Un reproche editorial.

El Washington Post le puso los taches al Gobierno colombiano al censurar editorialmente la decisión del Presidente Santos de entregarle al narcotraficante Makled a Venezuela, después del pedido expreso de extradición elevado por la justicia de Estados Unidos para procesarlo en su territorio.

Recordemos que el delincuente internacional posee información privilegiada que compromete seriamente al régimen chavista en situaciones tan escandalosas que van desde la existencia del llamado “cartel de los narco-generales” hasta el permanente despacho de voluminosos cargamentos de droga al exterior, con la complicidad manifiesta de las autoridades venezolanas.

 

En materia de pedidos.

Otro recorderis que resulta pertinente: En la administración del ex presidente Uribe, a pedido del presidente francés Nicolás Sarkozy, nuestro Gobierno puso en libertad al llamado “canciller” de las Farc, Rodrigo Granda. Preguntamos: entonces, ¿de qué nos quejamos en el caso Makled, si dimos mal ejemplo al mundo con esta particular situación en el pasado reciente?

 

Que haya reciprocidad.

Lo apenas obvio es que en reciprocidad entre buenos vecinos, el presidente Hugo Chávez le entregue a Colombia a Iván Márquez, Grannobles, Timochenko y demás miembros del fugitivo estado mayor de las Farc, residenciados a sus anchas, a cuerpo de reyes, en territorio venezolano, y no caer en lo que denunció el ex presidente Uribe, en Villavicencio, que nos estaban mandando guerrilleros de medio pelo, sin ninguna significación.

 

Se está cocinando el fraude.

Se volvió parte del folclor nacional que se vaticine cada cuatro años, con pelos y señales, otro fraude electoral y que el encargado de hacer la denuncia sea el propio Registrador Nacional del Estado Civil. Lo lamentable es que el país se haya habituado a convivir con esta práctica y que las autoridades, conociendo las causas y orígenes del mal, no hagan nada por cortarla de raíz. El lunes, el registrador Carlos Ariel Sánchez alertó sobre el inusitado aumento de ciudadanos inscritos para votar el 30 de octubre, preocupación que puso en conocimiento del Consejo Nacional Electoral, ante la falta de herramientas propias para combatirla.

 

Visión retrospectiva.

Desde el Registro de Padilla, en 1905, cuando el comején hizo de las suyas con los formularios electorales, desapareciéndolos de las arcas triclaves, pasando por Cañasgordas, cuando el abuelo de un distinguido ex ministro de Estado atrasaba el reloj de la iglesia con la mirada complaciente del cura párroco del pueblo, para que nadie se quedara sin votar, el fraude colombiano ahí, sigue vivito y coleando.

 

Justicia parsimoniosa.

Todo termina en la paquidérmica Sección Quinta del Consejo de Estado, en donde se acaba definiendo la suerte electoral faltando cuatro meses para que los congresistas demandados terminen su período constitucional. A propósito: No pasamos por alto aquel día en que, reloj en mano, el presidente Lleras nos mandó a dormir el 20 de abril para evitar el regreso del general Rojas a Palacio. Y los recientes episodios de Buenaventura y Magangué, donde como perros y “gatas” se disputaban las curules en medio de la rapiña electoral.

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Redacción Minuto30

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