En una de esas caminadas que tanto disfruto por las calles de la ciudad, me antojé de un confite o algo dulce, sin dudarlo me acerqué donde “un viejito conversón”, quien entre sus brazos sostenía una cajita de madera con unos trapos viejos que, a manera de cordón, daban vuelta por su cuello. Y digo conversón porque me quedé un buen rato escuchando sus palabras, palabras tristes que formaron la historia de un abandono. 

Empezó contándome de su pueblo natal, de su arraigo campesino, de su esposa ya fallecida y terminó relatando el gran esfuerzo que hizo para educar a sus hijos. Por momentos sus ojos gritaban mientras sus labios callaban, no era fácil contar que hoy un médico, una contadora pública, un ingeniero y cuatro bachilleres no se acuerdan de este pobre anciano, que debe vender dulces para pagar su habitación y conseguir su alimentación.

Finalizó diciéndome casi al oído “mejor será morirse uno ya”, detuvo su mirada quedando paralizado y pensativo. Después de escucharlo, tal vez eso quería, y sin hacer juicios de valor o algo semejante, le extendí mi mano para despedirme y… seguir mi camino, ah, cambié de rumbo, me fui al cementerio, admito que no fue fácil recomponer mi día.

Al día siguiente (domingo) abrí el periódico para leer a Juan José Hoyos, columnista que leo con pasión y respeto, admiro su forma de escribir. El título de su columna esta vez fue “la ceiba de la memoria”, allí relata la forma como quiso ser recordado el desaparecido periodista Javier Darío Restrepo, (QEPD) no sin antes hacer un torrente de elogios a su vida y obra.

Cuenta el columnista que en una carta que Javier Darío había escrito a su nieto dejó claro “…le dije, por eso a tu abuela que no quiero ni coronas, ni ramos de flores, ni avisos en los periódicos, ni velación en funeraria, ni ataúd caro ni barato. Que en una camilla mi cuerpo vaya directamente al horno crematorio y que las cenizas, en una caja de madera sin adorno alguno estén en la misa que se celebre para pedir fortaleza para la familia y paz para mí. Después, nada de cenizarios, esas urnas como apartados de correo que hoy reemplazan a los cementerios, en vez de eso solo quiero las raíces de un árbol, cualquier árbol, que las acoja como abono…”  Mejor enseñanza de sobriedad, mesura y sencillez no nos pudo haber dejado el maestro del periodismo. Para mí fueron dos batacazos existencialistas en menos de dos días, el “viejito conversón” y la columna de Juan José Hoyos.

En ese orden de ideas entendí, por un lado, que las desgracias esmerilan el alma y vuelven dócil el espíritu y, por el otro, que nos vamos de este mundo de la misma forma que llegamos, con las manos vacías. Empecé entonces, con esa carga emocional, a redactar una carta, que hace varios años ya, vengo escribiendo con motivo de la celebración del día del profesor en el mes de mayo, en ella trato de dar pautas para ser tenidas en cuenta en el aula de clase e inculcarle algo de valores a los jóvenes de hoy.

Lo primero que se me vino a la mente fue pensar que hoy parece importar más la forma que el fondo de las cosas, sí, importa más el funeral que el muerto, no debería ser así, tanta ceremonia, tantas flores, tantos ritos, desfile con el féretro, vestidos elegantes, ¿y…? en la misma carta le digo a los profesores que por favor enseñen a las futuras generaciones a no ser tan superficiales, aparentosos e indiferentes. Sigo redactando que, tristemente, hoy importa más el regalo que la amistad, el físico que el intelecto, la apariencia que la realidad. 

En últimas, importa más la boda que el amor, basta con analizar todo lo que gira alrededor de un casamiento, mucha forma, pero ¿en el fondo qué? Ahora, con relación a la escuela importan más las calificaciones o porcentajes que el verdadero aprendizaje.

En mi opinión considero que la educación hoy, debe partir más de asuntos reales y no de cosas ideales, mis profesores me hablaron de mares y ríos, me obligaron a dibujarlos y pintarlos, pero nunca me llevaron a conocerlos. El aula debe convertirse en un verdadero laboratorio social, obvio, aprender a leer y escribir, pero también aprender a escuchar.

Llevar a clase al “viejito conversón”, visitar cárceles, ancianatos, hospitales, caminar la ciudad, en otras palabras, conocer la realidad. Tal vez estoy exagerando, pero, la verdad me entristece saber como algunos jóvenes, no todos, están perdiendo la sensibilidad, todo les parece normal y pocas cosas las valoran.

Sueño con una sociedad donde el hombre vuelva a ser más importante que la máquina, donde los lujos y las decoraciones no importen más que el bienestar humano y, un mundo donde la apariencia rellena de orgullo y vanidades sea exterminada.

Coda: “No os enorgullezcáis, niñas hermosas, porque líneas tenéis esculturales: vuestras carnes se pudren, y, en las fosas, todos los esqueletos son iguales”.  Julio Flórez

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Redacción Minuto30

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