Mi admirado Oscar Domínguez Giraldo (o, simplemente, Oscar Domínguez, como es más conocido), es uno de los periodistas más prolíficos y queridos por los antioqueños, entre los cuáles, claro está, me incluyo en primera fila.

De Monte Bello, Antioquia, con su carita de “yo no fui”, hoy es dueño de una cosecha abundante de libros, y ni se diga de artículos escritos para la prensa de estas breñas montañeras, así como para la muy influyente de la capital de la república, por estas calendas, y a la humilde mirada y el sentir de este liborino, agradable a los ojos y a todo familiar.

Escribe, este bicho de apellidos  Domínguez Giraldo, hebdomadariamente,  la Columna Desvertebrada en “el diario leer de los antioqueños”, El Colombiano, de Medellín, y otros diarios regionales; en El Tiempo, de Bogotá, porque le sobra tiempo, escribe la columna Otraparte.

Y como si el asunto de las letras no fuera suficiente para el magín del autor de la Columna Desvertebrada que tanto disfrutamos en Antioquia, cuenta en su haber con cuarenta y cinco años de vida periodística, vividos con paciencia de costeño y pasión de antioqueño. Este yunque, en que ha convertido a la agri-dulce profesión del periodismo, le ha llevado a ejercer como reportero en los noticieros de Todelar, RCN y Súper. En materia de rotativas y de agencias periodísticas, laboró en La República, en las agencias de noticias CIEP (Centro Informativo El País) y en Alaprensa; y como corresponsal de Radio Francia Internacional y de la Voz de Alemania, la famosa y muy agradable La Deutsche Welle.  Y como unos nacieron para mandar y otros para obedecer (según decía el viejo y querido Tomás  Carrasquilla a nuestro expresidente Carlos E. Restrepo), fue director de Colprensa, aunque no creo que haya sido mandón.

Pues el asunto es que me gusta leer vejeces, y entre ellas encontré su libro El HOMBRE QUE PARECÍA UN DOMINGO, publicado en 1992, bajo el auspicio de la Secretaría de Educación de Medellín, durante el gobierno del amigo Omar Florez Vélez. Valga decir, una época y un alcalde en que la Secretaría no era un vulgar fortín politiquero, y el gobernante sí quería a Medellín.

El primer capítulo, llamado Medellinerías, muy a la usanza de la época, arranca con un bello y gracioso artículo, titulado: Medellín es un pañuelo de amor. Dice así el citado texto de Oscar:

“Si Dios sacara vacaciones –y está en mora de hacerlo- las pasaría en Medellín, en el primer piso del valle del Aburrá. En Medellín, la amabilidad es un oficio. La hospitalidad una religión. Medellín es un pañuelo de amor. Es tan amañadora La bella villa que por ley, todo colombiano debería ser obligado a visitarlo siquiera una vez al año.

Hay que ir a Medallo no sólo a llenarse de paisaje, a darle de comer al ojo viendo mujeres bellas y posibles, sino a llenarse de ideas. En Antioquia hay tres o cuatro ideas nuevas por paisa cuadrado. Medellín es la tacita de plata o la batea más bella del mundo y diez metros a la redonda.

En Medellín usted pregunta una dirección, se la dan y lo invitan a almorzar. En la capital de la montaña vive la segunda Trinidad Bendita metida en un verso de Gregorio Gutiérrez: “Salve segunda trinidad bendita, salve frisoles, mazamorra, arepa”.

La consigna es: ver a Medellín y después morir. No es original pero es así”.  (…).

Hoy, 31 años después de escritas estas palabras con desbordado amor y sentimiento por esta ciudad acunada en una batea natural, a más que con originalidad porque en su momento estas palabras, querido Oscar, eran predicación viva y cierta, tengo que decir, con amor herido de paisa y citadino a ultranza, que en tan solo tres décadas, como por una tendencia ruin y despiadada, ejecutada por alcaldes como Sergio Fajardo Valderrama, Anibal Gaviria Correa, Alonso Salazar Jaramillo y Daniel Quintero Calle, hemos pasado de Bella Villa; de tacita de plata, de pañuelo de amor, a una sábana de mal olor; a una tasa de basuras y a una ciudad de pobreza y mendicidad.

Esperemos a octubre con ansiedad, por ver si la democracia y el buen tino de los antioqueños, nos permite volver a los buenos alcaldes, a los buenos modales y al pañuelo de amor.

Mi querido Oscar Domínguez, perdóname si escojo estas, tus “Nostalgias con amor-humor”, para expresar mi desazón suprema, tal como lo hacía el viejo Porfirio Barba Jacob, cuando bajaba desde Santa rosa a Sopetrán, a calmar su guayabo en las orillas del Cauca hondo.

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Redacción Minuto30

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