En nuestros tiempos, y también en los de otras épocas, la gente ha buscado como prolongar la vida. Pero ha sido más una quimera que una realidad. Muchos a través de la historia han soñado con descubrir el «Elíxir de la eterna juventud», una especie de brebaje que después de ingerido provocaría tales transformaciones corporales que el envejecimiento se suspendería casi de «por vida».

En estas épocas modernas los filósofos e investigadores encargados de obtener el jarabe vital, han sido reemplazados por personajes que explotan a un mundo ingenuo y autoengañado. A aquellos ávidos de atajos para vigorizar el cuerpo y blindarlo frente a un buen número de enfermedades. Para entenderlo con precisión, una interesante historia popular nos grafica con fuerza esta realidad.

Érase una vez un pueblo donde la gente ansiaba conseguir todo aquello que enluciera su cuerpo, le diera mayor rendimiento y vitalidad infinita. Eran individuos de todas las pelambres y condiciones, desde iletrados hasta doctos. Cuentan que un buen día un sagaz mercader quiso aprovecharse de la situación, de las ambiciones quiméricas de la gente. Llamó a un grupo de personas y con extraordinaria habilidad les explicó que tenía la fórmula de la vida eterna.

Se trataba de un dulzón jarabe que debía tomarse una cucharada el primer día de cada año. Al terminar el contenido del frasco se alcanzaría la inmortalidad, pero era preciso no olvidar una sola toma, de lo contrario la fórmula no produciría su mágico efecto. La voz corrió rápido entre los lugareños y, uno tras otro, a un precio muy alto sin reparar en la cantidad, compraron un frasco. El astuto vendedor salió del pueblo con sus maletas repletas de dinero.

Cada primer día del año todos tomaban la correspondiente ración. Pero un día sucedió algo inesperado. Uno de los habitantes falleció repentinamente. Una junta de notables evaluó lo sucedido y después de días de deliberación y confrontación hasta con pruebas de ADN, se llegó a una conclusión. El occiso aun no había terminado su frasco, por lo tanto aun no era inmortal. La tranquilidad aparente volvió a la parroquia con una pizca de pereza mental.

Como normalmente a la gente le encanta permanecer en su ‘zona de confort’, no habían reparado que el avispado alquimista había depositado en cada envase ¡150 raciones! Y cada vez que alguien fallecía se consolaban diciendo: ¡Es que aun no ha terminado su pote!.

Esa es la muestra de buena parte de la sociedad de hoy. Como incautos pueblerinos, sus miembros confían ciegamente en mercaderes que hábilmente promueven productos bien adornados y con historias bien contadas por expertos charlatanes. Pero la realidad que esconden es otra. A través de antiéticos medios de comunicación siguen engatusando con pócimas, menjurjes, adminículos, fajas, balines, que dicen curarlo todo, quemar grasa, tratar el cáncer y dar casi la vida eterna, si lo que promocionan engañosamente fuera cierto.

Finalmente prevalece el interés del lucro, a costa de los sueños de las personas. En estos casos el escepticismo total debe imponerse ya que la gente arriesga sus recursos y expone su salud. Debemos alertar sobre la proliferación de estas estrategias convincentes de engaño que se nos ofrece a diario. Aparentan mucha seriedad, con supuestas ‘exitosas’ pruebas. Allí está el talante personal para no dejarse timar.

Las prescripciones éticas y científicas, no llevarán a vivir eternamente, pero sí plenamente y sin engaños. Huir de este tipo de ofertas en manos de empíricos, elegantes promotores y tantas empresas piramidales, es sabio.

Apostilla: * La mentira es la única verdad que hay en la boca del necio. Y quien siempre dice la verdad, puede permitirse tener mala memoria.

* La verdad a medias siempre es una mentira completa.

* Nunca se miente tanto como antes de las elecciones, durante la guerra y después de la cacería – (Otto Von Bismark).

@fabioarevalo

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Redacción Minuto30

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