Cuando pensamos positivamente y hablamos con amor, todo cambia. Desafortunadamente, por el virus adquirido a lo largo de la vida, no somos ni siquiera capaces de hablar de manera positiva y menos aun de expresar el sentimiento. A veces esperamos momentos grandiosos y muy especiales para decirles a los seres queridos cuánto los amamos, pero tales momentos casi nunca llegan. Por ello quiero proponer algo en apariencia atemorizante, pesimista o quizás irreal, pero fundamental en este proceso: imagina que en este momento suena el teléfono y te dicen que esos seres que tanto amas murieron víctimas de un terrorista. Además del dolor que eso te causaría, profundicemos un poco más en lo que sentirías. Probablemente, los primeros sentimientos serían de dolor por haberlos perdido para siempre, de impotencia por no haber podido evitarlo, y de remordimiento por no haber pasado más tiempo con ellos, escucharlos más y expresarles cuánto los amabas. Quizás sientas remordimiento también por no haberles perdonado sus fallas y equivocaciones.

Si entendemos que todo es simple y expresamos a tiempo a nuestros seres queridos cuánto los amamos, realmente vamos a tener relaciones más armoniosas y llenas de amor. Pero muchas veces, desafortunadamente, sólo cuando nuestros seres queridos entran al quirófano o a cuidados intensivos, o peor aún, cuando ya han muerto, es cuando somos capaces de decir una palabra amorosa.

Muchas personas van todos los domingos al cementerio a visitar a sus seres queridos para llevarles flores, regalos y serenatas, o para sostener con ellos “diálogos” a veces interminables. Además, si por alguna razón no han podido frecuentarlos cada semana, sienten remordimiento. Mi pregunta es: cuando esos seres estaban vivos, ¿cuántas veces les dieron rosas? ¿Cuántas veces les llevaron serenatas o les dedicaron tanto tiempo? Quizás nunca o casi nunca. Vivimos en una época de inconsciencia o de falta de coherencia. ¿De qué sirve toda la tecnología desarrollada para poner un satélite en la luna, o un hombre en Marte, si ni siquiera somos capaces de comunicarnos con nuestros hijos, padres u otros seres queridos? Cada día tenemos casas más cómodas, pero menos hogares; más ciencia y menos paciencia y tolerancia con los demás.

Piensa por un momento en cuáles son las palabras que más escuchaste cuando eras pequeño. Si las analizas una a una, encontrarás que son las responsables directas de todas tus frustraciones, dolores, angustias y temores. Esas cadenas limitantes no te dejan actuar sino que te manipulan con el temor y con innumerables pensamientos de prevención y dudas; nunca te han permitido gozar de paz interior y han sido la causa de que resultados que pudiendo haber sido maravillosos han sido mediocres.

De niños, con toda inocencia y sin perder nunca el asombro, frecuentemente oímos palabras dirigidas a nosotros o a nuestros amigos de infancia, en este tono: “Usted no parece hijo mío, no sirve para nada, parece un idiota, me tiene loco, me desespera, es bruto, ¿por qué no piensa?”. Es muy importante identificarlas, agruparlas, saber de dónde vienen y hacia dónde te están llevando, porque al aceptarlas, identificarlas y abrazarlas sin resistencia podrás transformarlas en palabras llenas de sabiduría que dignifiquen tu vida. ¿Cómo puedes cambiar algo sin saber siquiera qué es? Tienes que llegar a la raíz del dolor, una semilla sembrada en tu mente que ha germinado llenando tu vida de dudas.

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Redacción Minuto30

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