El pasado 5 de febrero de 2022, se cumplió un año del fallecimiento de un gran antioqueño, nacido en mi tierra, Liborina, y que por muchos años fue muestra clara de lo que debe ser el trabajo político, como posición de avanzada para buscar mejores condiciones de vida para las comunidades. Conservo en la memoria y en el corazón, nuestras reuniones periódicas en la zona de comidas del Hotel San Fernando, lugar donde nos sentábamos a gusto, a disfrutar de un buen café y a gozar de recuerdos, añoranzas y anécdotas, más de su vida empresarial y política, que de la mía, apenas naciente y sin mayores cosas que contar, excepto aquellas que ya me entregaban mis constantes y deliciosas lecturas.

Su generosidad de amigo y de paisano, digna de toda mi admiración y respeto, me permitió ahondar en temas que pocos sabían o quería reconocer; por ejemplo, su papel en la consolidación de una de las grandes obras de los antioqueños, para ese entonces: El Metro. Era el año de 1978; yo había sido testigo del nacimiento del Metro de Medellín, cuando, el 31 de mayo de 1979, fue creada la Empresa de Transporte Masivo del Valle de Aburrá-Metro de Medellín Ltda. Pero no tenía claro cuál había sido su aporte.

Un aporte fundamenta, que aún hoy, no le hemos ponderado. Con su gesto habitual de frotarse las manos cuando compartía un tema fundamental, esbozando una sonrisa franca y mirando siempre a los ojos, me narró que en 1980, el proyecto de El Metro se sometió a consideración del Gobierno Nacional y a su Consejo Nacional de Política Económica y Social, Conpes, logrando su aprobación en diciembre de 1982.

Pero el asunto de su financiación no estaba claro, y que siendo él, representante a la Cámara en el período 1986-1990, le tocó dar la batalla por el Metro: “El Metro se veía en Bogotá como una obra gigantesca, que la Nación no estaba en capacidad de apoyar económicamente. Yo era vicepresidente de la Comisión de Asuntos Económicos y me encargué de destrabar la financiación del Metro, negociando de poder a poder entre la gobernación de Antioquia y la Nación. Fue entonces cuando concertamos la Ley de Metros con el Ministro de Hacienda Fernando Alarcón Mantilla y el entonces presidente Virgilio Barco Vargas. Conseguimos que los 654 millones de dólares que aportaba Antioquia, fueran pagados en un plazo prudentemente largo, con la sobretasa del 10% a la gasolina y otras participaciones en los impuestos del departamento. ¡Eso destrabó la construcción del Metro!”.

“Como secretario de Hacienda departamental –me contó alguna vez, con satisfacción comprensible–, durante la gobernación del doctor Uribe Echavarría, recuerdo que la destinación de importantes partidas sirvió para la construcción de carreteras, caminos veredales, acueductos, puentes, mataderos, entre otra obras, para los municipios de mis ancestros. Era tal mi empeño en lograr recursos económicos para Liborina y san José de la Montaña, que en cierta oportunidad el señor Gobernador, en privado, me reclamó por mi actitud, a lo que respondí: Gobernador, si cada uno de los Secretarios se preocupara tanto como yo por sus municipios de origen, ya habríamos transformado el departamento. Ante mi apunte, el Gobernador esbozó una sonrisa afirmativa y cómplice con mi actitud”.

Este era el talante del siempre amigo Luis Fernando Velásquez Restrepo, un hacedor de obras, de democracia y de patria, que aún en su período de jubilación, seguía incansable en la lucha por mejores condiciones para la gente, desde la presidencia de los Rotarios en Antioquia.

Sería justo continuar reseñando una vida llena de logros, de actuaciones inteligentes y profesionales, sin mácula alguna en tantos años de ejercicio público y privado, pero este espacio no es el adecuado, en virtud de su extensión. Seguramente, alguien más justo y responsable que yo, lo hará algún día en un bello y necesario libro.

El doctor Luis Fernando Velásquez Restrepo, había nacido en el municipio de Liborina, más exactamente en el apacible corregimiento de El Playón, el 19 de febrero de 1946. Era abogado, egresado de la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín y Magister en Ciencias Políticas de la Universidad Javeriana. Estudió desarrollo económico y cooperativismo en Tel Aviv; análisis financiero, y técnicas de auditoría en Incolda.

Fue jefe de división del Tránsito de Antioquia, juez tercero penal de Medellín, gerente de la Cooperativa de Municipalidades de Antioquia (desde donde se gestó en buena parte el desarrollo de los municipios de Antioquia, para su época), presidente de la Junta Nacional del Instituto de Financiamiento Cooperativo (desde donde se financiaron muchos puentes, vías prioritarias y cantidad de otras obras en Antioquia), gerente regional del Banco Santander, Secretario de Servicios Administrativos de la Alcaldía de Medellín, Secretario General de la Gobernación de Antioquia, Secretario de Hacienda de Antioquia y de Agricultura (E), gerente general (E) de la Beneficencia de Antioquia, Gobernador (E) de Antioquia, presidente de los concejos municipales de Liborina y San José de la Montaña, diputado de la Asamblea de Antioquia, representante a la Cámara, senador de la República, Presidente Nacional de Fendipetroleos (donde alcanzó la jubilación) y profesor distinguido en las Universidades Pontificia Bolivariana y de Medellín.

A un año de su fallecimiento, ante el olvido que él sabía tan cercano a nuestra gente, parece repetirme los versos del gran Juan Ramón Jiménez, cuando, en su poema El viaje definitivo, dice:

“Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros
cantando.
Y se quedará mi huerto con su verde árbol,
y con su pozo blanco.

Todas las tardes el cielo será azul y plácido,
y tocarán, como esta tarde están tocando,
las campanas del campanario.

Se morirán aquellos que me amaron
y el pueblo se hará nuevo cada año;
y lejos del bullicio distinto, sordo, raro
del domingo cerrado,
del coche de las cinco, de las siestas del baño,
en el rincón secreto de mi huerto florido y encalado,
mi espíritu de hoy errará, nostálgico…

Y yo me iré, y seré otro, sin hogar, sin árbol
verde, sin pozo blanco,
sin cielo azul y plácido…
Y se quedarán los pájaros cantando”.

Liborina debe a este hijo ilustre un gran reconocimiento, no como asunto social o vanidad floja; sí como referente y modelo para muchos jóvenes, y aún para políticos de poca monta que creen que las instituciones del Estado son oportunidad de lucro personal, jamás de crecimiento y bienestar social.

Su esposa, doña Ana Lucía Cadavid Vélez; sus hijos, Esteban, Alejandro y Martín, al igual que sus hermanos, tan cercanos todos ellos a mi corazón, pueden estar seguros de que jamás olvidaremos a nuestro paisano, amigo y maestro, Luis Fernando Velásquez Restrepo.

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Redacción Minuto30

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