Muchas veces, inconscientemente usamos el tiempo de Semana Santa para diversión, rumba pesada o un descanso, pero no nos conectamos realmente con nuestra esencia divina que es el amor, la cual nos libera y nos da la verdadera paz interior. Por eso, toma este tiempo para realizar una reflexión profunda acerca de la relación que has tenido con Dios, y revisa como te has estado comunicando con él.

Recuerdo que cuando era pequeño íbamos de vacaciones a la finca de mis padres y el mayor placer era montar mi caballo por los cafetales hasta la cima de la montaña, acompañado de mi perro. Allí vivía el mayordomo con sus dos hijos. Yo siempre hacía un alto en el camino para tomar una deliciosa agua de panela con limón perfecta para la sed. En una ocasión noté que la hija del mayordomo, de ocho años aproximadamente —como yo en esa época—, jugaba con una muñeca de plástico duro, sin un pie y sin una mano, y cuya cara tenía una expresión horrorosa. Esto me impresionó mucho, más aún cuando vi que su hermanito jugaba con un camión de madera sin llantas y semidestruido. Aquel día llegué adonde mi padre y le pregunté la razón por la cual esos niños no tenían juguetes nuevos y buenos como los nuestros, aunque su padre también trabajaba.

Mi papá me llevó a la almáciga donde se sembraban las semillas de café y me dijo: “Hijo, durante estas vacaciones dedícate a llenar estas bolsitas con tierra negra y luego, con paciencia, siembra una semilla de café en cada bolsa. Por cada una te daré un centavo, y así podrás comprar una muñeca y un buen carro para los hijos de Asdrúbal”. Pues dicho y hecho, trabajé incansablemente sembrando café y además pedí ayuda a todos mis hermanos, amigos y familiares.

Finalmente llegó el gran día en que apareció mi papá y empezamos a contar las bolsas. Con el dinero que gané nos fuimos a comprar una muñeca espectacular y un camión gigantesco de madera. Al otro día madrugué y cabalgué a toda velocidad para llevarles sus regalos. Me sentía extraordinariamente feliz y al bajar del caballo le dije a la niña: “Mira lo que te traje, este regalo es para ti”. La niña me miraba y observaba la muñeca con desconfianza y recelo, y no la recibía. Creía que era prestada y que yo se la iba a quitar después. Mientras tanto su hermanito se acercó al camión y me preguntó si era para él. No había acabado de responder cuando ya se había subido y corría cuesta abajo. Finalmente, la niña alzó la muñeca tímidamente y sonrió feliz. Desde ese día quedé conectado a ella. Mi sueño en cada navidad era que ella también recibiera regalos y así sucedió.

Desde aquella época soñaba con un mundo mejor y no entendía por qué existían diferencias e injusticias sociales. De esta manera di mis primeros pasos como sembrador y, gracias a Dios, tuve una cosecha inolvidable que marcó mi vida y mi camino para siempre. Recuerdo que cuando regresé al colegio y les conté a mis compañeros, no me creyeron sino cuando lo vieron con sus propios ojos. En ese momento comprendí que Dios no me podía dar todo lo que pedía, pero sí me había dado las herramientas para lograr lo que yo quería; entendí el poder que tiene la fe. Hay que creer para ver y no al contrario, como nos han enseñado. Además, comprendí que el servicio, la compasión, la humildad y la bondad son las manifestaciones mas sublimes del amor divino. Fue en ese momento cuando experimenté por primera vez en mi vida la presencia de Dios, que es el amor.

Mi experiencia con Dios ha sido maravillosa porque Él ha sido una fuente inagotable de inspiración. Con frecuencia, cuando estoy dictando conferencias en diferentes países del mundo, alguien me pregunta: “¿Cree en Dios?, ¿cuál es su religión?”. Siempre respondo de la misma manera: “Mi religión es el amor”. La verdadera iluminación divina se da cuando piensas con amor, hablas con amor y actúas con amor. En ese momento, ya no buscas a Dios en una iglesia o en un templo, sino que encuentras que está dentro tuyo y en todo lo que te rodea. Cuando quieres abrazarlo, olerlo, sentirlo, verlo y oírlo, das de beber y de comer al que tiene sed y hambre, tiendes tu mano al desamparado y consuelas con tu palabra al desesperado.

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Redacción Minuto30

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