Siendo aun niño en un diciembre quise participar en una convocatoria de voluntarios que ayudaríamos a Papá Noel a repartir los regalos. Me entusiasmaba ser un pequeño “Santa Clauss” que viajaría en trineo con traje rojo y barba. Pero no fue así. A pocos minutos de la medianoche, los ayudantes estábamos listos y no tenía siquiera una barba blanca para identificarme. Recibimos las instrucciones. El jefe me dio una pequeña bolsa y un papel con una dirección. Nada de trineo ni de renos, tuve que caminar hasta un viejo edificio sin luces de colores. Llegué al lugar y entré a una habitación enorme con un centenar de camitas.

Comencé a sentir que algo andaba mal porque deberían ser cien niños y yo sólo tenía una pequeña bolsa. Estaba junto a un árbol de Navidad improvisado. No se parecía a los que se ven en las vidrieras. Sólo quien lo mirara con buenos ojos podía llegar a adivinar un árbol de Navidad en aquellas ramas secas. No pude resistir la necesidad de averiguar si había un error y abrí la bolsa para buscar una carta o algo que explicara. Los nervios me impidieron evitar que su contenido cayera al suelo. ¡Qué mal comienzo! Dije. Sólo un balón de fútbol era el regalo que Papá Noel había pensado para todos estos chicos.

Permanecí inmóvil y las puertas de la habitación se abrieron. Los niños entraron en estampida corriendo hacía lo que era su regalo en aquella noche tan esperada. ¡La pelota! Gritaron. No parecían desilusionados. Alguien se hizo a mi lado y me dio las gracias. Me avergoncé y traté de excusarme.- Mire, seguramente las bolsas se confundieron. El hombre sonrió y no permitió explicaciones: –No se preocupe. Los chicos querían la pelota. Por un momento pensé que nadie se acordaría de ellos. Yo continué: –Pero son muchos y van a querer saber de quién es el regalo. Trató de calmarme: – No hay problema. Ellos están acostumbrados a compartir todo. En lugares como estos lo primero que aprenden a compartir son las tristezas, no van a tener problema en compartir una alegría.

Me sentí confundido y decidí marcharme. Cuando lo hacía esa persona me dijo: –¿se va a ir sin que le paguen? Me confundí aun más: – ¿Cómo se le ocurre? Y agregó – Miré sus caritas, miré todos esos ojitos iluminados, esas sonrisas: aquí no se dan muchas veces. Levante la mirada y comprendí. Me estaban pagando una fortuna. Recibí el mejor regalo de Navidad. Pensé en los otros miles de ayudantes que estaban recibiendo su paga en hospitales, en orfanatos como este, en hogares de niños, en edificios tristes y en lugares alejados dónde la más mínima luz alcanza para iluminar a los ángeles. Pensé, por primera vez que el jefe no se había equivocado, y que a pesar de no darme trineo, ni barba, ni traje rojo: me había dado la mayor alegría y el mejor trabajo de la Navidad.

Apostilla: Esta poema de Navidad es una parábola que nos aterriza al mundo real. La triste historia de una mujer mayor que vive en la miseria enferma y sola. La solitaria Navidad de Irma Peña:  https://soundcloud.com/fabio-ar-valo/la-solitaria-navidad-de-irma-pena

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Redacción Minuto30

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