El estoicismo fue una corriente filosófica de gran trascendencia en pensadores como Séneca, Epicteto, Cicerón y el filósofo-emperador Marco Aurelio.

Dentro de los postulados que más sobresalen en este movimiento están el valor de la educación, el desinterés y el desprendimiento de lo terreno, una vida llena de virtud y obrar dentro de lo que es correcto por los principios morales, el rescate de la verdadera libertad del hombre y una actitud que no dejara espacio para pasiones sin sentido y llenas de comportamientos terrenales.

Se cree, erróneamente, que este estoicismo es incompatible con nuestras realidades posmodernas, pero es ahora donde más poder cobra, cuando el hombre libre sucumbe ante la avalancha de la decadencia.

Un error trascendental, hijo de los pensamientos post-reformistas e ilustrados de hace cinco siglos, es concebir la libertad como el poder hacer lo que se nos antoje mientras nos mantengamos dentro de unos parámetros previamente diseñados por el derecho positivo.

Hay aquí dos grandes equívocos, el primero es creer que la libertad está contenida por una ley creada por hombres, pues la libertad existe mucho antes que todos estos preceptos relativamente nuevos dentro de cualquier sistema legal.

El segundo es creer que para ser libres debemos darle rienda suelta a nuestros deseos y anhelos sin mostrar un ápice de autocontrol, convirtiéndonos en todo lo contrario a un hombre libre; esclavos.

Y es que el hombre posmoderno no es sino un esclavo de los vicios, pasiones y desenfrenos que presenta la mundanidad de la tierra, no hay que ser religioso, si siquiera Cristiano, para saberlo. El hombre ha reemplazado la belleza de la Filosofía con algún aparato tecnológico que se encarga de razonar por él y darle todas las respuestas que necesita. La historia, la literatura, la poesía, los valores del hombre… todo ha sido desechado progresivamente para abrirle las puertas a un libertinaje que no ha creado hombres, sino marionetas y esclavos de lo terreno.

La vida espiritual, la gloria del alma, no le importan ya al ser humano para el que la diversión se halla en vivir como animales salvajes para los que la razón no existe ya.

Esclavos hay de todos los tipos: de las fiestas y los banquetes, de la tecnología, de los vicios, del alcohol, del dinero, de lo material, de cualquier impulso que emita el cuerpo, porque he allí el problema, ya nadie controla su cuerpo.

El verdadero hombre libre ha de ser quien ejerza un absoluto autocontrol para rechazar los banales deseos de la carne, sobreponiendo a ellos su voluntad, debe triunfar la voluntad. El hombre no fue creado para sucumbir en esta época a la que los hindúes han denominado Kali Yuga, donde la decadencia y la degeneración son protagonistas en una historia de eterna esclavitud terrena.

De manera que así, poco a poco, mueren no sólo los cuerpos, sino los espíritus de una sociedad que parece condenada a perecer por sus irremediables vicios y libertas pasiones. En el umbral del abismo se sostienen tan sólo unos pocos en pie que serán quienes mantengan viva la llama de la humanidad espiritual.

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Redacción Minuto30

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