Todos los imperios y todas las influencias efectivas, no son más que el poder en la confianza. La grandeza y el talante de una persona están en la credibilidad que pueda inspirar, particularmente a partir de la coherencia y de sus propias competencias.

Como es nuestra confianza, es nuestra capacidad y potencial. La mayor riqueza que pueda alcanzar un gobernante, una institución, un individuo, es el capital de confianza que sea capaz de atesorar. Construir confianza es un proceso exigente, doloroso y costoso; requiere de un enorme compromiso que pocos están dispuestos a ofrecer, especialmente la mayoría de políticos y gobernantes.

Además se requiere de unas dotes de sabiduría muy particulares, que se basan en la formación, la visión, la experiencia y la riqueza de criterio que moldean un carácter. Solo los líderes capaces de inspirar confianza en base a su talante pueden mantener a todos centrados en tareas importantes. Es el logro de influir eficazmente y tener seguidores genuinos ante un líder legítimo. Toda propuesta que se presente, para un mínimo éxito debe respaldarse en la confianza ciudadana previamente edificada a través de un proceso. Muchos dirigentes solo ofrecen espectáculos mediáticos, informes insulsos para justificar una gestión sin mejoría de indicadores, ni capacidad de transformación.

Para ilustrarlo y entenderlo un poco mejor acudimos a una anecdótica historia popular que muestra el patético caso de gobernantes que “cumplen”, pero no transforman.

Cuentan que en Nueva York se construyeron dos rascacielos impresionantemente altos, a treinta metros de distancia uno del otro. Un famoso equilibrista tendió una cuerda en lo más alto de los edificios con el fin de pasar caminando sobre ella. Antes dijo a la multitud expectante: -«Cruzaré sobre la cuerda, pero necesito que ustedes crean en mí y tengan confianza en que lo lograré»… -«Claro que sí»-, respondieron al unísono. Subió y ayudándose de una vara de equilibrio comenzó a atravesar de un edificio a otro sobre la cuerda.

Habiendo logrado la hazaña dijo a la multitud que le aplaudía emocionada: -«Ahora voy a pasar pero sin la ayuda de la vara. Por tanto, más que antes, necesito su confianza y su fe en mí». El equilibrista comenzó a cruzar lentamente de un edificio hasta el otro. La gente asombrada aplaudía. Entonces el protagonista en medio de las ovaciones por tercera vez dijo: – «Ahora pasaré por última vez, pero será llevando una carretilla sobre la cuerda… Necesito, más que nunca, que confíen en mí». La multitud guardaba tenso silencio. Nadie se atrevía a creer que esto fuera posible. -«Basta que una sola persona confíe en mí y lo haré»-, afirmó.

Entonces uno de los que estaba atrás gritó: -«Tú puedes. Yo confío en ti». El equilibrista, para certificar su confianza, le retó: -«Si de veras confías en mí, vente conmigo y súbete a la carretilla…»

Evaluemos, ¿a la carretilla de quién estamos dispuestos a subirnos? ¿Del alcalde, gobernador, concejales, diputados, presidente, congresistas…? ¿Nos inspiran confianza? ¿Actúan correctamente? ¿Creemos firmemente en algunos de ellos? En época de elecciones la respuesta no es difícil. Lo malo es que nos dejarnos manipular, perdemos la coherencia y casi siempre votamos por el candidato equivocado, como volverá a suceder a lo mejor en próximos comicios.

Pero también puede haber esperanza y no hay que olvidar que como el contagio de una enfermedad, el contagio de la confianza puede generar más confianza. Y como lo demostró hasta el cansancio el escritor, vendedor y motivador Zig Ziglar: Si a las personas les gustas, te escucharán y adularán, pero si confían en ti, harán negocios contigo y se comprometerán ciegamente.

Apostilla: “Es la confianza mutua, más que el interés mutuo, la que mantiene unidos los grupos humanos” (H. L. Mencken)

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Redacción Minuto30

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