Mi pasión por los animales se remonta a mi niñez, pero la misma venía de la mano de un pequeño contratiempo que iba en contravía de mis deseos reprimidos de tener un animal de compañía: Mi madre. Mamá no ha sido nunca afín con la tenencia de animales y fue ella el principal impedimento para que a casa llegara esa alegría hecha pelos para corretear por los rincones del hogar. Llegué a envidiar a todos mis amigos por tener un perro en su hogar y cuanto animalejo me topara en las calles, se quedaba con un sinnúmero de toqueteos de mi parte en los que intentaba desahogar la avidez de amor que por ellos tenía.

Pero llegó el premio un día: desafiando la autoridad materna, mi padre se atrevió a llevar a casa a un pequeño peludito. Era negrísimo, su pelaje oscuro semejaba una “estopa” como dijera otrora un amigo; resaltaban con gran brillo unos ojos gigantes que presa de miedo ante lo desconocido, flameaban invocando abrigo. Para evitar contratiempos con mi madre, dejaron en el balcón a la pequeña “estopa” de solo dos meses de edad, aguardando temeroso su destino.

Al llegar a casa, el saludo fue apremiante: ¿Quieres que dejemos lo que tengo en el balcón o prefieres que lo devuelva? ignorante de a qué se refería con ese saludo, salí con rapidez hacia allí y al toparme con ese pequeño ángel azabache lo único que pude hacer fue gritar con gran emoción y con todas las fuerzas de un corazón que anheló ese encuentro toda su vida y estaba allí presenciándolo.

El cachorro presa de miedo aulló implorando por ayuda y encontró en mis brazos todo el sosiego que su angustia pudo depararle en el difícil tránsito de dejar el seno materno, para cumplir su cita con el destino.

Fue maravilloso: Jugamos, compartimos, reí y lloré de felicidad; al poco rato el cachorrito batía su colita con vigor entendiendo que en mis manos estaría salvo y lleno de amor. Mi erudito padre pronunció dos frases que quedaron marcadas para siempre en mi vida, la primera: “Para él, a partir de hoy eres como su madre, es una gran responsabilidad” y la segunda: “Amar también es disciplinar”. A partir de entonces comenzó una gran aventura donde debí aprender a tolerar con paciencia los daños, a enseñarle con ternura a hacer aquellas cosas que esperaba hiciera, a entender que en ocasiones intentaba simplemente llamar la atención y que el cansancio no sería excusa jamás para ignorar su necesidad de amor.

Daños que recuerde: Medias recién compradas, totalmente roídas; una vez, guardé un poco de mi mesada toda una semana con el deseo de darme un maravilloso festín basado en un menú de moda, pero al llegar a casa este fue saboteado totalmente por mi perrito; En otra oportunidad orinó la cama y hubo otras donde los daños fueron más importantes como las notas bibliográficas de un docente de mi facultad de medicina. Sin embargo era mi perro y siempre estuvo a mi lado, me acompañó en mi rural, a trabajar en otros municipios y a incontables paseos. Fue y será siempre mi mejor regalo.

Queridos lectores:

Llega la época de regocijo, solidaridad y dádivas. Cualquier niño desearía recibir el precioso legado de un hermano de aventuras llámese este perro o gato, ambos cumplen la función de forma cabal, pero, piénsenlo bien en consenso familiar y de forma reflexiva. Un perro o gato son seres que tienen necesidades y muchos requerimientos que serán para toda la vida, son seres vivos que van a crecer, aumentar su tamaño corporal o en requerimientos nutricionales; querrán explorar, conocer, curiosear y en ese ámbito se enfrentará a cosas nuevas que le causarán curiosidad y será el deleite los daños, riesgos y accidentes.

¿Saben qué? en mi experiencia de madre de un ser humano se los digo: Es igual a tener un niño.

Aquella frase: Amar es también disciplinar, ha servido para que mis cuatro perros y dos gatitos puedan convivir armónicamente en casa, pero no todos poseen la misma paciencia o tolerancia que tenemos algunos, por esta razón es importante revisar todos los aspectos que generan el integrar un peludito al hogar. No perpetuemos el maltrato animal que se origina en el abandono; cuando motivados por un capricho escogemos la opción de llevar un animal a casa pensando que siempre se quedará pequeño o desconociendo las inversiones que habrían que hacer o las situaciones a las cuales nos enfrentaríamos, estamos haciendo un daño generalmente irreparable y nos convertimos en negligentes que posteriormente abandonaremos, desecharemos a un animal que desde el mismo instante en el que entra en contacto con nosotros impronta todo su amor hacia la que él considera su manada: su familia.

Una opción maravillosa es la adopción, pues son muchos los animales víctimas de maltrato y abandono que deambulan en las calles esperando por esa oportunidad de amar y ser amados.

Perro o gato son seres vivos, no deben ser vistos como objetos, no deberían constituirse en aras de evitar esa objetivación como obsequios, sino mejor ver su llegada como el integrar un miembro más a la familia. De las mejores decisiones en mi vida ha sido criar a mi hijo con animales; la capacidad de socializar, de enternecerse, de respetar la vida del otro y el aporte a su salud han sido relevantes. Si estás dispuesto a ver la llegada de un animal a casa como una responsabilidad que atañe a todos, no te niegues esa opción, es la mejor inversión para engrosar con mucho amor un hogar.

Fundación O.R.C.A
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Redacción Minuto30

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