El fragor de los escándalos que sacuden al gobierno del presidente Petro, lo están poniendo contra las cuerdas. Esto se constituye en una situación bastante peligrosa para su gobierno y para Colombia misma, en su democracia, tranquilidad y productividad, esencialmente.

Como consecuencia, ya cambió el balcón donde exhibía sus gestos libertarios, a escasos metros del usado por José Acevedo y Gómez, el 20 de julio de 1810, cuando el pueblo santafereño en plena acción de masas desenfrenadas, lo aclamó como su Tribuno, y en medio del alboroto popular y en su arenga incendiaria habló sobre el mal gobierno, la esclavitud y los derechos de los pueblos.

Ya no es el balcón; es la calle, la marcha, la turba enervada.

Dice el Periodista Fidel Cano Correa, director de El Espectador, en su editorial del 10 de junio de 2023:
«En medio del fervor de las marchas convocadas desde el mismo Gobierno esta semana, el presidente de la República, Gustavo Petro, hizo varias afirmaciones temerarias y que pretenden confundir a los colombianos. Su obsesión con denunciar un supuesto golpe de Estado blando en su contra, al posicionarse a sí mismo como una víctima y a sus críticos como los perpetradores de una conspiración antidemocrática, lo llevó a sembrar más división y polarización, como si hiciera falta en este país desmembrado. Ante su evidente falta de gobernabilidad e incapacidad de persuasión a las fuerzas políticas diversas, el mandatario ha decidido atrincherarse en el populismo y el victimismo, adoptando estrategias de autocracias extranjeras y despertando más temores para los tres años que quedan de su mandato.

«No se atrevan a romper con la democracia porque se encontrarán con un gigante: el pueblo en las calles”, dijo el presidente, para enseguida no ver problema en compararse con Pedro Castillo, expresidente de Perú. Lo señaló abiertamente, refiriéndose a las denuncias en su contra en la Comisión de Acusación de la Cámara de Representantes, al sugerir que sus opositores quieren “hacer lo mismo que se hizo en Perú: llevar al presidente a la cárcel y cambiar el gobierno. Eso es un golpe blando. Es un golpe de Estado. Es un golpe contra la voluntad popular”. Aquí el presidente se equivoca y, de paso, pretende confundir a los colombianos.

El mandatario elude mencionar que Castillo dio la orden de cerrar el Congreso, alterar el funcionamiento de la Rama Judicial y buscar el apoyo de las fuerzas militares, razones por las que está siendo procesado por la justicia de su país. Fue él quien intentó dar un golpe de Estado, desde la Presidencia, al ver que no podía triunfar en los mecanismos institucionales establecidos por la Constitución. ¿Por qué la comparación? ¿Acaso nos está notificando que son casos análogos y que está dispuesto a tomar acciones como las de Castillo si sus reformas no se aprueban? Es un referente, cuando menos, preocupante.

Tanto más en cuanto tampoco cuenta el presidente que las denuncias en su contra en el Congreso, es decir, en el marco institucional, surgen por el desastre interno de su propio gobierno. Las sospechas no se han plantado desde afuera: fue su propia jefa de despacho, Laura Sarabia, quien aceptó, si es que no solicitó, someter al polígrafo a una trabajadora doméstica; fue su propio embajador en Caracas, Armando Benedetti, quien dio razones para dudar de la financiación de la campaña presidencial en la Costa Caribe; fueron sus propios ministros quienes quisieron imponer reformas sin aceptar razones y provocaron la explosión en mil pedazos de la coalición de gobierno; fue su propia decisión cambiar a la mitad de su gabinete sin siquiera cumplir un año en la Presidencia. Si hay una crisis, es sobre todo una autoinfligida”.

A propósito del editorialista (sobrino de Guillermo Cano Isaza, asesinado en 1986 por sicarios bajo las órdenes del Cartel de Medellín), es viral en las redes sociales la postura política de Jorge Enrique Robledo Castillo, senador de la república desde el año 2002 hasta el 2022, a quien jamás se le podrá señalar como de “la derecha”. Dice, Robledo:

“quiero unirme a las voces de reclamo de la periodista Camila Zuluaga y del periodista Daniel Samper Ospina y de otros, en contra de las matonería, de la gran cantidad de canalladas de las barras bravas de Gustavo Petro, en contra de los comunicadores y en contra de la democracia y en contra de las opiniones, es que ellos no debaten, ellos no dan argumento, insultan, agreden, maltratan, amenazan incluso buscando que se calle la gente, buscando que no haya debate democrático y la cúpula petrista y el propio Gustavo Petro no dicen ni pío, no dicen nada, luego están por lo menos justificando esa matonería que debería estar rechazando. Las redes deben ser sitios para el debate democrático, los argumentos y las razones, cada uno difundiendo su punto de vista y no actitudes de estas, calculadas, repito, para silenciar a quienes piensan diferente”.

Así pues, entendemos que la vocinglería oficial busca llenar de temor a la prensa. A la que informa lo que ocurre, a la que investiga y denuncia en el marco democrático y el deber del periodista. En Bogotá, es difícil amordazar a la prensa, como lo hace Quintero en Medellín, a punta de contratos, puestos y de temor a ser despedido.

No es la joven periodista Camila Zuluaga, ni el periodista Daniel Samper Ospina, ni la revista Semana, ni Blu Radio, ni Caracol, quienes ponen minas a su gobierno, señor presidente, son sus amigos inficionados y con pasados oscuros que reinan en su gobierno, y que hacen mayorías que no pueden esconder sus rabos de paja.

La denuncia de que su hijo Nicolás Petro recibió dinero sucio para su campaña, no la dieron los medios; la entregó su exesposa Day Vásquez, quien ratificó denuncias de corrupción, tráfico de influencias y ríos de dinero de personas cuestionadas.

No fue la prensa, ni la oposición, quienes le contaron al país que la niñera de su jefa de gabinete Laura Saravia, fue obligada a someterse al polígrafo: fue la propia “niñera”, que trabajó en su campaña, quien denunció, acosada, acusada, maltratada psicológicamente, al interior mismo de la Casa de Nariño.

No fue la prensa, ni la reserva activa, ni los liberales desteñidos, ni los conservadores insatisfechos con la mermelada prometida, los denunciantes de la entrada de $15 mil millones de origen ilícito; no. Fue su muy amado embajador ante Maduro, Armando Benedetti, el que trinó bajo los efectos del rencor.

Los periodistas de RCN Radio en Bogotá, Diego Espitia; y Gabriel Salazar, de Barranquilla, o el periodista de Caracol Radio Barranquilla, Brandon Esparragoza, golpeados en la marcha citada por su propio gobierno, no tienen nada que ver con las denuncias en comento.

Es inaudito que un presidente pretenda incendiar con injurias tan descabelladas, para nuestro medio colombiano, donde el racismo es pobre y torpe: “Hemos visto una prensa que odia a la vicepresidenta por el color de piel”. No puede ser que el presidente Gustavo Petro pronuncie un discurso de odio, en el que sin evidencia alguna, responsabilice a la Revista Semana por las acciones que un organismo estatal y necesario como la Fiscalía, adelanta.

Presidente: no olvide que la calidad de una democracia, se mide por el respeto y la libertad de que goce la prensa.
El fuego no es de afuera; es fuego amigo, señor presidente.

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Redacción Minuto30

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