Dada nuestra fragilidad, es sano reconocer que mejorar la vida personal, familiar y social, requiere un esfuerzo compartido, suficiente y sostenido.
Necesitamos ser capaces de reconocernos y aceptarnos con nuestra imperfección constitutiva y, por tener uso de razón y otras capacidades, también debemos dar la altura de asumir nuestra responsabilidad de procurar siempre la mejor solución y no otra, para el logro de los más grandes ideales, propios y comunitarios.
Más que elegir, la libertad está en lograr lo mejor, que es lo que libera de los efectos de algo menos bueno. Esto también sucede en las decisiones políticas, como la que se hace realidad con la votación.
La democracia se fortalece descartando todo absolutismo, por ejemplo, el del relativismo, que es una forma de valorar más la inteligencia, la certeza, el deseo o el sentimiento, que la evidencia de los seres y los hechos, la experiencia cotidiana y científica. El relativismo dificulta asumir responsablemente los propios valores, principios, derechos y deberes. que son la ruta del pleno desarrollo humano.
Otra forma de totalitarismo es la globalización de contenidos culturales que incapacitan a las personas para su pleno desarrollo, como el de una sociedad de bienestar biológico sin la intimidad espiritual entre sus miembros, propia de la unidad familiar y de las amistades leales.
A los animales sí les basta buscar bienestar, pero cada ser humano tiene una intensidad real mayor porque no termina el espíritu que lo constituye con su cuerpo, haciendo posible que la identidad e integridad exclusiva de su ser sea tal, que subordina su propio cuerpo al bien de lo mejor de su propio ser, por eso se entiende que haya soldados que den la vida por la patria y madres capaces de sufrir si ese es el precio para acoger de corazón a sus hijos. No vale la pena malgastar el voto a quien solo es capaz de buscar bienestar.
No se es plenamente feliz sin saciar las ansias de trascendencia de quien sabe que es parte de un universo ordenado, bello, bueno, verdadero, en el que hay una evidente unidad que no es puesta ni sostenida por seres humanos. Los problemas ecológicos evidencian nuestras falencias para entender esto: cuando nos dañamos por no vivirnos bien, reflejamos nuestros errores en el deterioro que causamos en nuestro entorno.
Durante las etapas previas a votaciones, suelen alborotarse algunos con discursos anarquistas, promoviendo incoherencia, desconcierto o utopías de progreso con regímenes más controladores de la libertad de los ciudadanos. Obran como destructores de lo ajeno y promotores de igualar a la mayoría, pero por lo bajo. Suelen sentirse con derecho a hacer lo que quieren, dañando con pintura la de los muros ajenos, como idealizando la protesta sin una conducta de respeto coherente a los demás y diálogo sustentable racionalmente, constructivo y justo. El funcionario público que reacciona con pasividad o dispersión, evidencia no ser capaz de contrarrestar estos fenómenos de violencia.
La democracia se fortalece con candidatos capaces de dar razón, con entera profesionalidad, de la relación entre lo que planean ejecutar en su gobierno y lo que justifica sus propuestas, desde todos los campos del saber comprometidos en el empeño por hacerlas realidad. Hay que saber identificar dónde hay fantasías y promesas de la inminencia de logros sin que haya una sustentación empíricamente aceptable, sobre los tiempos y medios de personal, económicos, políticos, logísticos, etc., que se logran también por el aprovechamiento de los medios locales, internacionales y globales.
El funcionario público tiene el deber de dar a conocer con transparencia, lo que entiende que es su personalidad, su identidad y la relación de estas con la sociedad que reconoce y a la que aspira a ayudar a construir o mejorar.
Esta transparencia lo aleja de faltas de unidad entre sus convicciones y lo que dice que va a hacer. Se haría un daño social difícilmente reparable, dando el voto a quien se sabe que es persona de conducta no coincidente con lo que dice.
Para que haya una sociedad en la que los ciudadanos sean personas honestas, transparentes, responsables y eficaces en la procura del pleno desarrollo humano de todos, se necesita que también sus funcionarios públicos vivan este esfuerzo ético.
El modo como se ejecuta el cargo, es también un estímulo educativo para todos. Deben ser respetuosos de la integridad de cada ser, sin excepción alguna, porque es la base del mejor desarrollo social.
Un Estado nunca está acabado, plenamente justo y protegido, pero se trata de que entre todos logremos que avance en lo que mejor desarrolla a los seres humanos, en cuanto realidades corporeoespirituales, con los mejores medios y al mayor ritmo posible. Esto no lo hacen las estructuras, sino cada uno cuando asume plenamente no solo sus derechos, sino también todos sus deberes. Tampoco vale la pena darle el voto a quien no sabe diferenciar las culpas de las personas, y se las achaca al sistema estatal, o viceversa.
La responsabilidad personal tiene efectos distintos a lo que se espera de su ejercicio en las organizaciones, pero es en estas donde también debe ejercerse plenamente, incluso cuando hay solicitudes que requieren el rechazo, en conciencia, de la totalidad de quienes constituyen las organizaciones y la sociedad misma, sin excepción de instituciones.
