guillermo zuluaga

El chico tenía el cabello castaño, lacio. Su piel perlada, cejas pobladas. En su conjunto, un chico “pintoso” a sus escasos 10 ó 12 años. Estaba detrás de mí, y caí en la cuenta de su existencia cuando en el cobro de Torres, cuatro o cinco personas, miembros de una familia, voltearon todos a mirar hacia atrás y entonces me encontré con su rostro abotagado, llorando inconsolable, tras el penal atajado al capitán del equipo Rojo.

La imagen se me quedó grabada. Y otra, esa caminata desde el estadio Atanasio Girardot hacia la Carrera 70, al terminar el partido, que más parecía una, detrás de un cortejo fúnebre y donde el batir de alas de una mosca podría haberse percibido. Esos pasos en ese “sendero” improvisado, entre vendedores ambulantes, con sus sombreritos, llaveros, gorras, bufandas y otros artículos que habían sacado quizá pensando en venderlos todos, y hacerse una “primita” en esta semana de diciembre.

Al igual que el chico de la tribuna en Occidental, enfundado en su buso azul con su escudito, también los venteros estaban con sus rostros meditabundos, sus cervices un poco dobladas hacia el piso. Se veían tristes. Ellos, en tristezas quizá diferentes, eran fotografía de un estado de ánimo. Porque el fútbol no solo alienta marcadores sino que también ayuda a subir o bajar la temperatura emocional, individual y colectiva. Y esta noche de miércoles, es de las noches más tristes que recuerde como hincha del Independiente Medellín.

He rumiado tanto esas imágenes. Y trato de encontrar una palabra para sintetizar el momento. Pienso en una que de pronto sea antónimo de esa alegría que pudo ser, pero no ser tan obvio. Y la palabra, por contraste, que me persigue es “jerarquía”. Porque esa alegría que no, se resume en algo que le faltó al independiente Medellín. Porque si media ciudad estaba triste – porque valga decir que en esta ocasión muchos hinchas de Nacional en un ánimo regionalista o como dijo un amigo “pa gorrearme la fiesta” pusieron su energía a favor del Medellín-, a mi juicio, es porque nos faltó jerarquía.

Jerarquía, según la RAE, remite a jerarcas, a un orden establecido, a un respeto quizá ascendente hacía alguien que conquistó algo. Y en la acepción popular esta se piensa en la capacidad de alguien de hacer valer su mando, de hacer respetar su espacio; como se dice en el argot del fútbol, defender su cancha hasta con los dientes: o ser “cancheros”, como se dice en los juegos de potrero. Mejor dicho hacerse valer. Y eso le faltó al Medellín en este partido, pero también le ha faltado en tantos otros.

No puede desconocerse que el Medellín exhibió un brillante juego, prácticamente durante 80 minutos. Tampoco podría olvidarse el gran papel en el partido de ida en Barranquilla donde en un momento puso contra las cuerdas al Junior y de no ser por las atajadas de Mele seguramente el Medellín se hubiera traído un mejor resultado de la costa Atlántica.

Porque de nada valen largos invictos como el de este campeonato, tampoco resultados salidos de la cotidianidad, que de pronto le hemos cobrado más de lo debido a nuestro rival de patio; tampoco vale jugar bien un partido 80 u 89 minutos si en el momento decisivo no está la jerarquía, la capacidad para sostener un resultado.

El Medellín jugó brillantes 80 minutos; es más, trascurría el 88 y miré el tablero electrónico: “estamos a 2 minutos del título”, le dije a un vecino. Creo que a mí, y a muy pocos se les ocurrió que ese triunfo no se iba a dar. Y sin embargo, es sabido el resto.

Claro que este mal del Medellín es de casi todos los equipos colombianos. A la mayoría de equipos del rentado les falta eso, saber “cerrar” partidos; “manejar los tiempos” en la cancha, saber ablandar al rival casi hasta el borde, o a veces pasando un poco por encima de las normas permitidas. Solo pensemos en nuestras presentaciones en Copa Libertadores o en la Suramericana. Si acaso se salva un poco nuestro rival de patio. Y lo menciono porque si bien algunos detractores le llaman “suerte” o “arepa”, soy de los que creo que en ellos, quizá porque tienen más roce internacional, ya algo tienen de jerarquía.

(Tan metido está eso de tener jerarquía, que mientras el arquero uruguayo Mele, que seguramente tiene en su ADN la tal jerarquía, la “garra charrúa,  iba a “ablandar” a los del Medellín previo el cobro de los penales, nuestro Marmolejo esperaba quieto, como un cisnecillo debajo de los palos, a que fueran a fusilarlo los pateadores del Junior).

Pero ya es pasado. Ahora si queremos pensar en un proyecto serio tenemos que aceptar que a este proyecto hay que sumarle una dosis de jerarquía. El Medellín tiene que apropiarse de una narrativa que valore su historia, lo que representa para la región, para la ciudad -llevamos su nombre, incluso-; lo que significa tener una hinchada fiel, y además creativa: lo vivido en las gradas el miércoles se lo podrá soñar cualquier equipo del mundo. Pero todo esto tiene que reflejarse en la cancha. Ese “espacio” conquistado por décadas hay que defenderlo.

El tema en general no se resume a los jugadores: no es solo cuestión de hablarles acerca de  esa concentración en los momentos definitivos;  habrá que hacerlo con los directores técnicos para que, igualmente, ellos actúen con un poco más de cabeza fría en los partidos. (Quizá le faltó algo de jerarquía al profesor Arias, a quien admiro y a quien le agradecemos los hinchas y creo que en general debe continuar, pues cumplió gran labor y organizó un equipo al que se le ve trabajo en la cancha.

Pero esos cambios, en especial sacar a Alvarado, cuando él se estaba tragando la media cancha quitando balones y armando jugadas ofensivas, es un cambio que no digerimos. Por ahí se dijo que lo pidieron los jugadores pero tampoco debe ser excusa. Son profesionales, sabían qué estaba en juego; o el Director Técnico debió hacérselos entender, que eran los últimos 10 minutos de un campeonato y luego vendría una para de, por lo menos, dos meses, así que, respetuosamente, creo que no disculpa).

O con los dirigentes para que asuman grandeza y hablen duro acerca de un equipo, que no solo les genera unas divisas -en lo que están en todo su derecho en cuanto arriesgan un capital- pero que asuman que el equipo también nos representa como ciudad y región: que se hagan sentir en los sitios donde se toman decisiones; pues, volviendo con el partido, a decir de muchos ese árbitro fue muy cuestionado, y una escogencia de un juez a veces pasa porque haya unos directivos que sepan ir a hablar antes de los partidos, antes de los campeonatos.

Tenemos que pensar a futuro y el futuro del Medellín, y también de nuestro balompié,  pasará por enseñarles a nuestros jugadores que el partido “No termina hasta que termina” y que en los últimos minutos hay que estar más concentrados que siempre: no mirar tanto a la tribuna, saber que ella está ahí para alentar, pero no incide realmente en el ritmo del partido; no pensar tanto en la familia: llegará el momento en que se le entregarán luego títulos y trofeos; no encomendarse tanto a ese Dios que todo se los escuda (“la gloria para él”, salmodian tanto). No sé de ningún dios que patee o ataje penales. Los jugadores tienen que asimilar que es en la cancha, en lo terrenal, donde se redondea una faena. Pero eso se logra solo con concentración, con “cabeza fría” entendiendo que ese es su “espacio” y su momentum. Que “no hay segundos tiempos entre el hombre y su destino”, como dijo Becquer. Y eso se le puede llamar tener firmeza, templanza.  O jerarquía

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Redacción Minuto30

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