Comúnmente, las organizaciones nacen por un golpe de inspiración de una o varias personas que, enamorada o enamoradas de su oficio o profesión, dan vida a una idea, y le insuflan tal vitalidad, que hace que ella perdure largamente y sobreviva a los hombres, a las dificultades y al tiempo, de forma, alguna veces, casi mágica. Es el caso del Club de la Prensa de Medellín, fundado por el relacionista público, abogado y periodista, Humberto López López, quien, desgraciadamente, falleció el pasado 3 de marzo de 2012.

Hoy, a punto de celebrar los 20 años de existencia del Club de la Prensa de Medellín, debemos, con satisfacción, dar un parte de felicitación y alegría, pues él goza de plena salud, y reparte información, conocimiento, academia y bienestar a sus asociados. Este aserto está plenamente justificado, si recordamos que desde el 23 de agosto de 2003, fecha de su fundación, ha venido trabajando en un área fundamental para el quehacer del periodista moderno: la preparación, la actualización académica, el saber de los oficios y el deber de informar con ética y profesionalismo. Así pues, hemos honrado la memoria de nuestro fundador, y ello ha posibilitado que el Club de la Prensa, lograda ya su mayoría de edad, siga saludable y con paso fino.

Sin duda, esta es una mañana de fiesta, porque no hay nada más festivo, más entrañable, más cercano a la felicidad, que reconocer en el colega la excelsitud de su trabajo y de su esfuerzo. Estamos en la fiesta de la exaltación a los medios y a los profesionales del periodismo, y, si algo nos enorgullece, es contar que estos reconocimientos se entregan luego del ejercicio cuidadoso, profesional y humano, de nuestra Junta Directiva, sobre la vida y el trabajo de los colegas postulados por muchos de nuestros 200 Socios, para cada una de las diferentes modalidades.

Es una fiesta del periodismo, pero también es una fiesta de la democracia, porque los periodistas somos los notarios y guardianes de la democracia, cuando exaltamos la labor del servidor público, o los éxitos de la empresa privada, al informar con aire festivo el trasegar limpio y honesto, de estos queridos sectores de la sociedad, que están llamados a producir riqueza y bienestar, para bien de nuestra Antioquia y de Colombia. Qué sensación de paz y de democracia, produce el entregar buenas noticias, día a día, noche a noche.

Y qué triste es tener que informar de las andanzas oscuras de un servidor público, o sobre las maniobras fraudulentas de la empresa privada, o de una institución del Estado que perdió su rumbo, olvidando que su origen fue la urgencia del bienestar de todos. Entonces, el periodista se convierte en un baluarte de la democracia, porque es capaz de echar mano de su deontología, e informar de manera veraz y oportuna –como nos lo pide Juan Gossaín-, para ejercer un periodismo con dignidad, y así defender la democracia, que se duele con cada fechoría de contados individuos, porque es cosa que se constituye claramente en un atentado contra la civilidad y contra nuestra querida democracia.

No somos jueces, no somos autoridad de policía, no gobernamos, no somos enemigos de nadie; somos amigos de los constructores de civilidad y de armonía; velamos por el derecho a la información que tienen los ciudadanos, y eso es una defensa y una construcción de democracia. No hay democracia donde no existe libertad de prensa. Informar con veracidad constituye uno de los principales objetivos del periodismo. También el de vigilar a los poderes y denunciar los abusos, siempre con independencia, rigor, pluralidad y honestidad. Decía la periodista estadounidense Amy Goodman, que “el deber del informador es ir donde está el silencio”, aunque con ello y por otros motivos, muchos profesionales arriesguen sus vidas.

