Un pueblo lleno de dolor fue lo que vimos en las noticias del día lunes 21 de septiembre de 2020, con el asesinato de la señora Claudia Patricia Arias. Ocurrió en el bello municipio de Támesis, la tierra de mis grandes amigos escritores  Mario Escobar Velásquez, José Libardo Porras (ya fallecidos, para desgracia mía y de la literatura) y el querido Everardo Rendón Colorado (en plena producción literaria, afortunadamente), a más que muy cercana a la infancia de mi siempre maestro Manuel Mejía Vallejo, quien se fue de entre nosotros el 23 de julio de 1998, en el querido municipio de El retiro.

Ese dolor que se vivió en el parque de Támesis; ese rechazo vehemente de su alcalde, el querido colega periodista y abogado Juan Martín Vásquez Hincapié, siempre lleno de amor y compromiso por su tierra tamesina, es lo que sentimos los colombianos ante la horrorosa hola de feminicidios que sufre Colombia.

Dolor y rechazo. La lista es larga y demasiado cargada de violencia, como para no hacernos despertar de la “horrible noche”, noche oscura e interminable, al punto que nos hace reconocer que somos una sociedad enferma; demasiada enferma, si a los feminicidios le sumamos los cientos de males, encabezados por la corrupción, que tanto daño hace a nuestra democracia.

Un reporte de RCN radio, fechado martes 26 de noviembre de 2019, nos dice que ese año se registraron 796 feminicidios. Entre el primero de enero y junio 18 de 2020, ya se han reportado 99 mujeres asesinadas. Adicional, hace poco,  la directora del Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses, Claudia Adriana del Pilar García Fino, reveló que 23 mil 189 mujeres están en riesgo extremo, es decir, pueden ser víctimas de violencia feminicida en Colombia.

La mayoría de las víctimas ya habían denunciado agresiones de sus exparejas y oros agentes, y poco o nada se les escuchó. Los casos incluyen empalamiento, incineración, abuso sexual, tortura y descuartizamiento. Estos comportamientos son tipificados como de extrema crueldad y entregan un mensaje lastimero en cada sepelio: somos una sociedad enferma.

Los testimonios son desgarradores: “Él le decía que la iba a matar y que también mataría a los niños. Un día se entró a la casa y le rompió con unas tijeras toda la ropa. Hace un tiempo la cogió a la fuerza o tal vez la amenazó y se la llevó para una finca y allá le pegó una muenda. Fue cuando le dije que se viniera a vivir conmigo”. Este es el testimonio de Lillamalde Gómez, padre de Jessica Alexandra Gómez, incinerada por su ex pareja, José Yeris López, el 1 de enero del 2020 en Tello (Huila).

Podría nombrarlas una por una, con nombre propio y hasta citar el testimonio de sus hijos, padres u otros parientes. Las crónicas de sus muertes anunciadas son conocidas; la soledad, la violencia y el desamparo vivido días, meses y hasta años, precedidos a sus asesinatos, sin ser oídas, desgarra hasta al alma más oscura. Tal vez ello sea materia de un libro.

Tal vez ese libro empiece con el dolor de los tres niños huérfanos de Claudia Patricia Arias, y el rechazo vehemente de mi querido colega, el doctor Juan Martín Vásquez Hincapié, alcalde de esa tierra hermosa que se llama Támesis.

El procurador General Fernando Carrillo, ha manifestado reiteradamente que “el sistema judicial debe avanzar y modernizarse, teniendo en cuenta las necesidades que tiene el país para garantizar los derechos de las mujeres y, advirtió, que el acceso a la justicia ha sido la mayor ‘talanquera’.

El gran cuello de botella para las niñas y mujeres víctimas es el acceso a la justicia con un enfoque diferencial. Uno no puede pensar que el estamento de justicia de hace 10, 20 o 30 años haya permanecido igual y no se haya creado una masa crítica especializada en estos delitos”.

Querer a nuestras mujeres debería ser un mandato nacional, estar ordenado en letras de oro en nuestra constitución, ser de obligatorio cumplimiento; castigarse, si es letra muerta. Debería ser mandato el canto que hace mi poeta preferida Dulce María Loynaz, cuando en su poema Si me quieres, quiéreme entera, advierte:

“Si me quieres, quiéreme entera,

no por zonas de luz o sombra…

Si me quieres, quiéreme negra

y blanca, y gris, verde, y rubia,

y morena…

Quiéreme día,

quiéreme noche…

¡Y madrugada en la ventana abierta!…

Si me quieres, no me recortes:

¡Quiéreme toda!… O no me quieras”.

Reconocer que somos una sociedad enferma, señor Procurador, debe ser el principio elemental, básico, para empezar la búsqueda urgente de salidas a este y otros males. Ninguna democracia en el mundo soporta cientos de feminicidios, cientos de masacres, miles de asesinatos, tanta pobreza, tanta miseria, tanto desempleo y tanta corrupción, esta última en cabeza de muchos dirigentes públicos y privados, los primeros llamados a la pulcritud, al respeto y a la honestidad, si a la investidura que ostentan (u ostentaban) nos atenemos.

En este país todo debe reformarse (como ya lo dije en otra columna). Hasta la visión de la vida que tenemos cada uno. Reformarnos es un imperativo, reitero: el asunto es que debemos empezar ahora. No sé si primero es la policía, la justicia, la educación, la salud, la DIAN, el ICETEX, o tal vez la elección popular de presidente, gobernadores y alcaldes, no sé.

De lo que sí estoy seguro es que tenemos que empezar ¡Ya! La sociedad más enferma es aquella que mata a sus mujeres, y, estoy seguro: en el mundo, Colombia ocupa el deshonroso primer lugar en materia de este oprobioso asunto. En materia de matar a sus mujeres.

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Redacción Minuto30

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