Quienquiera aspirar al ideal de buena vida, de vida singularmente salida de la monotonía y triste que lleva la mayoría de la sociedad, debe saber que las tareas rudas y los oficios cotidianos como los empleos impiden desarrollar y potenciar las conductas y actividades que hacen una existencia integral, no aquella en la que apenas tenemos tiempo para la sobrevivencia muchas veces precaria.

El tiempo le sobra a los adinerados y muchos no saben qué hacer con él, de allí que son propensos a enfermedades coronarias y de otro tipo, sorprendiéndolos tempranamente la muerte. Los obreros y el común de la población carentes de recursos económicos y víctimas de la ignorancia no tienen horas y menos días para el ocio, la entretención y la cultura, viéndose por tanto, condenados a no realizarse plenamente como es el objeto supremo de un individuo. Thoreau afirmaba de sus connacionales, que eran víctimas, capataces de su propia esclavitud. En los modernos tiempos del siglo XXI, la aseveración del genial escritor cobra mayor relevancia. Vislumbró el citado autor que la opinión pública representada en los medios de comunicación, cuando aún no tenían el sorprendente desarrollo y la poderosa influencia a través de las redes digitales y cibernéticas, es un débil tirano.

El qué dirán, el concepto del vecino, el juicio público amenaza la vida de millones en el mundo y los hace desgraciados y muchísimos de ellos ventilan sus falencias de sus vidas privadas pretendiendo buscar aceptación, alabanza o exaltación de los supuestos seguidores en las redes sociales. Algo ingenuo fue Thoreau, nacido en la opulenta potencia de Norteamérica, predicar para sus compatriotas que se contentaran con vivir apenas ajustado a lo necesario. Tal postura y consideración podrá tener validez para el campesino del estado de Montana, pero jamás predicables y aplicable a los ejecutivos modernos del complejo financiero de Manhattan, los que son especialmente proclives a darse una vida material de lujo, aún cuando abandonan y olvidan vivir integralmente, pues pocos de ellos desarrollan una cultura espiritual y no son muy cuidadosos de su parte intelectual; cuidan sus cuerpos más que sus almas y viven ostentosamente demostrando con su actitud el apego enfermizo por el dinero al que le rinden el culto de Dios, mal que aqueja a la humanidad desde hace muchas centurias. El autor mencionado sentencia, no sin razón, que las llamadas comodidades de la vida o lujos no solo son innecesarios para la vida, sino que se convierten en el mayor obstáculo para la realización personal, para la elevación espiritual, lo que tiene mayor vigencia en Estados Unidos de esta época que vivimos.

Una vida simple e independiente en la que se practique la magnanimidad y la confianza en los semejantes es el ideal de una buena vida, de una existencia llevada por el sendero del buen vivir. Una vida bien vivida no puede ser aquella en la que estamos sujetos a los dictados de la moda y la novedad. No puede tener una existencia integral aquella mujer, que como abundan en estos modernos tiempos, se preocupa más por su aspecto físico y principalmente por su vestimenta, en tanto su mente está tensa y la conciencia perturbada. Cuántos seres aparentemente pobres en lo económico lucen bonachones y se nos presentan alegres y tranquilos, sin que su harapos les hagan perder encanto. En su libro Walden, Thoreau hace una radiografía de lo que representa el ser humano en esencia. La impactante frase que transcribo a continuación lo dice todo: “A los hombres no les falta con qué hacer, sino algo qué hacer, o más bien, algo qué ser”. El tener ha reemplazado al ser, de allí que muchísimos andan por el planeta buscando únicamente bienes y propiedades para sentirse alguien. Muy al estilo del monje Francisco de Asís, pregonó que el hombre es rico en relación con el número de cosas que pueda prescindir, antes que las posesiones sean suyas.

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Redacción Minuto30

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