Es fantasiosa la percepción de las estructuras sociales como si fueran una máquina. La libertad de cada ser humano es muy distinta a la percepción mecanicista: el espíritu no es una estructura mecánica, ni funciona así. También es un error plantearse que la sociedad sea un bien superior a un ser humano, que es el que la construye con los demás y, por tanto, posee una perfección superior a esta forma de relación.
Ningún ser humano es sacrificable al bien de la sociedad, la relación entre seres humanos es menos perfecta que cualquier ser humano, por eso atenta contra la humanidad quien pretende, por ejemplo, programar con políticas de Estado y otras estrategias, la cantidad de seres humanos en cada país, subordinando en este caso, el desarrollo espiritual afectivo relacionado con la sexualidad en la unidad que es cada ser humano, a un interés tiránico de quien se presume gratuitamente a sí mismo superior a los demás y con un poder, economía y política, al que sacrifica a seres humanos, familias y sociedades. Es una forma de totalitarismo globalizador, asfixiante de la liberta humana.
No se puede dar el voto a los programadores de la vida humana o a sus peones aspirantes a cargos públicos o a quedarse en estos, porque no es progreso que ocupe estos cargos quien se cree superior a los demás, con derecho a programar su reproducción y duración, para lo que han universalizado como normales, el control natal sin el cuidado científico que garantice el respeto incondicional a padres e hijos, el atentado a la integridad física, funcional y psicoafectiva que suponen prácticas como esterilización, la promiscuidad como uso sexual para placer que refuerza no una entrega por amor creciente y constante, sino una relación de poder apoyada en la falta de autodominio de los propios instintos, en la que la mujer suele ser la más frecuente víctima de violencia sexual, y en el que, aunque sea voluntariamente pactada, como medio para satisfacer un fin egoísta, se pierde la comunicación como medio físico de expresar la verdad de una entrega espiritual y física, exclusiva y enteramente fiel, que es lo que merece quien es persona, por su perfección, bien o valor, y por eso el acto sexual a la altura de la humanidad de cada uno y de los hijos desde su concepción, que es cuando comienzan ya su ser, es exclusivo de una entrega conyugal y nadie tiene derecho a manipularlo con falsos fines de beneficio. El imperio de la intimidad más profunda no puede seguir siendo dominado por funcionarios públicos.
La promiscuidad, que debe cesar de ser promovida en los programas de educación sexual, es el mensaje de que se puede ser infiel en el matrimonio porque no asocia la entrega mutua del cuerpo con la mutua entrega, exclusiva y fiel, entre un hombre y una mujer, coherente con la estructura, función y finalidad biológica de los órganos sexuales y de las aspiraciones de plenitud espiritual en la madurez afectiva lograda en la convivencia amorosa hasta el final natural de la vida.
Antes de votar, hay que mirar qué capacidad tiene el candidato para fortalecer el desarrollo humano, promover la autónoma vida conyugal y familiar, y para aportar verdaderos cambios políticos y educativos, por ejemplo, en temas de madurez de la personalidad en lo que depende psíquica y biológicamente, el modo de vivir la sexualidad.
Toda cosmovisión exclusivamente materialista, causa otros abusos como aborto, eutanasia, desintegración de las familias, banalización del matrimonio dándole categoría de un contrato de convivencia igual a los que se pactan con una o más personas, industrialización de la reproducción humana con técnicas de reproducción asistida en las que se valora a los hijos como “productos de la concepción” manipulándolos como a objetos y haciéndoles la violencia de privarlos de comenzar su existencia con un acto conyugal que ratifique la entrega espiritual exclusiva y fiel, por amor, entre un hombre y una mujer, que es la mejor garantía de un entorno adecuado para acoger incondicionalmente a los hijos y criarlos.
Las propuestas políticas materialistas llevan a todo tipo de abusos en los que prima la absolutización del capricho ciego, la ambición, la adicción y otras formas de daño a seres humanos, que contradicen lo que, desde las perfecciones que constituyen a cada uno, es deducible acerca del modo como un ser humano alcanza su mejor felicidad.
También pertenece a este grupo, el atentado de dar por hecho que se tiene derecho a correr el riesgo de ser madre soltera, como si los hijos no tuvieran derecho a un papá que viva con ellos en el hogar o como si la mujer fuera capaz de aportar la presencia y modos exclusivos de la entrega amorosa del padre a sus hijos, o como si la mujer no mereciera un esposo fiel y no fueran capaces de amarse mientas estén vivos y de sacar adelante a los hijos en constituyendo ambos un excelente equipo unidos por el poder más fuerte del universo conocido: darse mutua y fielmente, por amor. No es acertado votar por quien no tiene su vida y sus propuestas, convincentes, con datos reales, estrategias aplicables y jurisprudencia bien sustentada, para ejercer el cargo público al que aspira.
No se puede dar el voto si no se está seguro de que el candidato propone lo mejor, sin renunciar a votar porque no hay candidatos perfectos, pero hay que estudiarlos para saber distinguir si lo que está exponiendo cada uno es un atentado a la integridad, salud vida y desarrollo de seres humanos reales, y en lo que es previsible, a los de generaciones futuras. Nadie es capaz de estudiarlo todo, pero se pueden poner los medios al alcance para enterarse, y esto incluye acudir a personas de reconocida solvencia moral y calidad ética y científica en los saberes a los que se han dedicado, para aclarar las dudas después de haber puesto otros medios.
