Los muy importantes avances para la inmunidad artificial contra el covid-19 logrados esta semana por Pfizer y Biontech, hacen anhelar el día en que avizoremos inmunidad contra otros graves fenómenos, uno de los cuáles se ha vuelto especialmente amenazante: La pandemia del populismo.

Alrededor del mundo, sobre todo en los países occidentales, la existencia de la democracia parecía poder darse por descontada.

Sin embargo, con la fuerza de los hechos, hemos venido aprendiendo que a pesar de ser una gran conquista de la civilización, la democracia es extremadamente frágil y sobre todo, que no está para nada garantizada.

En nuestro país, muchos quieren imponer visiones estatistas probadamente inoficiosas, que las decisiones de interés general se tomen ignorando las instituciones democráticas y arrastrar a Colombia por el despeñadero de los odios.

También es común escuchar que uno de los más importantes enemigos de la democracia, tal vez el principal, es el populismo. Pero la verdad es que no sabemos con exactitud y certeza a qué nos referimos con el término, más allá de su carga peyorativa y adversativa, más allá de ser una especie de insulto político cada vez menos refinado. Por eso, lo primero es secuenciar el genoma de este virus. Saber de qué estamos hablando.

Lo anterior tiene especial importancia, cuando se predica de manera diaria e indiscriminada de gobiernos, regímenes políticos, formas de Estado, políticas económicas, movimientos, estilos y rasgos personales de líderes políticos para atacar o para defenderse.

Pero la mayor importancia de definirlo radica en que cuando todo es populismo, nada lo es. Así el verdadero populismo, tiene más espacio para campear y causar estragos.

Si se indaga al respecto en los rigorosos espacios de la academia, se chocará con corrientes que afirman la imposibilidad de definirlo sin ingresar en los sinuosos terrenos de la lucha ideológica. Otros, aventuran definiciones que admiten esencialmente provisionales, dada la relativa novedad del tema. Entre ellas, destaca muy comúnmente el elemento de la defensa a las clases de menor poder económico, pero a la vez son calificados de populistas, discursos que propenden en favor de las clases medias de países con economías más avanzadas.

En tales condiciones, cabe hacer una propuesta directa y general: El populismo es un vicio del comportamiento político que lleva a privilegiar la popularidad sobre las responsabilidades públicas.

Esto incluye empeñar el presupuesto en empresas inviables, criticar por criticar, atizar los odios de todo tipo, legitimar la desinstitucionalización, crear villanos públicos a costa de los cuáles obtener lucro electoral o simplemente dejar todo a la improvisación, para poder atender el vaivén de lo que indique la opinión.

Ya retrataba Platón en la República a los sofistas, cuyo saber se reduce a la capacidad de adivinar los gustos y los deseos de las masas: “lo único que enseñan es precisamente las opiniones de la masa misma, que son expresadas cuando se reúnen colectivamente, y es esto lo que llaman saber”. Pero si eso es el populismo, ¿cómo lo combatimos?
Diferentes doctrinas partidistas afirman combatir el populismo presentando a los ciudadanos programas realizables. Pero normalmente terminan incurriendo también la mayoría de ellos en el facilismo político.

Si se trata de poner en evidencia el engaño que lleva implícito el populismo para desbaratarlo, la verdadera solución es la tecnocracia. Es conveniente y aún más necesario, recurrir a las luces de la actividad científica, para ponerlas sobre las propuestas populistas y develar su inconsistencia.

Esto, relativamente sencillo en el papel, requiere voluntades políticas muy fuertes, pues debe ser una batalla común de todas las vertientes, ya que todas pueden verse o se ven actualmente afectadas por los males del populismo.

En consecuencia, todas las vertientes políticas tienen buenas razones para adoptar la tecnocracia en su forma de hacer política, para blindarse del populismo y para combatirlo dentro y fuera de sus organizaciones.

Ahora bien, ¿cómo podemos concretar esa inmunidad así sea parcialmente? ¿Cuáles son los escenarios donde hay que buscarla con más urgencia? y ¿cuál la manera de hacerla operativa?

En nuestros días, casi podría decirse que la democracia sólo parece atractiva en la medida en que garantice libertades individuales y privadas. Cada vez menos personas se interesan por la integridad o acierto de las decisiones colectivas y públicas en abstracto. Pero esto, más que fallas o egoísmo, denota lo que Benjamin Constant explicó como un cambio de centro de gravedad política que se ha desplazado desde la guerra hasta la actividad económica privada.

No es que los seres humanos de hoy pensemos más que los de antes en nuestra felicidad particular, sino que, en los contextos contemporáneos, donde cada influencia individual sobre lo público está tan perdida en una multitud de influencias iguales o superiores, la independencia individual es generalmente más provechosa y valorada por cada ciudadano, comparada con la participación política que cada uno pueda ejercer.

Ello, sin embargo, entraña un grave peligro. En palabras del propio Constant: “El peligro de la libertad moderna es que, absorbidos por el disfrute de nuestra independencia privada, y en la gestión de nuestros intereses particulares, renunciamos demasiado fácilmente a nuestro derecho de participación en el poder político. Los depositarios de la autoridad no dejan de exhortarnos a ello. ¡Están tan dispuestos a evitarnos todo tipo de pena, excepto la de obedecer y de pagar!”.

Por eso, el cariz del populismo debe ser delatado con más fuerza, bajo el sacrificio que genera sobre las libertades y derechos individuales.

En ese mismo sentido, cuando un líder sucumbe a la tentación del populismo, suele plantear ideas irrealizables a sabiendas u ofrecer soluciones facilistas a problemas muy complejos que desesperan a los ciudadanos.

Por esa razón, la forma más fácil de dejar en evidencia a estos pretendidos adalides de la salvación pública es preguntar mucho y muy acertadamente y la falsedad se destruirá en boca de su pregonero. Lo bueno es que como decía John Jewell “Los cántaros que más suenan son aquellos que están vacíos”.

Finalmente, los populismos se alimentan de la resonancia que les demos. Dependen del oxígeno mediático. Nótese cómo no ha sido necesario mencionar en estas líneas a nadie de quienes vienen a nuestras mentes. La mayoría de las veces, basta con desacreditar sus peligrosas ideas.

Lejos de creer haber encontrado pistas suficientes para un portento semejante a la “vacuna contra el populismo”, espero que este sea un llamado para que las encontremos entre todos.

Lo evidente es que debemos proteger activamente nuestra democracia, ayudar a construirla diariamente y aun luchar por ella desde los poderes públicos y desde la propia sociedad civil.

Y frente a sus amenazas, debemos estar atentos, no tragar entero y atrevernos a cuestionar la consistencia de las soluciones que agradan a la mayoría, cuando lo indique genuinamente nuestra íntima convicción.

El auge del populismo como el de otros tantos males globales, marcan un momento complicado, pero eso más que intimidarnos debe enfatizar ese llamado a ser valientes, a superarnos y a encontrar nuevas maneras de ser útiles a los demás, más allá de las opiniones.

@ortegasebastia1

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Redacción Minuto30

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