresivo de la democracia en nuestra patria.
Para continuar citando a Saramago, traigamos a recordación otra frase suya, que la encontramos en su novela de 1997, Todos los nombres: “La vida es como los cuadros, conviene mirarlos cuatro pasos atrás”. Yo diría que no sólo a los cuadros conviene mirarlos cuatro pasos atrás, también a algunos candidatos que proponen «nacionalizar» el solomo extranjero, dizque para que el pueblo lo tenga más barato en su mesa.