El voto no se entrega a favor de quien es apoyado por instituciones extranjeras que no tienen la autoridad de quienes se fundamentan en la Constitución política de su propio Estado. Es una experiencia antigua la intrusión de poderes exteriores, Estado, ONG, etc., en la autonomía de los ciudadanos y de los pueblos. Se debe superar todo colonialismo.
Como el Estado no vale más que algún ser humano, tampoco es razonable votar a favor de quienes promueven la destrucción entre seres humanos para alcanzar lo que en definitiva tampoco se evidencia, con un análisis serio, que sea lo mejor. Quien promueve luchas que incluyen agresividad, evidencia su incompetencia para asumir responsabilidades públicas, porque es una amenaza para el bien particular y el bien común de todos. Tampoco esta clase de propósito les merecen el voto.
Los que ignoran tanto la antropología, que en la práctica actúan como si el espíritu fuera un producto de la evolución de la materia, incluso con el falso argumento de que “solo lo harán o se les hará, a los que libremente quieran”, son un peligro en cargos públicos, porque por ignorancia, aunque su intención sea la mejor, pueden exponer a todos al daño de obstaculizar el desarrollo espiritual de seres humanos, por ejemplo, por confundir el derecho a actuar libremente, con el deber de hacerlo de modo responsablemente libre, o por dar por hecho que responsabilidad es diligenciar los controles estatales de ciertas conductas, sin percatarse de que pueden ser incluso malsanas o mortales.
Al ser el espíritu el mayor bien de un ser humano, su principal e infinita perfección constituyente, votar a favor de quien lo desconoce es el mayor riesgo que se corre porque el posible funcionario público, por jurisprudencia o por norma, puede imponer a seres humanos, incluso a título de derecho fundamental, conductas que hasta ahora sólo se tenían con ciertos animales, o incluso se prohíbe aplicar a alguno, por ejemplo, por su impacto genético o ambiental.
Quienes consideran que el espíritu es producto de la materia, acaban dando más importancia a estrategias de poder y posesión, porque consideran instrumentales los bienes que son inalienables por ser espirituales. No se puede votar a favor de quien puede hacer el mayor daño a lo más valioso, aunque sea capaz de hacer aportes respecto a otros bienes; hace falta que el elegido sea competente para no hacer daño y lograr el mayor bien posible al menos en lo que es más valioso e importante.
No se puede dar el voto a quien, en nombre de un falso pluralismo cultural, reconoce al error la misma categoría que al conocimiento, y al ser humano, la misma valoración que al animal. Se necesita enseñar Antropología en los hogares y en todas las instancias educativas, porque es de estos de donde salen los que luego harán mucho bien o mucho daño, en los cargos públicos.
También sería un error votar por los que predican derechos sin deberes como si existiera una plenitud de libertad sin vivir a plenitud la propia responsabilidad, de la que continuamente nos podemos advertir en lo que denominamos conciencia moral, a no ser que, a punto de contradecirla y evadirnos de nosotros mismos, no consintiéndonos ese tipo de conclusiones, nos hayamos cauterizado nuestra propia alerta que nos permitía concluir si con alguna actitud, decisión o conducta libre, nos hacíamos mejores o peores en cuanto personas.
En el discurso de los aspirantes a un cargo público se puede evidenciar el modo como expresan algo coherente con lo que han sido sus vidas, y esto ayuda a conocer sus referentes de conciencia y su potencial de servicio.
Votar a conciencia implica apoyar a quienes muestran tener mejor educación y coherencia con su propia conciencia. Un aspirante al servicio público que no forma bien su conciencia, es como el capitán de un barco que tira al mar lo que permite direccionarlo para sortear los inevitables y a veces impredecibles tsunamis, vientos y tempestades, y llevarlo a buen puerto.
Vale la pena dar el voto a aspirantes a funcionarios públicos, que, después de haberlos estudiado más sistemáticamente, evidencien que son capaces de respetar y promover lo más importante, proteger de lo que hace más daño, trabajar con todos aportándoles referentes para lograr ser mejores personas, miembros de familia, forjadores de desarrollo y ciudadanos, defender de amenazas nacionales e internacionales de quienes promueven la tiranía de la negación de que el progreso humano es biológico y espiritual, y engañan difundiendo la ignorancia, el error, el egoísmo, la ambición de poder y posesión, y otras miserias que constituyen contextos de la fragilidad humana, que siempre necesitamos intentar evitar y superar, con nuestras decisiones y con acciones como el voto con que direccionamos la vida jurídica y política que requiere el esfuerzo generoso de todos, para que sea la mejor posible, también para las generaciones futuras.
Con la fragilidad humana, un mundo perfecto existe solo en las fantasías y utopías reduccionistas, pero si hacemos país con nuestro voto bien estudiado, ayudamos a que seamos mejores nosotros y el resto del mundo real ¡Vale la pena intentar acertar!