En 1994 Roberto Benigni protagonizó una película titulada “el monstruo”, en una de las escenas puede verse como la estrategia para robar en un almacén es empezar a introducir objetos en las carteras y bolsos de las demás personas, incluyendo a una empleada del supermercado, con el fin de que al salir se disparan las alarmas de forma tan frecuente que sencillamente se entendiera que el sistema de detección antirrobos era el que había fallado y así él podía escapar sin levantar sospechas.

Esta escena del cine, que obviamente resulta cómica, permite profundizar un poco más sobre los “falsos negativos”, una expresión que introduje en el artículo anterior donde hablaba de los retos en las guerras de cuarta generación o nuevas guerras en la terminología de Mary Kaldor, y es que aunque el espionaje, el camuflaje y la infiltración no son prácticas nuevas, la mutación que ha venido sufriendo la guerra moderna hace que estos escenarios sean cada vez más comunes profundizando el sentido de la asimetría entre los actores.

En otras palabras, el poder descifrar con cierta claridad ¿a quién se enfrenta el Estado?, ¿cuáles son sus enemigos?, no es fácil, ciertamente son las preguntas que parecen ocupar hoy un lugar preponderante en la inteligencia militar, más aún cuando en el teatro de operaciones algunos actores armados ilegales han decido dejar de usar uniformes y han empezado a camuflarse, no mimetizándose en el ambiente, sino haciéndose pasar por población civil, poniéndonos al mismo tiempo en riesgo a todos, y complicando aún más el trabajo de seguridad y defensa que le hemos encomendado al Leviatán.

Los “falsos negativos”, valga aclararlo, es un término que no ha sido trabajado ampliamente por las Ciencias Políticas como si se ha hecho con los “falsos positivos”, pero que en oposición a este y trayéndolo de otras áreas del conocimiento, en especial de la Medicina donde normalmente se aplica para indicar que se ha dejado de diagnosticar algo que de haberse podido identificar a tiempo se hubiera tratado evitando un daño, resulta ser una metáfora que bien permite acercarse a estas nuevas realidades tan complejas que vive el mundo. No sin antes advertir que ambos términos pueden carecer de rigor técnico, discusión que está abierta.

Pero digamos que lo que sí se ha trabajado desde el Derecho Internacional y que es totalmente aplicable es la Perfidia, recordemos que, en el Primer Protocolo Adicional a los Convenios de Ginebra del 12 de agosto del año 1949, en el artículo 37 literal c se prohíbe expresamente “simular ser un civil, no combatiente”, lamentablemente la norma es clara para los Estados y puede hacerse cumplir con algo más de facilidad, pero quien actúa desde la ilegalidad de entrada suele saltarse toda prohibición, en ese sentido ellos saben que tienen ventaja pues no se juegan la legitimidad, no se olvide que la autoridad (para el caso el Estado) tiene la responsabilidad de ser la primera en acatar la norma, so pena de verse cuestionada de llegar a faltar a ella; con mayor razón en un sistema que pretenda ser democrático y por ende respetuoso del Estado de Derecho.

Pero repitámoslo, en el mundo se hoy no siempre es tan fácil aclarar quién es un civil o quién ha cruzado la línea para ser un combatiente, algo que el terrorismo internacional viene aplicando en diferentes escalas, porque no necesariamente tiene que darse en un gran atentado. Como un ejemplo sencillo, pensemos en el video que circuló hace pocos días por redes sociales donde se podía ver que unos indígenas armados con machetes lograban hacer retroceder al ejército colombiano, quienes a pesar de contar con su armamento no controlaron la situación, al punto que uno de ellos logra ponerle el filo de su machete en el cuello a un soldado.

Un hecho que como lo explicaba el coronel John Marulanda en su cuenta de Facebook, debe ser considerado un ataque: “Seamos claros: colocarle un machete en el cuello a un soldado y simultáneamente tratar de arrebatarle su fusil, NO es una PROVOCACION, ES un ATAQUE. La reacción fue afortunada, pero nada profesional. Vendrán confusión, indisciplina e insubordinación. Muy grave.”

El video que se hizo viral permite identificar algunas situaciones que ya esbozábamos: La complejidad probatoria, pues de no haber contado con la grabación habría sido muy difícil demostrar que el machete no se estaba usando como una simple herramienta de trabajo (algo que cualquier campesino usa) sino que efectivamente se había pasado a un ataque. Por otro lado, el poco respaldo institucional, podemos afirmar que a diferencia de lo que ocurre en otros países nuestra fuerza pública siente temor de actuar, verse enfrentados a procesos judiciales donde no siempre es fácil defenderse hace que más de un soldado o policía se lo piense dos veces antes de ejercer la autoridad.

Y finalmente agreguemos la desconfianza generada en la población, el efecto no queda solo en lo ocurrido, casi que de inmediato a cualquiera de nosotros que ve el mencionado video se le viene una idea a la cabeza, “si eso le pasa a ellos que están armados y son los que nos deben proteger, ¿qué nos pasará a nosotros?, ¿en manos de quién estamos?, ¿a quién acudimos?”, ahí es donde se empieza a sembrar el caos.

Es pues necesario que así como le hemos dedicado tanto tiempo a la denuncia de los “falsos positivos”, también empecemos como mínimo a prestare atención al fenómeno opuesto, a los “falsos negativos”, a aquel que se camufla y que termina por ponernos a todos bajo sospecha para poder escabullirse de su responsabilidad, al mejor estilo del ladrón que interpretaba Benigni en su película.

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Redacción Minuto30

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