La Junta Directiva del Club de la Prensa de Medellín, en un ejercicio democrático y con claro apego a nuestra formación y a nuestros principios, ha recurrido a lo mejor de su saber humano y profesional para exaltar a los llamados hoy; en otras palabras, hemos hecho el ejercicio obligado, para encontrar los méritos necesarios y suficientes, según los claros criterios técnicos aplicados a cada categoría, para asignar los Premios con irrebatible honradez y pulcritud. Puedo afirmar, como Presidente del Club, con tranquilidad absoluta, que los premios ha entregar en pocos minutos, no son preseas de feria o baratijas de relumbrón: son, sin duda alguna, en la persona de los galardonados, calidad honda de cada uno y de la profesión misma.

Esta mañana feliz, en que nuestro Club abraza felicitariamente a los mejores, encuentra eco en la sentencia justa de mi querido novelista ruso, León Tolstoi, un gigante universal que escrutó con mirada implacable las peores simas del alma y de la condición humana, cuando afirmaba que “El secreto de la felicidad no es hacer siempre lo que se quiere, sino querer siempre lo que se hace”. Tal vez esta sea la explicación de por qué este oficio del periodismo es tan bello, y por qué en él, los sinsabores, los malos pagos, las amenazas, y hasta la muerte misma, poco o nada importa.

Por otra parte, Gabriel García Márquez, en su apostura sin par, y haciendo gala de un realismo sorprendente, muy estrecho a su oficio mismo de reportero, de periodista y escritor, afirmaba tajantemente y sin rodeos, que: “El periodismo es el mejor oficio del mundo”. Para Albert Camus, al lado opuesto de Macondo, era el mejor oficio del mundo; por su parte, Honoré de Balzac, el gran arquitecto de la monumental obra La comedia humana, periodista también, honra a nuestro oficio con su sentencia: “Si no existiera el periodismo, no habría necesidad de inventarlo”.

Sería largo expresar la felicidad de periodistas, convertidos luego en excelsos escritores por la fuerza arrolladora de la noticia, entregada sin infundio por el golpe certero de la voz salida del alma, al entrevistar a los olvidados, a los desheredados de la fortuna a los siempre solos.

Puedo citar aquí, a la valiente y hermosa Oriana Fallaci; al siempre admirado Hernando Téllez, A Ernest Hemingway, a Terry Gould, el autor de Matar a un periodista: el peligroso oficio de informar, y a cientos de cronistas de la historia y del corazón, de aquí y de allá.

Estos Premios, son laureles para el magín y el pecho de los elegidos. Ofrezco disculpas por atreverme a poetizar sobre algo tan serio, pero, para algo ha de servir la mirada poética que, trascendiendo las miserias del mundo, nos muestra las realidades fulgentes y amables de la imaginación.

Se que este ámbito de la información está lleno de “intereses creados, de manipulaciones y enfoques caprichosos”, y que muchas veces responde a intereses de sus dueños, y de sus anunciantes; pero, aunque suene poco eufónico, eso hace también grande al periodismo. Prueba de esta afirmación es la feliz labor de muchos que llevan a cuestas 4, 5, y hasta 6 botadas de sendos medios de comunicación por una única razón: informar con veracidad, defender sus deliciosas crónicas y sus buidos reportajes, por encima de los intereses de turno.

Hemos premiado lo que se debía premiar, premiado el lenguaje digital, la investigación, la propuesta gráfica; la originalidad, la calidad conceptual y estética, la claridad expositiva, los años de existencia y lustre al periodismo, el servicio a la comunidad, el interés del tema, la manera de escribir.

Gracias a ustedes, queridos amigos y amigas, invitados de honor a esta fiesta del periodismo antioqueño, a esta fiesta democrática; por mi parte, agradezco a Dios, el haberme permitido recalar en el oficio más hermoso del mundo, oficio que ha permitido que mis amigos me quieran más, como dice Gabo, aunque deba soportar el denostar de otros, con sorna y virulencia, algunas veces.

Nos acompaña, con honradez y cariño, buena parte de la clase empresarial antioqueña; de la clase dirigente, los rectores de nuestras queridas instituciones universitarias. Nos acompaña el pueblo antioqueño. Los periodistas somos sus amigos y ustedes son nuestros amigos, porque juntos somos fuertes, porque juntos somos la democracia.

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